Claroscuro, Grazia Deledda

[Chiaroscuro]. Colección de novelas cortas de Grazia Deledda (1871- 1936) publicada en 1912. Es uno de los li­bros que más cuentan en su obra, ya por su valor artístico, ya porque, con la feliz ligereza con que alguno de sus temas está conducido, revela y anuncia nuevas formas y actitudes de su arte; comenzando por los tonos esfumados, por las maneras de narra­ción más inspiradas, más líricas, que sólo algunos años después en las novelas del llamado «segundo período» (poco más o me­nos a partir de El secreto del hombre soli­tario [Il segreto dell’uomo solitario]) reci­birán de Grazia Deledda un pleno desarro­llo. Pero el núcleo vivo de la colección no está constituido por aquellas narraciones, aunque dignas de consideración en algu­nos aspectos («La puerta cerrada», «Lebe­che», «Ama y criados», «El hombre nuevo», etcétera), que se adaptan a la andadura y al gusto entre romántico y realista de los pri­meros cuentos y novelas de Grazia Deledda, con aquellas sombrías pasiones, aquellas disputas a menudo cruentas de interés y de amor, aquellos dramas cerrados de odio y de celos descritos como un contraste con una naturaleza, con un paisaje idílico y adormecido; sino que está constituido, so­bre todo, por las narraciones que, por ín­timo movimiento de realidad y fantasía, consiguen hacer fermentar el planteamiento realista, el ambiente regional y hasta el folklore sardo en una atmósfera novelesca, mejor dicho fabulosa, en que fondos y fi­guras, colores y relieves, en vez de contraponerse se integran mutuamente y se armo­nizan; y el problema del pecado y del mal — siempre presente en la visión religiosa que Grazia Deledda tiene de la vida — atem­pera su bíblica rigidez en un sentido de humana comprensión y simpatía, que es co­mo el principio animador e iluminador de aquella atmósfera.

Así en «La puerta abierta» en que Simone Barca, para pagar una letra de cambio cuya firma ha falsificado, comete un robo en casa de su tío sacerdote, quien sospechando que el robo lo ha co­metido su criada Basilia, la echa. Entonces Simone, para purificarse de su doble peca­do y humillarse, se casa con Basilia. Pero un día viene a descubrir que ella presta dinero con usura, y que, por lo tanto, tam­bién ella ha robado a su tío sacerdote. Así también en «Los zapatos», en que Elia Carái, al saber que su rico tío Agostino está a pun­to de morir en el pueblo de Terranova, se pone en camino a pie, porque no tiene ni el dinero para el viaje. Mientras sigue su camino los zapatos, que ya estaban desco­sidos, se le rompen, y Elia se decide a ro­bar un par en la posada donde pernocta. Pero al ponerse de nuevo en camino, siente el remordimiento y se vuelve atrás para devolver los zapatos, cuya desaparición, por otra parte, nadie había notado; de manera que cuando finalmente llegó a casa de su tío éste había muerto, y creyendo que su sobrina le había olvidado, había dejado su fortuna para los huérfanos de los marineros. Así también en la historia del «Pequeño jabalí», animalito que es cedido por su dueño — un niño, hijo de un hombre que ha sido encarcelado por robo — al caprichoso hijo de un juez, como trámite para la bene­volencia de éste; y muere víctima de la crueldad de su nuevo amo, mientras el en­carcelado es absuelto y su familia salvada de la ruina.

Historia que, como por lo co­mún todas las de animales, halla en Grazia Deledda — en raro equilibrio entre la pará­bola y la «féerie» — acentos de delicada poe­sía. Así, sobre todo, en la «Fiesta de Cristo», historia de una peregrinación malograda, o mejor dicho hechizada por la presencia de un potro cojo y de pelo rojizo. Lo cabalga el joven Istevene, ligado por secretos vínculos de sangre con el anciano sacerdote Filia, que conduce la procesión; y donde se pre­senta suceden desgracias. Dos hermanos que siempre han vivido en paz, de repente se pelean y por poco se matan; una muchacha cae de mala manera de su caballo; un ni­ño es herido de muerte por una coz de caballo; hasta que el sacerdote Filia obli­ga a confesar a Istevene que había robado el potro a un viejo usurero. Pero mientras tanto el caballo ha desaparecido; alguien se lo llevó o se ha vuelto a ir con el diablo. Y precisamente en crear con palabra co­rriente y llana esta sensación de alucinado asombro y magia; en este visualizar, en los encendidos colores de una cabalgata, los ar­canos impulsos de la sangre y de la con­ciencia; y en este conferir a un ingenuo tema campesino la sugestiva multiplicidad del sím­bolo, es donde el arte de Grazia Deledda alcanza una de sus cúspides más elevadas.

A. Bocelli