[Lettres portugaises traduites en François]. Son las famosas cartas atribuidas a la monja portuguesa Mariana Alcoforado (v.) y fueron publicadas por primera vez en París en 1669. El editor, el librero Barbin, declara en el prólogo que se ha procurado «avec beaucoup de soin et de peine» una copia correcta de la traducción de cinco cartas portuguesas «qui ont été écrites á un gentilhomme de qualité, qui servoit en Portugal»; añade también que ignora el nombre del destinatario y el del traductor. Las cartas, en número de cinco, como ya se ha dicho, siguen este orden:
1.a «Considera, amor mío, hasta qué punto. has carecido de precaución. Te han traicionado, etc.»
2.a «Me parece que cometo el mayor crimen del mundo con los sentimientos de mi corazón al intentar dártelos a conocer confiándolos al papel: cuán feliz sería si pudieras apreciarlos por la violencia de los tuyos».
3.a «¿Qué será de mí, y qué quieres que haga?»
4.a «Tu teniente me ha dicho que una tempestad os ha obligado a desembarcar en el reino del Algarbe».
5.a «Te escribo por última vez, etc.»
De las cinco cartas resulta una historia sencilla: un oficial francés al servicio de Portugal en la lucha contra España (1663) conoce a una religiosa, hermana de un camarada suyo portugués, la seduce, la engaña durante un par de meses, y luego regresa a Francia desde donde le escribe alguna que otra carta fría y, por fin, olvida sus juramentos. Situación bastante común si no fuera por la nota de escándalo que le confiere el estado religioso de la protagonista. Pero si el episodio es común, las cartas en que la monja analiza su pasión y expresa el gradual paso del tormentoso pensamiento del abandono y del ardiente recuerdo de los goces pasados al desprecio y al olvido que fríamente se impone como un deber, son el más alto episodio del desengaño amoroso. La pasión tempestuosa, la manía suicida, la incondicional esclavitud del amor, el sacrilegio: nos hallamos ya en el clima del más desgarrador romanticismo. Pero el espíritu analítico, los recursos exquisitamente literarios de las epístolas, la sutil casuística de los sentimientos, más que la experiencia del convento, parecen acusar la de los salones parisinos del siglo XVII donde triunfaban Mme. de Sévigné y el duque de la Rochefoucauld. Y, en efecto, son muchos los que en Francia y fuera de ella, desde Rousseau y Diderot a Camilo Castello Branco y Herculano consideraron apócrifas estas cartas.
Si no bastaran contradicciones y errores de topografía (principalmente en la segunda carta, la referencia al reino del Algarbe que era ya un anacronismo), las circunstancias editoriales atestiguan claramente que se trata de una superchería literaria. Efectivamente, pocos meses después, el mismo editor Barbin publicaba otras siete Cartas Portuguesas atribuidas a una «femme du monde» y caracterizadas por análoga exaltación emotiva. La iniciativa de Barbin fue pronto seguida por otros editores que en un mismo año publicaron, uno en París y otro en Grenoble, dos volúmenes de Réponses aux lettres portugaises, atribuyéndolas al mismo gentilhombre a quien estaban dirigidas las primeras. Una falsificación de la edición de Barbin, publicada aquel mismo año por el editor Pierre du Marteau de Colonia (también llamado Pierre Elzevier de Amsterdam), Lettres d’une réligieuse portugaise (1.a y 2.a partes, s. a.), revela por primera vez el nombre de este caballero (el caballero de Chamilly) y del traductor (Guilleragues) identificados como Noel Bouton, conde de Saint-Léger, marqués de Chamilly, más tarde mariscal de Francia, y el conde Lavergne de Guilleragues, literato del salón de Madame de Maintenon, que murió siendo embajador en Constantinopla.
Pero en las 90 ediciones de estas cartas, ya solas, ya acompañadas de las respuestas (y no faltaron tampoco las traducciones en verso) que se hicieron entre 1669 y 1800, la monja quedó siempre en la sombra. En 1810 Boissonade descubrió un ejemplar de la edición de 1669 con esta nota manuscrita: «La réligieuse qui a écrit ces lettres se nommoit Marianna Alcoforado, réligieuse á Beja, entre l’Estre- madure et l’Andalousie, etc.». De este modo se inició una tradición que recibió una sólida base documental años más tarde, cuando el polígrafo portugués Luciano Cordeiro, después de largas investigaciones, descubrió la existencia real de Sor Mariana, de la cual encontró las actas de nacimiento y muerte (1640-1723) en el monasterio de la Concepción de Beja (cf. Soror Marianna, a freirá portuguesa, Lisboa, 1888, 2.a edición, 1891). La romántica tradición, cara al patriotismo portugués, ha resistido liasta 1926, fecha en que el prof. F. C. Green de la universidad de Cambridge ha descubierto en un viejo manuscrito de la Biblioteca Nacional de París el privilegio concedido para la edición de Barbin: «Livre intitulé les Valentines, lettres. portugaises, Epigrammes et Madrigales de Guilleragues». Este descubrimiento autoriza al profesor Antonio Gonçalves Rodrigues (cf. Marianna Alcoforado, Historia critica de una fraude literaria, Coímbra, 2.a edición, 1944) a proponer una teoría que parece resolver este difícil problema. El autor de las cartas sería Guilleragues, el cual habría tomado como punto de partida las sentimentales y azucaradas cartas enviadas a los militares franceses que regresaron de la campaña de Portugal, lo cual explicaría los llamados «lusismos», y el lirismo apasionado de estas cartas. Publicadas luego anónimas por razones comerciales, fueron atribuidas por irónica antítesis al mariscal de Chamilly, que, buen soldado, a juzgar por el retrato que Saint-Simon hizo de él en sus memorias, parece fue todo lo contrario del héroe de novela que la tradición ha acreditado.
C. Capasso