[Cenere]. Novela de Grazia Deledda (1871-1936), publicada en 1904. Oli es una graciosa muchacha de dieciséis años, hija del caminero Micheli. Anania, un campesino que frecuenta aquel paraje, donde labra la tierra de su amo, se enamora de ella y pronto consigue que le corresponda. Anania promete casarse con Oli a la cual habla siempre de los tesoros que pueden encontrarse cavando en los «nuragos» abandonados, lo que les permitiría casarse y ser ricos y felices. Pero Anania está casado. Cuando Oli va a dar a luz, Anania la lleva junto a la comadre Grathia, viuda de un bandolero que habita el lugar de Fonni, en los montes que circundan Nuoro. En aquel agreste paraje, repleto de recuerdos de bandidos, y de donde se cuentan cosas espantosas, nace y crece el pequeño Anania. Su padre se había despreocupado de él y de Oli. No era hombre malo, pero no tenía conciencia exacta de sus acciones. Cuando el niño es ya grandecito, Oli le lleva a Nuoro y le envía a casa de su padre, y después desaparece, para no saberse ya más de ella, si bien su presencia invisible seguirá flotando en toda la novela, siendo el oculto resorte que en el momento preciso hará precipitar la catástrofe. El pequeño Anania es bien acogido por la esposa de su padre, la tía Tatanna, la «vieja paloma», alma dulce y piadosa que le educa amorosamente. El muchacho crece hermoso e inteligente, querido por todos; el señor Antonio Carboni, su padrino, cuida de hacerle estudiar, enviándole primero a Sassari y luego a la Universidad de Roma. Este señor tiene una hija, Margherita, que Anania ha amado desde niño.
Margherita es bella y rica, y también ama a Anania. Cuando llegue a ser abogado, el señor Carboni dará el consentimiento a la boda, pero entretanto los jóvenes se ven a escondidas, gracias a la complicidad de una criada. La felicidad se presenta segura y próxima. Pero Anania, que jamás olvidó a su madre, siente pesar como una amenaza a la cual no puede sustraerse, el deber de buscarla, aun cuando no ignora que la presencia de ella será la condena de su porvenir y su felicidad. Un día en que pasa casualmente por Fonni, sabe por la vieja Grathia que su madre, después de haber vivido con uno y con otro, estuvo largo tiempo con un ciego, mendigando por las ferias, y que también este ciego la ha abandonado, y se halla enferma y sola. El encuentro entre madre e hijo es tremendo. Oli ya no es más que un pobre ser a quien las humillaciones, la miseria y la culpa envejecieron antes de tiempo. La vista de su hijo, apuesto, afortunado e instruido como un señor, la llena de ternura, pero también de temor y angustia. Anania, en su interior, reprocha a la madre el abandono en que le dejó cuando niño, y quiere que huya, que se esconda de nuevo. Pero entretanto le impone que se quede con la tía Grathia. Si es necesario interrumpirá sus estudios, se pondrá a trabajar, se encargará de todo cuanto haga falta. De vuelta a Nuoro escribe a Margherita explicándole cómo encontró a su madre y su deseo de llevarla a vivir con ellos cuando se casen. Pero Margherita se niega a ello. Mientras la desesperación se apodera de Anania, le avisan que su madre se encuentra en grave estado.
Oli, que no quiere perturbar la vida de su hijo, se ha cortado la garganta. Junto a su cadáver, Anania abre el amuleto que ella le había puesto cuando niño, y no encuentra más que ceniza. Ahora que ha perdido a su madre, que ha perdido a Margherita, toda la vida le parece ceniza, de la cual, y así lo advierte su corazón, joven, puede aún brotar la llama de la vida. Ceniza es, entre las novelas con que se abre el mejor período de la Deledda, aquella en que el estudio psicológico se sobrepone decididamente a la descripción del paisaje; y al mismo tiempo la obra adquiere una significación más íntima, fundiéndose en el clima trágico en que se desenvuelve el asunto. Como otras novelas de la Deledda es muy desigual; pero en sus partes mejores hace gala de una sobriedad de tacto y una valoración del elemento «silencio», que parecen derivar de la misma naturaleza taciturna del alma sarda, y de la cual la escritora se sirve con perfecta seguridad al delinear el drama de sus criaturas.
O. Nemi