Con el título de un célebre canto revolucionario, Giosue Carducci (1835-1907) tituló doce famosos sonetos en los que, inspirándose en la Revolución francesa (v.) de Carlyle y en especial en la de Michelet, evocó algunos momentos y episodios del dramático septiembre de 1792: «el momento más épico de la historia moderna». Pero «Ca ira», advierte Carducci, es sólo «el lema histórico de un momento histórico», de aquel momento en que, de la mezcla violenta de los elementos y de las fuerzas de toda una civilización y raza, del conjunto apocalíptico de héroes y villanos, de terror y heroísmo, despuntaba radiante, incluso en su aureola de sangre, el alma de la civilización moderna. En los sonetos del Qa ira confluye y encuentra su purificación lírica toda la ideología revolucionaria que soplaba silbando en los Yambos y Epodos (v.). Pero Carducci, que también había reflexionado sobre la posibilidad, al menos, de la epopeya en la edad moderna, no tuvo necesidad de forzar ficticiamente la historia para trasladarla al plano de la epopeya: aquí la historia es por sí misma epopeya. Y en todos los sonetos se hace sentir líricamente la presencia de la Némesis: fuerzas amenazadoras e irresistibles que, desencadenándose, imprimen a la historia un ritmo rapidísimo y frenético cuyo fragor amenazante parece dejarse oír incluso en las pausas que separan un soneto de otro.
Ya el primer soneto transporta al lector a una atmósfera grave de hado y de oscura violencia: el sol brilla alegre sobre los collados de Borgoña y del Marne, pero el haz de los vendimiadores cae airado «como una segur» y las vides parecen verter sangre; el labrador mueve el aguijón «como si blandiese la lanza» y agarrando la mancera grita: «¡Adelante, Francia, adelante!», mientras el aire se oscurece con crecientes «fantasmas que buscan la guerra» ¿Quiénes son estos fantasmas? Son los hijos de la tierra cansada, que surgen armados con la cimera del ideal; los caballeros azules, blancos y rojos que la Patria arranca de su seno: Kleber. «Hoche sublime», la «onda procelosa» de Murat, y Marceau que abandona alegre a la muerte, como a los brazos de una esposa, sus veintisiete años. Pero de las «reales Tullerías de Catalina» en la tiniebla de la noche se yergue «una forma» gigantesca y espantosa, que hila e hila incansable… Mientras tanto llegan a París, una detrás de otra, las noticias de las derrotas de los ejércitos republicanos: Longwy cae, los fugitivos se lanzan cubiertos de polvo a la Asamblea excusándose de la imposibilidad de defender la plaza fuerte: «Faltaban las armas. ¿Qué más podía hacerse? / Morir /, responde la Asamblea sentada» [«l’armi fallían. Che piü far si potea? / Morir /, risponde l’Assamblea seduta»]. Verdún abre sus puertas «al enemigo»; la hora es grave y el peligro parece irreparable; pero he aquí que la nación saca de su seno a dos hombres capaces de convertir la derrota en victoria: Danton, «pálido, enorme», y el tétrico y sanguinario Marat.
Llegó la hora de la expiación; llegan turbios del pasado los recuerdos de las «dragonnades», de la cruzada contra los albigenses y de la noche de San Bartolomé; sangre que hierve, y fermenta embriagando a los corazones de perdición; la bella, blanca y rubia princesa de Lamballe irá en lo alto de una pica a llevar al Temple, a la reina, «los buenos días de la muerte», mientras el rey, «inclinado» ante su pueblo, «a Dios pide perdón / de la noche de San Bartolomé». La revolución crea a los hombres necesarios, elevándoles por encima de ellos mismos; incluso «Dumouriez, el espía», «recobra» en su corazón el genio de Condé, y pone en movimiento a las «felices Termopilas de Francia» con la sangre de sus legiones «sansculotte» camino del molino de Valmy, donde se decide el destino de los pueblos modernos, mientras «la marsellesa, entre el cañoneo, / sobrevuela, arcángel de la nueva edad» [«la marsigliese tra la cannonata / sorvola, arcangel de la nuova etate»] y, portavoz del poeta, adivino e intérprete de la grandeza del suceso, de un grupo de oscuros surge Wolfgang Goethe anunciando: «hoy desde este lugar comienza la nueva historia» [«…oggi da questo luogo incomincia la novella storia»]
El Qa ira, pese a sus desigualdades, es sin duda una de las más altas manifestaciones de la poesía carducciana en el campo de la celebración y representación histórica; ideología y pasión, entusiasmo y fantasía se equilibran, en las breves, pero robustas, estructuras tradicionales del soneto, en una síntesis poderosa, en un lirismo vibrante y llameante, del que resulta la fórmula de la mejor poesía histórica carducciana; una épica humana y sabia, románticamente apasionada.
D. MattalIa