Cartas Filosóficas o Cartas sobre los Ingleses, Voltaire

[Lettres philosophiques o Lettres sur les Anglais]. Fueron escritas por Voltaire (François Marie Arouet, 1694-1778), entre los años 1726 y 1728. Las veinticuatro pri­meras fueron publicadas en inglés en Lon­dres, en 1733, y en francés, en 1734, con el título de Cartas sobre los ingleses; en la edición de 1737, que llevaba el título de Cartas filosóficas, se añadieron dos. Las cua­tro primeras tratan de los usos y costum­bres de los cuáqueros, secta religiosa que desprecia el formalismo de las llamadas «buenas maneras» y se atiene a una práctica religiosa primitiva, fundada puramente en la interpretación del Evangelio y alejada de todos los ritos impuestos por la Iglesia, con­siderada por los cuáqueros como un orga­nismo no autorizado por la palabra de Cris­to. Siguen tres cartas sobre otras varias con­fesiones religiosas de Inglaterra, como el anglicanismo, el presbiterianismo y el socinianismo. Voltaire, aunque de vez en cuando no se abstiene de un comentario irónico, admira la amplia tolerancia inglesa, que, concediendo la libertad de cultos, ha abo­lido el sangriento horror de las guerras de religión. Dedica luego tres cartas a explicar la política inglesa, cuyo iluminado espíritu liberal merece la aprobación de Voltaire. En la carta XI se trata de la inoculación pre­ventiva contra la viruela practicada por los ingleses, y el autor se burla del espíritu obscurantista francés que la considera una locura criminal. La carta XII es un elogio de Francisco Bacon, como iniciador de la filosofía experimental y por haber prepa­rado el camino a los grandes descubrimien­tos de Newton. En la carta XIII Voltaire expresa toda su admiración por el espíritu prudente, metódico y límpidamente lógico de Locke, el cual, prescindiendo de la abs­tracción de los sistemas, funda sus razona­mientos únicamente en lo que la experien­cia puede demostrar y se abstiene de toda consideración que necesita apoyarse en un aserto dogmático.

Las cuatro cartas siguien­tes, después de haber comparado por un lado la fortuna de Galileo y Descartes y por otro la de Newton, explican los grandes descubrimientos de este último (sistema de la gravitación universal, óptica, infinito y cronología). Las cartas XVIII y XIX hablan del arte teatral inglés: la primera se refiere a la tragedia, que Voltaire considera des­compuesta y tenebrosa, como conviene a un pueblo de instintos bárbaros que desconoce la elegancia y la mesura francesas. Las tra­gedias de Shakespeare con para él «farsas monstruosas» llenas de «ideas peregrinas y gigantescas», que han adquirido el derecho de pasar por sublimes. En cuanto a la co­media, Voltaire manifiesta gustar del espí­ritu de intriga y de la agradable facilidad del diálogo en algunos comediógrafos in­gleses. Siguen luego cuatro cartas en elogio del gusto por la correspondencia epistolar, que convierte a casi todos los ingleses en hombres agudos, y la vitalidad a veces es­pléndidamente vigorosa de la poesía inglesa. En la carta XXIV Voltaire se burla de la superficialidad de aquellas instituciones que, organizadas de otro modo, serían el decoro del país, o sea las Academias; en la XXV examina a la luz de una crítica «ilustrada» los pensamientos de Pascal; en la XXVI, última del libro, se excusa en tono irónica­mente humilde de haber acusado a los ham­burgueses, en su Historia de Carlos XII (v.)f de haber mandado incendiar la ciudad de Altona, cuyo puerto les hacía la competen­cia. Esta obra, cuya primera edición fue con­denada y quemada públicamente como es­candalosa y contraria a la religión y a las buenas costumbres, tuvo, no obstante, una rapidísima y amplia difusión. Es la primera manifestación del espíritu que ha de hallar más vasta y completa expresión en el Diccio­nario Filosófico (v.).

G. Alliney

Voltaire no cae jamás en el amaneramien­to: su palabra fluye viva, neta, rápida como si estuviera a dos pasos del manantial. (Sainte-Beuve)

Este libro sensacional fue la lente con que Voltaire recogió los rayos desparramados de sus impresiones inglesas en un sol de es­pléndida y ardiente intensidad. (Lytton Strachey)