Este es el título del libro, único hasta ahora, del gran poeta español Jorge Guillén (nacido en 1893). Los primeros poemas de Guillén aparecieron en las revistas «La Pluma», «índice», «España», «Verso y Prosa», «Sí», «Litoral», «Carmen», etc. Cántico fue editado por primera vez en Madrid en 1923 por «Revista de Occidente». Aquella primera edición contenía sólo 75 poemas. Partiendo de este núcleo inicial, la obra de Guillén ha ido creciendo en sucesivas ediciones (2.a edición: «Cruz y Raya», Madrid 1936, con 125 poemas; 3.a edición: «Litoral», México 1945, con 270), hasta llegar a la cuarta y definitiva, publicada en Buenos Aires por «Editorial Sudamericana» en 1950, con un total de 332 poemas. «Clásica, en la acepción perenne de todo lo perfecto» — al decir del profesor Valbuena —, la obra Cántico significa el momento decisivo de la poesía española actual». Críticos como Amado Alonso, Ricardo Gullón, José Manuel Blecua, Joaquín Casalduero, Dámaso Alonso, E. R. Curtius, Bergamín, F. A. Pleak, etc., se han ocupado ampliamente de la poesía guilleniana. El citado profesor Valbuena ve en la nitidez y en la transparencia de su obra una raíz castellana y la relaciona con la última obra — en aquella época — de Juan Ramón Jiménez. Pero a Guillén hay que relacionarlo e incluirlo en la generación de 1925, llamada de la «poesía pura» — a pesar de que él haya pretendido formar con Pedro Salinas una generación aparte. Sobre el problema de la «poesía pura», aplicado a su generación y preferentemente a él, Guillén dio su opinión en una carta dirigida a Fernando Vela: «Poesía pura es matemática y es química… «Pura» es igual a «simple», químicamente. Lo cual implica, pues, una definición esencial, y aquí surgen las variaciones.
Puede ser este concepto aplicable a la poesía ya hecha, y cabría una historia de la poesía española, determinando la «cantidad» — y por lo tanto la «naturaleza» — de elementos simples poéticos que haya en esas enormes compilaciones heterogéneas del pasado. Es el propósito que guía, por ejemplo, a un Gerardo Diego — y a mí también —. Pero cabe asimismo la fabricación — la creación — de un poema compuesto únicamente de elementos poéticos en todo el rigor del análisis: poesía poética, poesía «pura» —poesía simple, prefiero yo, para evitar los equívocos del abate (Brémond) —. Es lo que se propone, por ejemplo, nuestro amigo Gerardo Diego en sus obras creacionistas. Como a lo «puro» lo llamo «simple», me decido resueltamente por la poesía compuesta, compleja, por el poema con poesía y otras cosas humanas. En suma, una poesía «bastante pura», «ma non troppo», si se toma como unidad de comparación el elemento «simple» en todo su inhumano o sobrehumano rigor posible, teórico. Prácticamente, con referencia a la poesía realista, con fines sentimentales, ideológicos, morales, corriente en el mercado, esta «poesía bastante pura» resulta todavía, ¡ay!, demasiado inhumana, demasiado irrespirable y demasiado aburrida». Contra la formulada acusación de excesivamente intelectual, podríamos recordar las palabras de Antonio Machado: «El intelecto no ha cantado jamás, no es su misión. Sirve, no obstante, a la poesía señalándole el imperativo de su esencialidad». Palabras estas que se cumplen en Guillén. El poeta parte, evidentemente, de una actitud de rigor intelectual, de consciencia despierta sobre el mundo y sobre la realidad; poesía de «extrema vigilia», la ha llamado Amado Alonso. El primer poema de Cántico describe el despertar, la invasión de la luz, la consciencia que el poeta va adquiriendo del mundo que le rodea: «Vuelve el alma al cuerpo, / se dirige a los ojos / y choca: ¡Luz! Me invade / todo mi ser».
Este poema, esta forma de adquirir conciencia por la luz — símbolo del conocimiento — recuerda «Aurore» de Valéry. La influencia del gran poeta francés sobre- Guillén ha sido uno de los problemas que ha planteado el estudio de su poesía. Si bien es cierto que Valéry ejerció un influjo inicial sobre nuestro poeta (Guillén tradujo admirablemente El Cementerio marino, v.), su obra coincide con la de aquél sólo en la búsqueda de la esencia eterna de las cosas, «en una posición inmediata ante la realidad — al decir de Dámaso Alonso —, en el sentido de la voluptuosidad y del goce de las sensaciones», pero los procedimientos poéticos y el contenido ideológico son totalmente distintos. (Dámaso Alonso apunta la posibilidad de otra influencia, la del poeta español Francisco Medrano, que vivió entre fines del XVI y principios del XVII). El objeto de la poesía de Guillén es la realidad de las cosas en su plenitud y exaltación, que la retina del poeta sabe sensibilizar profundamente, (así los «mármoles / mártires de las lumbres»). Algún crítico ha llegado a insinuar la posibilidad de una influencia de la fenomenología de Husserl sobre la obra de nuestro poeta. Guillén llega incluso a ser mito de esta misma realidad: «La realidad me inventa. / Soy su leyenda. ¡Salve!».
La dificultad inicial que comporta esta poesía queda compensada con creces por la gran claridad que se desprende de sus versos una vez penetrada su significación. Poesía de desnudez, de esencias, que nos haría pensar en él cubismo pictórico, si fuera más ascética y menos jubilosa. Pero al desnudarse de apariencias, Guillén llega en sus poemas a la raíz viva de la sensibilidad: «El agua, desnuda. / Se desnuda más. / ¡Más, y más! Carnal / se ahonda, se apura». El poeta maneja con exclusividad elementos puros, encumbrados, virginales, perfectos: luz, claridad, cima, viento, nieve, agua, círculo, perfiles, etc. Y es que él siente en las cosas, en sus formas, no sólo la plenitud y la potencia del ser, sino su perfección. Para él todo tiende a ser, a realizarse, partiendo de la idea que es germen y principio de inmortalidad. Al otro lado de las formas, de las palabras, — en su anverso —, está la eternidad: «¡Ah! Reveladora, / el agua de un éxtasis / a mi sed arroja / la eternidad. — ¡Bebe!». Por eso su paraíso está aquí, en «ser nada más»: «Ser nada más, y basta: / es la suprema dicha». A causa de esto, lo más cotidiano, las sillas, el perder el tiempo, el distraerse/es un prodigio constante («prodigios, y no mágicos»). Y esta realidad es, para el poeta, «fábula irresistible», a la que basta sólo conocer (tomar consciencia de ella) y nombrar simplemente («el acto gozoso de ir poniendo nombres a las cosas»). El mismo poeta es el centro de esta consciencia universal («Amanece, amanezco»). Y lo que pertenece al campo de la no consciencia es el caos, la noche, la nada, la negación del canto y de la poesía.
Incluso llega a eliminar el ensueño. Entre los temas de esta poesía cumple destacar el del amor, constante a lo largo de todo el libro; el de la visión de su Castilla natal, estilizada en las coordenadas que forman los chopos con el cielo. La Castilla de Guillén no es como la de Machado o la de Unamuno. (Acaso sería un poco parecida a la de Ortega). La métrica característica de Cántico (dejando aparte el uso de décimas, sonetos, tercetos, etc.) es la de verso heptasilábico, a veces sin división estrófica y frecuentemente encabalgado, que sigue dócilmente el fluir de las imágenes. La pureza de las sensaciones, su encumbramiento, nos viene expresada con recursos estilísticos muy propios, con adjetivos, verbos y adverbios que expresan cuantitativamente y afirmativamente el aumento de la sensación («noche agolpada», «más verdores», «más, y más», «sí, sí, sí»). El uso constante del sustantivo es natural en una poesía como ésta. La forma es concisa, elíptica, en ninguna manera sinuosa como la de Neruda o Aleixandre: cualquier retraso echaría a perder el instante de revelación. Cántico fue subtitulado en una de sus ediciones «Fe de vida», es decir, fe de existir, de ser, de estar y vivir gozosa y jubilosamente entre las cosas. El libro de Guillén no es sólo un libro cimero de la poesía española actual sino uno de los primeros de toda nuestra historia literaria.
A. Comas
Difícilmente puede encontrarse, en cualquier literatura, un libro de una unidad esencial y de un intenso contenido de constante creación lírica, tan exquisito y tan perfecto como Cántico… La obra de Guillen es la joya clásica de la nueva poesía, de la poesía pura española. (A. Valbuena Prat)
…Cántico… parece un libro de poemas; pero es, ante todo, un grito gozoso y maravillado, una interjección única. (Dámaso Alonso)