La Caja de Juguetes, Andrée Hellé

[La boite á joujoux]. Ballet infantil de Andrée Hellé, para la música de Claude Debussy (1862- 1918). Compuesto durante el verano y el otoño de 1913, fue estrenado póstumamente en 1919. Terminada la redacción pianística, Debussy no dejó más que un esbozo de la partitura orquestal, que fue más tarde ter­minada por Andrée Caplet. Precediendo a la música se lee el argumento: «Esta historia tuvo lugar en una caja de muñecos. Las cajas de muñecos son, realmente, una espe­cie de ciudades en las que los muñecos vi­ven como personas. O las ciudades no son, tal vez, sino cajas en las que los hombres viven como muñecos. Algunas muñecas es­taban danzando: un soldado vio a una de ellas y se enamoró; pero la muñeca había entregado su corazón a un Polichinela pe­rezoso, frívolo y pendenciero. Entonces, entre los soldados y los polichinelas, se desató una gran batalla durante la cual el pobre sol- dadito de madera fue lastimosamente he­rido. Abandonada por el maleducado Poli­chinela, la Muñeca recoge al Soldado, lo cura y lo ama; se casaron, fueron felices y tuvieron muchos hijos.

El Polichinela frívo­lo se convirtió en guardia rural. Y la vida continuó en la caja de los muñecos». Bajo la pluma de Debussy, este mundo de jugue­tes se transforma en un mundo humano, cuyos sentimientos se simplifican hasta el máximo, aunque no por ello carezca de los más deliciosos matices psicológicos; esto se pone de relieve, sobre todo, a partir del segundo cuadro, cuando la muñeca se de­cide a curar al soldado herido, y se enamo­ra de él: «El alma de la Muñeca es más complicada de lo que pueda suponer el propio Maeterlinck, escribió Debussy, y no puede soportar nunca la charlatanería con que se despachan tantas almas humanas». Sobre el campo de batalla, entonces desier­to, se esboza el dulce idilio entre los dos enamorados. Las ternuras que ambos inter­cambian no son menos conmovedoras que las que veinte años antes caracterizaron a los protagonistas de Pelléas y Melisanda.

El lenguaje musical de Debussy no se empequeñece en este modesto mundo de juguetes, sino que se hace más delicado y más leve, sumamente simplificado en sus elementos. Después de la trama de la batalla, la vida transcurre en una atmósfera de idi­lio, primero amoroso y luego familiar, que Debussy expresa con una sucesión de con­movedoras y purísimas expresiones musica­les, para desvanecerse en los largos y miste­riosos acordes, del «Epílogo», cuando todo retorna a la normalidad y los muñecos re­cobran su inerte paz en la caja.

A. Mantelli