[Chita: a Memory of Last Island] Obra del escritor greco-irlandés Lafcadio Hearn (1850-1904), publicada en 1889. La idea de escribir esta narración la tuvo Hearn durante una estancia en la isla Grande, en el golfo de México, en el verano del año 1884; el mismo autor narra brevemente el episodio que la originó y que permitió a su sensibilidad casi femenina para con los aspectos de la naturaleza primitiva, desarrollarse en una obra de carácter narrativo, que es a la vez el primero de sus libros que tuvo alguna notoriedad: «Chita, dice, tuvo como origen el hecho siguiente: una niña que fue salvada durante el desastre de la Isla Extrema por unos pescadores de la Luisiana que se la llevaron con ellos.
Unos años más tarde un cazador criollo la reconoció e informó a los verdaderos padres de la muchacha del lugar donde se hallaba. Ellos entonces, como eran ricos, quisieron darle una educación que todos los que pertenecían a la aristocracia del Sur debían poseer y la hicieron entrar en un convento. Pero la joven, que había conocido la vida libre y sana de la costa, huyó y se casó con un pescador. Vive todavía en la isla, y es la madre feliz de numerosos hijos». Así, pues, la idea fundamental que guió al autor de Chita, fue la exaltación de la libre naturaleza, su simbolismo panteísta, teóricamente expuesto en el ensayo sobre la «psicología de lo Azul». Por lo demás, él mismo escribía a un amigo a propósito de Chita: «Cuando leas la primera parte, creo que en ella encontrarás expuesto de un modo intuitivo todo lo que tú has dicho sobre el simbolismo estético del color, especialmente en lo tocante a la santidad del color del cielo, la divinidad de lo Azul… El Azul es el alma del mundo…», «El Azul es el color de la idea de lo divino, el color panteísta, el color ético».
Además, Chita, la muchacha a quien la civilización no hizo olvidar la naturaleza que la protegió, y que por así decirlo la nutrió, representa la eterna vuelta del hombre a la Madre común; no por azar se imprimió en el frontispicio de la obra un aforismo emersoniano sobre la omnipotencia de la Naturaleza. Por eso resulta natural que las partes más bellas del libro no sean aquellas en que se refiere la acción (en la que Hearn no supo elevarse de una normalidad mediocre), sino las frecuentes páginas descriptivas, en las que el mito de la naturaleza salvaje y la exaltación del instinto, dan a veces a su prosa el mérito del emblematismo y el preciosismo.
A. Seroni