[Rocío de la Primavera y del Otoño]. Obra filosófica china de Tung Ch’ung-shu (179-104 a. de C.), alta personalidad y figura representativa del pensamiento confuciano en la dinastía de los Han (206 a. de C.-5 d. de C.).
La obra, dividida en diecisiete libros, es un comentario a la Crónica de Confucio (v. Ch’un Ch’iu). El autor sostiene, como Huai Nan Tzü (v.), que el hombre es un microcosmos: las orejas y los ojos son semejantes al sol y a la luna; las arterias y las cavidades del cuerpo, a los ríos y a los valles; los cabellos, a las estrellas; la respiración, al aire y al viento, etc. El hombre es, por consiguiente, una imagen del universo, el cual tiene su origen en el Cielo, el Ser dotado de inteligencia y de voluntad. También la sociedad humana está, por tanto, en estrecha relación con la naturaleza, y a sus ordenaciones se pueden y deben aplicar los «números» sacados del ciclo de fenómenos naturales. Así, el número de las estaciones debe ser aplicado para determinar los cuatro grados de los ministros, etc. La ética de nuestro filósofo se resume en el siguiente principio: conservar en las cosas humanas la «regla celeste», que es inmutatable, lo cual se obtiene en realidad practicando sobre todo las dos virtudes: la humanidad (o benevolencia) y la justicia; la primera se aplica para amar a los otros, y la segunda para corregirse a sí mismo.
El desorden de la sociedad viene cuando se invierte la aplicación de las dos virtudes, esto es, cuando se trata a los demás con rígida justicia y a sí mismo con indulgente humanidad. El saber es otra virtud necesaria para practicar rectamente la humanidad, puesto que el ignorante es incapaz de distinguir y de proceder bien; pero el que sabe y no practica la virtud, es un sabio sin corazón. La humanidad nos prescribe amar a los otros, y la sabiduría nos enseña a no hacerles daño. Cuando los hombres no se ajustan a la «regla celeste», el Cielo nos lo hace saber por medio dé fenómenos extraordinarios, que son un reproche, al que seguiría la catástrofe, si los hombres lo desoyesen. La naturaleza humana es como el capullo del gusano de seda, que sólo es útil después de una elaboración artificial; así el hombre necesita hacer un esfuerzo para desarrollar sus buenos instintos y para abolir los malos (los deseos). En este punto, el autor, en su anhelo por una moral «voluntaria», se aparta un poco de las tradicionales opiniones de Mencio (v. Méng Tzü) y de Hsün Ch’ing (v. Hsün Tzü). Al conferir al confucionismo (interpretado, sin embargo, con alguna libertad) un desarrollo claramente sistemático y eminentemente divulgador, y al poner de relieve con poética y nobilísima elocuencia el problema moral tanto en sus principios ideales como en las aplicaciones prácticas, Tung Ch’ung- shu puede ser considerado como el verdadero fundador de la doctrina filosófica oficial de su tiempo. Cfr. O. Franke, Studien zur Geschichte des konfuzianischen Dogmas und der chinesischen Staats-religiorí. Das Problem des Tsch’un-t’siu und Tung Tschung-schu’s Tsch’un-ts’iu fan-lu (Hamburgo, 1920).
P. Siao Sci-yi