[Lettere familiari]. La gran fama lograda por las obras mayores del secretario florentino Niccoló Machiavelli (1469-1527) y la extensa crítica que suscitaron, han obscurecido la importancia de sus cartas. Epistológrafo excepcional es, sin embargo, el secretario florentino, como puede comprobarse leyendo, además de sus embajadas y relaciones en forma de cartas, estas epístolas familiares, que nunca son fútiles ni divagatorias, sino siempre agudas y moralmente ricas de pensamiento, incluso cuando se refieren a las cosas más comunes. Tales cartas, después de aparecer en grupos más o menos numerosos y no siempre críticamente revisadas en las ediciones precedentes y especialmente en las numerosas de los años del Resurgimiento político de Italia, fueron diligentemente recopiladas en dos ediciones (una íntegra y otra expurgada) en 1883. De aquella edición derivan todas las sucesivas. Las cartas de Maquiavelo que han llegado hasta nosotros son muy numerosas, pero están, por así decir, completadas por las de sus amigos y parientes; cada período de su vida queda vivamente iluminado por ellas, desde los laboriosos días de su carrera política en Florencia a los largos meses de fecunda actividad literaria, durante su estancia en San Casciario, y hasta los últimos días de su vida, cuando los Médici, al volver a emplearlo, fueron causa de que la renovada república florentina del 1527 desconfiase de él y que esto precipitase quizá su muerte. Los cambios de su carácter inestable, sus varias inclinaciones de hombre activo y luchador, la amarga resignación a su desgracia política y su siempre viva esperanza de poder volver un día a servir a los Médici, están felizmente descritas en este epistolario, sincero y vivo, tanto por el vigor y la lucidez del pensamiento como por la exactitud de la elocución.
De él se deducen pormenores de la vida, costumbres y sentimientos de muchos de sus contemporáneos y amigos, que con ocasión de esta correspondencia narran episodios diversos e informan al gran político de las cosas que suceden lejos de él, dándole a veces relatos que hoy llamaríamos periodísticos. Agostino Vespucci le describe la corte de Roma, a la que llama «postribulo d’ogni spurcitie» y le cuenta de una vieja veneciana que por sus crímenes fue condenada a ser quemada viva en la plaza de Campo de’ Fiori; otro amigo le envía truchas «para que su sensualidad se alimente y su espíritu esté pronto a las cosas de este mundo»; Francesco Vettori, embajador de Florencia cerca del Pontífice, lo invita a Roma a descansar y reír, describiéndole su casa, la ciudad y su curiosa actividad diplomática, hecha más de actitudes negativas que de iniciativas propiamente dichas. Y Maquiavelo contesta, ora discutiendo las situaciones políticas que entonces agitaban Italia y que él veía y meditaba angustiosamente, ora contando historietas y chascarrillos, ora narrando los varios modos con que aquel «ladronzuelo del dios Amor» suele encadenar los corazones de las personas por reacias que sean. Dos importantes grupos de cartas están constituidos por la correspondencia cruzada entre Maquiavelo y Francesco Vettori y Francesco Guicciardini, primero comisario y luego presidente en Romaña por delegación del Papa. Son también cartas importantísimas para la historia de la época y la reconstrucción de la actividad de Maquiavelo, desde su agudez política hasta sus impulsos más personales. Muy conocida es la carta del 10 de diciembre de 1513, dirigida a Vettori, donde se narran la génesis y la razón particular del Príncipe; casi igualmente conocida es otra a Guicciardini, sin fecha, en la que explica expresiones curiosas de la Mandragora (v.). No menos importantes son las cartas que Maquiavelo tuvo que escribir desde lejos a su familia o las que recibió de ésta. Las cartas de Maquiavelo nos revelan, pues, al hombre entero, en su íntima espiritualidad y en sus costumbres, incluso externas, de modo que contribuyen considerablemente a familiarizarnos con el gran escritor.
G. Gervasoni