Beneficio de Jesucristo

[Trattato utilissimo del Beneficio di Gesü Cristo erocifisso verso i cristiani]. Impreso anónimo en 1542, seguidamente en Venecia en 1543 y después numerosas veces, alabado por elevadas dignidades eclesiásticas como los cardenales Pole, Contarini y Morone y tra­ducido a las principales lenguas europeas, este libro fue después reconocido como «compendio de los errores luteranos», con­fiscados sus ejemplares y quemados. Atri­buido primero al humanista reformado Aonio Paleario, ahora se le reconoce como obra del monje benedictino dom Benedetto Luchino de Mantua (muerto, con más de ochenta años, en 1599), que entregó su tra­bajo al poeta Marcantonio Flaminio para que «lo puliese e ilustrase con su bello es­tilo». El Beneficio de Cristo es la obra más notable de la Reforma italiana. Es una fer­vorosa apología de la doctrina de la «justi­ficación por la fe», con la entonación típica -de la secta de Valdés. El «beneficio» es la remisión de los pecados de los hombres gracias a la pasión de Cristo en la Cruz; requiere a los hombres para que «abracen» su «justicia», haciéndola «nuestra», por me­dio de una «fe santa y viva». Esta fe no es evidentemente la «fe histórica», la mera creencia en las verdades reveladas, fe que también los demonios tienen, sino la «fe viva», la fe que «como una divinidad en el alma del cristiano» le hace «obrar sobre­humanamente sin cansarse jamás», y lo «in­flama» y lo «enamora» de Dios, dándole un «ardentísimo deseo» de parecerse a Cristo en el amor al prójimo. Obrando de tal ma­nera la fe viva, es importante que el alma fiel esté «asegurada» contra la «desconfian­za» que la «prudencia humana» trata de sugerir. Poderosas armas para defenderse de esta pésima tentación de la prudencia, son las oraciones y el uso frecuente de la santa comunión y la memoria del bautismo y de la predestinación. Esta última doctrina, que no implica necesariamente una dependencia de Calvino, está tratada únicamente en el confortante sentido de la certeza, para los creyentes, de que están elegidos para la vida eterna. Porque el recibir el Evangelio con alegría es el signo de que somos hijos de Dios, al que llamamos «Pater Noster». Todos los tristes accidentes de las cosas temporales y transitorias no pueden preva­lecer contra esta certeza.

G. Miegge