[Cento e cento e cento e cento pagine del libro segreto di Gabriele d’Annunzio, tentato di moriré]. Publicado en 1935, finge reunir al cuidado de un imaginario Angelo Cocles las páginas de apuntes que le regalara Gabriele d’Annunzio (1863-1938), a punto de suicidarse; y el modo y la hora del suicidio finge ser la caída desde una ventana, en agosto de 1922, de que se habla en Por la Italia de los italianos (v.). En realidad, la imaginación, entre burlona y fúnebre, complace el espíritu del poeta en sus últimos años de vida, que no se resigna a la torpe vejez, al sentir faltarle la riqueza sensual, que fué la cualidad más saliente en su lúgubre espera de la muerte. Este libro consta de diez largos capítulos. El primero se simula escrito en el momento del inminente suicidio y es la recapitulación de los presagios y tentativas de muerte experimentados desde su infancia en adelante. Así, El segundo amante de Lucrecia Buti (v.), fue la infancia recapitulada desde el ángulo visual del sentido, y El compañero de los ojos sin pestañas (v.)desde el ángulo visual de la gloria, con un procedimiento unas veces voluntario, otras involuntario, pero que resulta a menudo mal unido y peor ligado.
Por esto, aumenta, comparada con la obra anterior, su voluntad de interpretar símbolos y señales; y no se sabe bien si el poeta se refiere a la muerte como disgusto de sí mismo o como propia glorificación, dos cosas que psicológica y tonalmente son contrarias. Dejada a un lado esta ambigua unidad, cuentan en el primer capítulo los fragmentarios recuerdos, el poner la vida como apuesta al juego más trivial, sus razonamientos (habla de una mujer que le encantó siendo niño) que penetrando en él «imprimían a las persuasiones las formas de los sueños». También aquí, en suma, dominan el tono lánguido y el módulo impresionista que se reproduce en el capítulo siguiente (al que en realidad se refiere el largo título del libro), volviendo a recorrer el camino de las Chispas del mallo (v.) al Nocturno (v.). Es, sin embargo, un camino vuelto a recorrer «a posteriori», sin la íntima urgencia de entonces; justamente por la conciencia refleja de los efectos de arte conseguibles con la desligada composición. Es muy distinto el sabor nuevo de este libro, precisamente en el motivo de la vejez y de la lúgubre muerte; predomina especialmente el tema de la sensualidad en que más que nunca se resuelven las mujeres que desea; la sensualidad que otras veces d’Annunzio se propuso eludir, y después descubrió su espiritualidad, y más tarde se arrepintió y padeció por ello, ahora, más seca y árida, vuelve a su ánimo con lo que le queda y lo que le falta de su antigua abundancia sensual; un aspecto del acre hastío y de la repugnante vejez, no ya amor sino vicio.
Se comprende así que este libro llegue hasta el punto de acoger escritos declaradamente obscenos; pero no lascivos, pues, como en su Intermezzo de rimas (v.), no abandona el poeta el sentimiento de que ésta es materia sobre la cual ejercitar otro juego, el juego de la forma. El peligro por esta parte consiste en incurrir en la mera argucia académica (nueva salvación, por lo demás, de las obscenidades, en cuanto tales); ya bastan para producir un efecto mecánico y desagradable de pedantería difundido por todo el libro, los preciosismos tipográficos (las iniciales de los párrafos en minúsculas, excepto la de cada principio de capítulo), cuando no consiguen alguna vez disolverse en un «incógnito indistinto» de verdad y falsedad, seductor como efecto de arte, por más que irrite. Pero otra clase de placentera novedad ofrece por otra parte este libro: su riquísimo meditar sobre el oficio del arte, a veces en mera función de aclaración autocrítica, más a menudo (o al mismo tiempo) como poético arrobo en la poesía, que añade nuevas ocasiones de crear fugitivos instantes de ella.
E. De Michelis