[Ciascuno a suo modo]. Comedia en tres actos de Luigi Pirandello (1867-1936), representada en 1924. Pertenece a la trilogía del «teatro en el teatro», iniciada con Seis personajes en busca de autor (v.) y terminada con Esta noche se representa improvisando (v.), pero es de las tres la más pobre, sostenida por un mecanismo dialéctico completamente externo, mientras el comediógrafo queda enredado en sus propios jeroglíficos. La trilogía, que, en el fondo, afronta una especie de fenomenología del teatro, lo que trata es de discutir, con el pretexto del teatro, las relaciones entre apariencia y realidad: el proceso del conocimiento, que aquí se observa empíricamente, llega a la conclusión misma de los filósofos existencialistas, que se ocupaban de la cuestión por los mismos años que Pirandello, conclusión que llamaron «jaque»; ya en Así es (Si así os parece) (v.), escrita en 1916, el conocimiento, todo conocimiento, se da como precario o bien resuelto proponiendo un acto de fe.
La tesis que aquí explora, es la de la realidad que copia el teatro, aunque se trate no ya de realidad auténtica, sino de realidad ficticia, con mayor o menor grado de consistencia; más allá de la tesis, aunque sea una tesis negativa, pero de la que participa con el rigor de un aparato dialéctico preparado con gran cantidad de gestos, ya mágicos, ya charlatanescos, el comediógrafo acepta una parte de la herencia naturalista y es, en la observación de costumbres, un verdadero maestro que describe de manera muy ácida y propia los modales y los hechos sociales; olvida por otra parte, en el acto de abandonarse a su juego, la ingenuidad de su simbología, aproximándose a una especie de tragedia do la burla, reuniendo las intenciones de Verga con la jerga exasperada de un Gandolín. Cada uno a su manera, es una comedia de clave: comienza al entrar en el teatro, donde en una hoja distribuida al público se explica que el asunto de la comedia se inspira en el caso del escultor La Vela, del barón Nuti y de la actriz Moreno, caso que concluyó con la muerte del escultor. El barón y la actriz (ésta es la clave) están presentes en la sala. En el escenario aparece un saloncito en el que todos están consternados por el imprevisto suicidio del pintor Giorgio Salvi. Doro Palegari defiende de la acusación general, con tanto calor, a la actriz Delia Moreno, que todos le creen enamorado de ella; ocurre por el contrario, que reflexionando mejor, poco después, Doro cambia de opinión. Pero entonces, el que más vivamente le contradecía, convencido por los argumentos primeros de Doro, se pasa a su favor; irritado éste por tan imprevista volubilidad discute con el otro, se insultan, y terminan desafiándose.
Cuando viene la mujer a darle las gracias, Doro Palegari se da cuenta de que cuanto había dicho en defensa de ella era verdad, pero la propia actriz le instiga a la duda de que tal vez no es así, y él continúa en la habitual incertidumbre de los personajes pirandelianos, sin saber por qué se bate. Entre el público surgen duros comentarios contra el autor de la comedia, corren las voces más disparatadas sobre la representación; esto en el «entreacto». El barón que ha venido a meter baza entre las discusiones del salón, encuentra a la actriz que viene a tratar de evitar el duelo. Llega entonces la revelación; ambos por amor de Giorgio Salvi, habían mentido, sacrificándose, pero ahora ya no es posible. Ante los ojos asombrados de los duelistas, se abrazan y se van. Apenas terminado el acto, el barón y la Moreno, que estaban en el palco, reconociéndose en el argumento, se abrazan a su vez y siguen la suerte de la ficción, entre el tumulto general, de modo que el espectáculo se interrumpe. Entre tantos repliegues de frívolas inclinaciones, se pierden las mejores intenciones de Pirandello. Cuestiones forenses, psicologías voluntariamente «estéticas», artificios dialécticos, se amontonan en confusa sordidez. El hallazgo de los tres planos de la -realidad revela la inconsistencia de una investigación sobre la naturaleza del espectáculo que ha terminado por alejar al autor de los auténticos hallazgos.
G. Guerrieri