[Bucoliques]. En la tradición de una poesía inspirada en la naturaleza según el alto ejemplo de Teócrito y de Virgilio, destacan por su lozanía y originalidad estas Bucólicas de Jules Renard (1864-1910), publicadas en 1898. El amor delicado y bienhechor del campo, que condujo al autor a la seguridad de las Historias Naturales (v.), le inspira aquí tenues cuadritos de vida agreste, en la observación de la fatiga cotidiana y en la sonrisa de lo bien ejecutado. Sólo aproximándose a la existencia de los humildes y viviendo sus sufrimientos, podemos comprender el hálito espontáneo de su obra, que encierra alegría incluso en el tormento: los corazones sencillos soportan adversidades que doblegarían a más de un habitante de la gran ciudad. Trazos distintos, arrancados de la vida de los aldeanos, y una experiencia de artista que ama a la naturaleza y en su interior la siente palpitar en todas sus formas, desde el grillo hasta el gusanillo o a las plantas que susurran con el viento, forman por sí mismos, sin el menor propósito literario, cuadritos amables y humanos, coloreados con la ironía, algunas veces burlona y juguetona, que nace de observar los contrastes de las cosas y la meta hacia la que tienden con pasión demasiado grande y ansiosa.
«Felipe» [«Philippe»] describe la vida de un buen aldeano que sabe hacer de todo un poco en su casa: la mujer le procura felicidad y él le procura trabajo, y pronto los hijos aportan nuevos afectos en una luz de sencillez que parece hasta heroica; «Mamá Juana» [«Maman Jeanne»] muestra un tipo testarudo de aldeana que por un pleito con una vecina duerme fuera de su casa, bajo la lluvia y no se da por vencida, teniendo razón, ni cede a una broma que tiene todo el aspecto de un abuso a su vejez; «La prima Nanette» [Cousine Nanette»] no quiere subir al tren que le parece algo diabólico: vive contenta con poco y es feliz. Frescos paisajes («El río» [«La ríviére»] que corre junto al castillo, mientras el pueblo está arriba del cerro y los pobres no pueden cambiar de lugar sus casas, para disfrutar las aguas) y diálogos y cuadritos de vida ofrecen el milagro de una naturaleza virgen y hermosa; y con el descubrimiento del mundo en el corazón de los niños (en las escenas y reflexiones de «Pedro y Berta» [«Pierre et Berthe»] sellan una gracia digna de ser conquistada a costa de dolores y desencantos. También esta recopilación testimonia el cuidado minucioso y elegiaco con que Renard, aun permaneciendo fiel a los principios de la escuela naturalista, muestra una sensibilidad aguda y precisa, en forma epigramática, que es característica de su visión de las cosas.
C. Cordié