Cantar de Roldan

[La chanson de Roland]. El relato de las guerras legen­darias de Carlomagno en España y de la impar lucha sostenida en Roncenvalles por Roldán (v.) y los suyos, de la destrucción de los infieles y del traidor Ganelón por obra del emperador, nos ha llegado en va­rias redacciones, de distinta fecha y época; la más antigua e ilustre es la conservada en un célebre manuscrito de la Biblioteca de Oxford; a esta redacción nos referimos cuando hablamos sin más explicación del Cantar de Roldán. En ella el desarrollo del asunto es el siguiente: Carlomagno (v.) combate durante siete años victoriosamen­te en España contra los moros; se le resis­te, al fin, sólo la ciudad de Zaragoza de la que es rey Marsilio. Éste, al límite de la posibilidad de resistencia, lanza proposicio­nes de paz, con el designio de faltar a los pactos apenas los francos se hayan alejado de la Península. Entre los miembros del es­tado mayor cristiano el conde palatino Rol­dán es partidario de la guerra hasta la des­trucción total del enemigo; prevalece, sin embargo, la opinión de la mayoría, propen­sa a discutir las ofertas de Marsilio. ¿Quién irá a Zaragoza a tratar en nombre de Car­los? Para este oficio (peligroso, pues el rey pagano en otras ocasiones ha dado pruebas de extrema ferocidad con los embajadores) se ofrecen varios de los barones más va­lientes; pero el emperador los rechaza, no queriendo correr el riesgo de perder a algu­no de los suyos. Roldán propone entonces a Ganelón (v.), su padrastro, y cuñado de Carlomagno. La propuesta es aceptada. Ga­nelón, que no es en realidad un villano pero está arraigado a los afectos humanos y ha advertido una intención hostil en la desig­nación de su hijastro, marcha lleno de ren­cor.

Advirtiendo su estado de ánimo, los sarracenos le ganan a la idea de una trai­ción que les dé modo de vengarse: Marsilio finge aceptar todas las condiciones de Car­lomagno, incluso la promesa de convertirse; a partir de eso, Ganelón convencerá a su rey para que marche a Francia; en los va­lles de los Pirineos, las retaguardias fran­cesas, donde estarán Roldán y los más va­lientes guerreros, serán atacadas y destrui­das por fuerzas poderosas. El plan preme­ditado triunfa. Veinte mil hombres entre los mejores, mandados por Roldán, son des­hechos en el paso de Roncesvalles por cua­trocientos mil mahometanos. Aunque los cristianos efectúan prodigios de valor, infli­giendo a los adversarios pérdidas inmensas, es inevitable que el número se imponga al heroísmo; cuando el grueso del ejército, lla­mado por el sonido del cuerno maravilloso de Roldán (demasiado tarde, por la obstina­da oposición del héroe en emplearlo), vuel­ve sobre sus pasos, en el campo sangriento sólo encuentra millares de cadáveres. Una intervención divina detiene el sol y alarga el día, de modo que los francos pueden al­canzar a los ejércitos paganos supervivien­tes, que se están retirando, producir estra­gos en ellos y empujarlos hasta el Ebro. Marsilio, mutilado de la mano derecha, llega agotado a Zaragoza. Su derrota coincide con la llegada a Europa de Baligant, emir de Babilonia, que desde hacía tiempo se dis­ponía a ayudarle y había reunido gentes de cuarenta reinos. Apenas Carlos ha termina­do en Roncesvalles las exequias de sus caí­dos cuando se perfila el ataque de las mul­titudes de Baligant. La batalla terrible aca­ba en un duelo que enfrenta a los dos jefes supremos; el emir es derribado, a su muer­te los infieles se dan a la fuga; los francos penetran en Zaragoza; Marsilio muere de pesar, terminada la guerra.

Dejando guar­niciones en el nuevo territorio conquistado, Carlos vuelve a Aquisgrán; la prometida de Roldán, Alda, al anuncio de la muerte del conde, muere inmediatamente; Gane­lón es procesado y descuartizado; la reina Bramimunda, viuda de Marsilio, recibe el bautismo. Todo esto está expuesto en cerca de 4.000 decasílabos de cadencia algo monótona pero sugestiva y majestuosa, recogidos en estrofas asonantadas de dis­tinta longitud, destinadas a ser cantadas sobre una melodía uniforme. Un arte cons­ciente de sus procedimientos rige el poema, que no puede aislarse de la gran tradición de la épica antigua y a propósito del cual nadie osaría todavía hoy tildarlo de ruda e ingenua expresión de un alma primitiva, según la tesis sostenida por el Romanticis­mo, a quien corresponde el «descubrimien­to» del poema, a principios del Ochocientos. Sin embargo, evidente como es, este arte que adquiere su medida más plena en las escenas de la refriega de Roncesvalles, es difícil de definir con exactitud. Desacerta­damente se ha llamado al idioma de la Canción escueto y desnudo; por el contra­rio, la adjetivación es abundante y aunque falten casi por completo las semejanzas, las metáforas escasean menos. Pero ciertamente es un idioma sin oropeles, en constante ac­titud de compostura solemne y hierática: en un relato tejido sólo de encuentros, gol­pes, asaltos y fugas, el movimiento, estilís­ticamente hablando, no existe; la acción la constituyen una serie de marcos yuxtapues­tos, de lo que resulta no tanto un efecto de plasticidad y estatuaria, como a menudo se ha repetido, ni de monumentalidad, como el efecto que puede producir una vidriera gótica pintada, en la que se advierte la mis­ma yuxtaposición de masas netamente di­vididas y en la cual figuras, gestos y colo­res aparecen perpetuamente traslúcidos, quietos y como congelados. El autor, sig­nificado y fecha de composición del poema han sido y continúan siendo objeto de doc­tísimas discusiones.

El último verso nombra a cierto Turoldo en quien puede verse al poeta del Cantar y que ha sido identificado con varios personajes históricos; entre la crítica reciente ha encontrado partidarios la identificación con Turoldo, obispo de Bayeux, luego monje en la Abadía del Bec en Normandía, que vivió a principios del si­glo XII; pero en verdad el sentido del ver­so no es precisable y aquel Turoldo podría también ser, entre otras cosas, un juglar que cantaba la gesta, el amanuense que acabó de copiarla, el autor de una refundi­ción latina o vulgar, en prosa o en verso, utilizada por un adaptador anónimo, o, en fin, un simple artificio literario. El idioma del manuscrito de Oxford, de colorido anglonormando, bajo el cual, sin embargo, se transparentan otras condiciones lingüísticas, no es el original, pese a que éste no se pueda establecer con seguridad. De todos modos, la obra fue ciertamente compuesta en el continente, en la Ile de France, en Normandía o en Picardía. Para la fecha de composición cabe fijar dos límites basados en elementos positivos y sólidos: el año 997 por una parte, y el 1130 aproximadamente por otra; determinar más entre este espacio de tiempo que abarca todo el siglo XI y buen trozo del XII no es posible, porque todo argumento lanzado hasta ahora con tal fin, o da lugar a dudas o es de natura­leza elástica. La gran cuestión es si hay que ascender a una época anterior a la Primera Cruzada (1095-1099) o descender a los años del gran suceso; eruditos actua­les opinan que el Cantar depende precisa­mente de la literatura historiográfica de la empresa de Tierra Santa y llegan a esta­blecer su nacimiento en 1120-1125. El pro­blema de la fecha coincide con el del sig­nificado de nuestro texto.

Todos saben *que los sucesos narrados en él tienen un nú­cleo de verdad histórica: en la primavera del año 778 Carlomagno, todavía no em­perador, llamado a intervenir en las dife­rencias surgidas entre los príncipes musul­manes de España, condujo una expedición militar por la Península, y sitió a Zara­goza; pero una rebelión de los sajones le obligó pronto a desistir del cerco y empren­der el regreso; mientras volvía a pasar los Pirineos, el 15 de agosto del mismo 778, su retaguardia, en la que se encontraban per­sonajes eminentes (entre otros Rolando «pre­fecto de la frontera británica»), fue des­truida, no ya por los sarracenos, sino por bandas de salteadores vascos, con notable daño para todo el ejército. Así pues, nues­tro poema ¿quiere ser histórico? Puede decirse que a la pregunta contestaba afirma­tivamente la crítica del Ochocientos que, aun con disparidad de criterio entre los diversos estudiosos, coincidía en considerar el Cantar, y genéricamente toda la épica francesa, como el último anillo de una larga tradición poética y legendaria perdida, pri­mero franca y luego latina y francesa, ini­ciada a raíz de los sucesos históricos, bajo forma de cantos y de relatos entretejidos en torno a los sucesos. La crítica de los últimos decenios, abandonando el postulado de los orígenes remotos de las canciones de gesta, y sustituyéndolo con la afirmación de que son un producto, absolutamente nuevo, de la civilización de los siglos XI- XIII, ha ido en conjunto acentuando cada vez más decididamente la tendencia a situar El cantar de Roldán en el clima de las Cru­zadas y a advertir un fin propagandístico y exaltador en el cuadro de las mismas. Ahora bien, que el poema respira la atmós­fera de la guerra santa es evidente; pero es evidente sobre todo gracias al episodio de Baligant, donde se advierte universalmente una ampliación innecesaria, perturbadora de la economía de la obra de arte, mientras que en las partes que tienen relación direc­ta con Roldán el tema sentimental no se basa en el hecho de la lucha por la Cris­tiandad, sino sobre el hecho de la sumisión ilimitada al principio feudal del honor y de la obligación de lealtad y fidelidad que li­ga al vasallo con el soberano; por este prin­cipio de vasallaje, que el vengativo Ganelón ofende, sucumbe Roldán con todo su ejér­cito y muere la hermosa Alda.

La innegable unidad exterior del poema (que a este res­pecto se relaciona en más de un pasaje con una gesta latina), podría ser, pues, más bien unificación de preexistentes materia­les, originariamente extraños al espíritu de conquista religiosa y ahora recogidos y ma­nipulados con miras a la exaltación de la fe militante. Hay que tener además presen­te que la ideología del aniquilamiento de los infieles nació mucho antes de 1095: des­de el siglo VIII el Occidente vivía bajo la amenaza de los árabes y con el esfuerzo tenaz de rechazarlos del mediodía de Fran­cia, de las tierras ibéricas y de las islas del Mediterráneo; el propósito de liberar el Santo Sepulcro de los profanadores surge más bien como corolario de la declinación del poderío musulmán en Occidente, pro­vocado por las armas de los príncipes fran­ceses, españoles, normandos y por las re­públicas marineras de Italia. Desde princi­pios del siglo XI la orden de Cluny, esta­blecida como inspiradora y organizadora de la lucha secular de la cristiandad de Espa­ña contra los almorávides, difundía el prin­cipio de que se podía ganar la corona del martirio combatiendo el dominio sarraceno. En 1063 las condiciones de la península ibérica hicieron pensar al papa Alejan­dro II en movilizar a todo el mundo cris­tiano en ayuda de la causa española, que desde entonces la Iglesia promovió sin des­canso, con subvenciones, incitaciones y re­compensas espirituales. El cantar de Rol­dán que no contiene la menor referencia explícita a la guerra de Tierra Santa, sino que tiene por tema, precisamente, la de Carlomagno al sur de los Pirineos, debe pues ponerse en relación con la Reconquista y no con la Cruzada. Añádase que la amis­tad fraternal de Roldán y Oliveros (v.) era ya proverbial algunos lustros después del 1050.

Y se refleja en fin, circunstancia no observada hasta ahora, que ya en la aurora del siglo XII la literatura se nos presenta dominada por un complejo organizado de ideas y de sentimientos en torno a la va­lentía, a la juventud, al amor, etc., extre­madamente típicos, cargados de gran fuerza expansiva, y que, sin embargo, están ausen­tes en el Cantar; cosa extraña para una obra nacida en 1110, 1120 ó 1125, cuando _el concepto trovadoresco de juventud se lía infiltrado incluso en un texto ascético como el llamado Boecio provenzal. Es probable, pues, que nuestro poema sea anterior a las Cruzadas y haya de colocarse, decenio más o menos no importa, alrededor de 1070. Sea como sea, El cantar de Roldán es sin duda uno de los monumentos más grandiosos de las literaturas modernas. La influencia ejer­cida por ella en la poesía posterior, en Francia y fuera de ella, es difícilmente cal­culable. Una multitud de eruditos le ha de­dicado indagaciones y estudios. Impresa por primera vez por Francisque Michel en Pa­rís en 1837, ha tenido a continuación una serie de ediciones, llevadas con criterios dis­tintos, de las cuales las últimas importan­tes lo han sido a cargo de Joseph Bédier (París, 1922) y de Giulio Bertoni (La «Chanson de Roland», Florencia, 1935). [Tra­ducción en verso de Francisco Manuel Vallein de Villaverde (Valencia, s. a.); y de Benjamín Jarnés (Madrid, 1926)].

S. Pellegrini

Grandiosa en su rudeza, llena de un so­plo heroico, imperial y nacional. (Sainte-Beuve)

Poesía de la austeridad y tragedia de una fe por la que se combate y muere… Su for­ma, elemental y popular, es en verdad co­herente con dicha inspiración, incluso en lo           que pueda parecer enjuto y carente de adornos. (B. Croce)

*    La primera redacción en lengua alema­na del asunto épico del Roldán está cons­tituida por el poema de 9094 versos en alemán medieval, El cantar de Roldán [Roulandes Liet], compuesto en 1131-1133 apro­ximadamente por el clérigo Konrad von Regensburg por indicación del duque En­rique el León, de Baviera, editada por pri­mera vez por Wilhem Grimm (1838), luego por Bartsch (1874) y recientemente por Wesle (1928). El autor declara que quiere traducir fielmente la antigua Chanson de Roland francesa, para lo cual utilizó la primera redacción que nos falta; pero en realidad amplió su original hasta casi el doble* Respecto al original francés, el autor alemán ha intercalado casi siempre añadi­duras y ampliaciones especialmente en las descripciones (de batallas, de armas, de tra­jes, de personas, de escenas particulares) y en los discursos y modalidades que se hacen a menudo larguísimos y pesados. Pero sobre todo ha introducido después en el asunto un tono y un significado ético dis­tinto que ya no es el nacional patriótico de la epopeya francesa, sino religioso. Así los héroes, por ejemplo Carlomagno y Rol­dán, no son tanto guerreros cuanto márti­res cristianos, y toda la campaña de Car­los en España es una cruzada contra el paganismo, y la victoria de Carlos sobre los árabes se reduce a una conversión de los paganos al cristianismo. Este tono corres­ponde por otra parte perfectamente a la tendencia general de la literatura güelfa a la que pertenece el poema de Konrad, además de las diferencias peculiares del espíritu alemán y el francés.

M. Pensa

*    En los tiempos modernos el motivo de Roldán, recogido por los románticos, ha tenido numerosas readaptaciones en poe­sías, baladas y romanzas de diversos auto­res: Friedrich Schlegel, Uhland, Stóber y de Vigny están entre los más importantes.

*    Auguste Mermet (1810-1889) sacó del antiguo Cantar de Roldán de Turoldo un libreto de ópera para el cual compuso mú­sica. La ópera, titulada Roldán en Ronces- valles (Roland á Roncevaux), fue repre­sentada en 1864 en París. (Sobre este argu­mento v. además Roncesvalles y Carlomagno).