[Characteristics of Men, Manners, Opinions and Times]. Bajo este curioso título, Anthony Ashley Cooper, tercer conde de Shaftesbury (1671- 1713), reúne en una obra única, aparecida en tres volúmenes en 1711, una serie de ensayos, parte de ellos publicados ya anteriormente y parte inéditos. Según el orden seguido en las Características, tales ensayos son: «Carta a Lord Somers sobre el entusiasmo» (ya publicada en 1707); «El sentido común: ensayo sobre la libertad del espíritu humorístico» (1709); «Soliloquio, o consejos a un autor» (1710); «Indagación sobre la virtud y sobre el mérito»- (en el cual son desarrolladas las ideas contenidas en un primer esbozo sobre el mismo tema impreso en Holanda en 1699); «Los moralistas: rapsodia filosófica» (1709); «Reflexiones. varias sobre los ensayos precedentes y sobre otros argumentos críticos» (nuevo). En las sucesivas ediciones póstumas de las Características se insertan otros dos breves ensayos: «Concepto de la ilustración histórica, o sea, un cuadro del juicio de Hércules» y «Carta sobre el dibujo», que Shaftesbury escribió en 1712 en Nápoles, adonde se había retirado en busca de salud y donde murió. Cada uno de los ensayos de las Características y el libro mismo se publicaron anónimos.
Las Características aparecieron incluso sin la indicación del editor. Sólo en las ediciones sucesivas figura el nombre del autor. Los ensayos, aparte de su tema, son diferentes en cuanto a su tono y su desarrollo. Pero todos llevan la huella inconfundible del extremo optimismo con que su autor veía la vida, de su ideal clasicista de una profunda armonía entre la belleza y la verdad, y de su apasionada defensa de los derechos del sentimiento sobre los de la fría razón; elementos todos que con razón han hecho que se vea en Shaftesbury un lejano precursor de Rousseau. Los ensayos más famosos son el primero, el segundo, el cuarto y el quinto. En la «Carta sobre el entusiasmo», el autor justifica el entusiasmo, señal de una inspiración divina, que anima a los héroes, a los poetas, a los artistas, a los grandes políticos y a los mismos filósofos, pero condena el entusiasmo puramente pasional, contra el cual aconseja como antídoto eficacísimo el buen humor. El «Ensayo sobre la libertad del espíritu humorístico», asimismo en forma de carta a un amigo, es un agudo examen de las distintas formas que puede asumir el humorismo satírico. Para Shaftesbury, éste varía según la libertad de pensamiento, pero en cada una de sus formas puede considerarse como un remedio contra el excesivo celo de la religión, de la moral y de la política, contra los aduladores y los cortesanos. En la «Indagación sobre la virtud y sobre el mérito», Shaftesbury defiende la autonomía entre la moral y la teología, y exalta el valor de las sanciones interiores. Para él, la distinción entre justo e injusto forma parte de nuestra misma constitución. El criterio último de la bondad de una acción es su tendencia a elevar el bienestar general, debiendo siempre tenerse en cuenta, no obstante, los intereses personales: «tanto el perfecto egoísta como el perfecto altruista son imperfectos».
Shaftesbury ataca sobre todo la moral egoísta de Hobbes y su famoso principio: «homo homini lupus». Individuo y sociedad son, por el contrario, fruto de una armonía entre el egoísmo y el altruismo; armonía dirigida, más que por la razón abstracta, por el buen sentido, por el buen gusto, no sólo por ese equilibrio del espíritu que sabe cada vez asignar instintivamente la parte justa, ya a los apetitos y a las pasiones, ya a los ideales superiores. La «Rapsodia filosófica» es un auténtico tratado de teología natural. Dios es concebido como un Señor genial, artífice maravilloso de armonías, animado sobre todo por una universal benevolencia hacia los hombres y las cosas. Se señala la teoría (que Shaftesbury tiene en común con Leibniz) según la cual el mundo presente es el mejor de los mundos posibles. El estilo del escritor es en general solemne y sonoro, avivado por divagaciones, citas poéticas y ejemplos. Pero peca algunas veces de demasiada elaboración, tanto que a veces parece francamente afectado.
A. Dell’Oro
* Lo mismo que en el campo de la filosofía moral, Shaftesbury tiene intuiciones notables en el campo de la estética, y de él proceden principios de conceptos que se hicieron capitales en el pensamiento moderno. De ellos se encuentran bastantes muestras en las Características, especialmente en la «Carta sobre el dibujo» y en el «Concepto»; pero una sistemática exposición de estética habría debido formar un extenso ensayo titulado Plástica, o el origen, el progreso y el poder de las artes del dibujo [Plastics, or the original Progress and Power of designatory Art] para incluirse en las Características. El ensayo no fue llevado a término: el material fue, sin embargo, publicado en 1914 en Cambridge, por Rand, con el título, ya designado por el autor, de Second Characters or the Language of Forms. De los escritos de Shaftesbury se deduce que concebía la naturaleza como un organismo lleno de armonía en el cual incluye también los valores morales y estéticos. Libre es el artista como hombre moral; es «otro creador, un Prometeo bajo el poder de Júpiter», que «muestra lo sublime de los arrepentimientos y de las acciones, distingue lo bello de lo deforme, lo amable de lo odioso». Por eso, cuando se le da al arte un fin didáctico, deja de ser arte; se acerca ahora a «las provincias del filósofo, del retórico, del historiador, y no ya del bardo, del vate, del entusiasta».
Junto a estas intuiciones se encuentran otras aún más notables, que fueron recogidas por Winckelmann, Kant y Schiller; por ejemplo, «la diferencia entre lo que es objeto de codicia y agrado… y lo que es objeto de gozo y de belleza, entre lo sensual y lo propiamente estético; el concepto del genio como inspiración; la diferencia sobre los colores en cuanto estímulo sensual; el lazo entre la armonía estética y la armonía ética» (Croce). Frente a las artes figurativas europeas (él no siente del todo el arte egipcio, el indio y el japonés), Shaftesbury asume una actitud de neoclásico, cuando aún no había aparecido el neoclasicismo. Antepone a todo el arte griego (que casi no conoce) y se muestra indiferente o contrario a cuanto se inspira en otra idealidad, sobre todo a las obras góticas u holandesas. Admira incondicionalmente a Rafael, en el cual ve lo «antiguo»; de los pintores barrocos aprecia a Poussin, «príncipe», a Domenichino, «juicioso y correcto», a Salvatore Rosa, el cual habría podido, por otra parte, «moderar la hipérbole». Annibale Carracci le parece teatral y reflexivo; Ribera, horrendo y monstruoso; Pietro da Cortona, falso; Bernini, apóstata del arte. En estas predilecciones y condenas interviene, evidentemente, su personal postura literaria moralista y el gusto académico de la época, al cual, sin embargo, desde un punto de vista teórico, Shaftesbury parece oponerse. De cualquier modo, su posición, hecha abstracción de particulares concepciones, está animada por el sentimiento alto, casi religioso, que tenía del arte, sentimiento que en el Romanticismo será continuado y tendrá un desarrollo original.
M. Pittaluga