[Calligrarrimes]. Volumen de poesías del poeta franco-italiano-polaco Guillaume Apollinaire (Wilhelm Apollinaris Kostrowitzky, 1889-1918), publicado en París en 1918. Las poesías que lo componen fueron escritas entre 1913 y 1916 y el libro lleva el subtítulo de «Poesías de la Paz y de la Guerra»; las poesías inspiradas por la guerra europea de 1914-18 o influidas de cualquier modo por el ambiente (muchísimas están escritas e incluso impresas, mejor dicho, poligrafiadas, en la trinchera) son la gran mayoría, como lo demuestran los títulos de las seis secciones: «Ondas», «Estandartes», «Refugio de Armons», «Resplandores de los tiros», «Obuses color de luna», «La cabeza estrellada» [«Ondes», «Étendards», «Case d’Armons», «Lueurs des tirs», «Obús couleur de lune», «La téte étoilée»l. Pequeño libro de juegos fantásticos, cancioncillas nostálgicas, descripciones ultraimpresionistas, audacísimas extravagancias y sencillas melancolías con cadencias populares, que, junto con Alcoholes (v.) del mismo Apollinaire, tiene una importancia capital para la historia de la poesía moderna europea.
Se advierte, con toda evidencia, el paso del simbolismo y del «versolibrismo» a la teoría marinettiana de las «palabras en libertad» y a la nueva retórica (de la que el mismo Apollinaire fue el principal inventor) del Surrealismo o incluso del Cubismo. Y que la guerra había de ser el ambiente natural para el florecimiento más extremado de estas experiencias se advierte perfectamente en estas poesías, donde se tiende con entusiasmo a la «liberación de todos los ligámenes» y donde el natural cosmopolitismo de la nueva poesía se alimenta del carácter europeo, casi mundial, de aquel conflicto y el sentimiento de un mundo que termina se une a la obstinada lucha contra la tradición. La parte más original y famosa, sin embargo, de la que tomó el libro el nombre, es la de los «caligramas» propiamente dichos, que son composiciones extravagantes, curiosas y en el fondo cómicas, donde los caracteres más variados de la escritura manual (desde la cursiva caligráfica basta los groseros signos monolíticos de las inscripciones sobre las paredes) se alternan con los tipos de imprenta, cubriendo la página con palabras y frases enteras (curiosas sentencias epigramáticas más que versos), que forman con sus caprichosos arabescos toscos dibujos: de una pipa (el más sencillo, inscrito en versos regulares), de una mandolina, de una flor, de la lluvia que cae, de un pájaro, etc. Y quizás son pura y simplemente juegos otras fantasías más complejas e indudablemente impresionantes («Lettreocéan») y más aún la representación del terremoto. Cosas ante las cuales, todavía hoy, después de casi medio siglo uno queda no ya escandalizado, pero sí ciertamente perplejo. De ahí salieron los sectarios más audaces para acabar en la extrema y ambiciosa pobreza de los «Ideogramas» propiamente dichos.
Y sin embargo, el Apollinaire poeta aparece en el conjunto del libro mucho más rico, puesto a emprender las direcciones más distintas, capaz de todos los atrevimientos, pero sin duda mucho más íntimamente ligado a las sabias repeticiones de los ritmos antiguos y populares (es evidente la cita de Villon), sugestivo en ciertas imitaciones de cantos de soldados con una humilde magia musical que recuerda a Verlaine («Une Femme qui pleurait / Eh! Oh! Ah! / Des soldats qui passaient / Eh! Oh! Ah!…»). Precisamente en esta dirección parecen encontrarse los acentos más sinceros de Apollinaire poeta: en sus efusiones inmediatas y delicadas, de tono elegiaco en el fondo, que encuentran vocablos tan vulgares que se convierten en preciosos; o sea en aquella forma de la «cancioncilla trágica» que es a fin de cuentas la conquista más indiscutible de la lírica modernísima: «As-tu connu Guy au galop / Du temps qu’il était militaire / Astu connu Guy au galop / Du temps qu’il était artiflot / A la guerre». También de importancia decisiva, sobre todo para aquel movimiento poético del que Apollinaire fue sin duda el máximo representante, es la última poesía, casi su testamento poético: «La Jolie rousse» (que sería la «Raison ardente», casi la razón poética de los nuevos tiempos). En ella Apollinaire se instaura casi como juez de «este largo litigio entre la tradición y la invención, el Orden y la Aventura» y se dirige a los hombres del Orden pidiendo indulgencia con sutil ironía, que no excluye verdadera humildad: «Nous ne sommes pas vos ennemis / Nous voulons nous donner de vastes et d’étranges domaines / Oü le mystére en fleurs s’offre á qui veut le cueillir / II y a la des feux nouveaux, des couleurs jamais vues…». Que era en el fondo la ambición de Rimbaud, limitada y humanizada, despojada de toda impiedad ambiciosa.
M. Bonfantini