Batracomiomaquia, Homero

[Batalla de los ratones y las ranas]. Poema burlesco en hexámetros atribuido en la antigüedad a Homero. Trata, con tono so­lemne y todo el aparato épico, de un débil episodio análogo al de las fábulas esópi­cas; un ratón viene a apagar su sed en una laguna y es invitado por una rana a subir a su espalda para ir a visitar su casa; pero, en un momento determinado, la rana, aterrorizada por la vista de una serpiente acuática, se sumerge y el ratón se ahoga. De ahí surge una guerra cruenta, precedida de una asamblea de dioses en el Olimpo. Zeus (v.), invita a Atenea (v.) a intervenir a favor de los ratones que pueblan en gran número sus templos, pero Atenea, airada con los ratones porque le han roído el pelo y con las ranas porque le han estorbado el sueño, no quiere participar en la lucha, e induce a los demás a hacer lo mismo; las ranas quedan en una mala situación sobre todo por la aparición en el campo de batalla del terrible ratón, Robaparte, parodia de la de Aquiles (v.) en el libro XVIII de la Ilíada (v.) cuando Zeus, apiadado, lanza un rayo que aterroriza a los ratones y envía contra ellos el terrible escuadrón de los cangrejos; mordidos y perseguidos por éstos, los ratones son definitivamente puestos en fuga. El poe­ma pertenece a un género burlesco del cual la antigüedad conocía otros ejemplos; la burla nace del contraste entre la solem­nidad del tono épico y la sencillez del asun­to. El problema de su atribución y de su fecha ha sido discutido extensamente; en la actualidad, no se cree que sea obra de Home­ro ni que exista motivo alguno para que haya sido escrito por Pigres de Halicarnaso, a quien lo atribuye un pasaje de Suidas. Fue compuesto probablemente entre el si­glo VI y el IV a. de C., y durante largo tiempo fue texto escolar; a una refundi­ción posterior son debidos probablemente los elementos helenísticos que se notan en el texto. La Batracomiomaquia ha agradado mucho a los antiguos y a los modernos; entre otros, a Leopardi que la tradujo va­rias veces y la completó con los Paralipómenos; también la tradujo, en hexámetros, Giovanni Pascoli. Hoy, sin atribuir al poema un valor excesivo, se admiran la sencillez y la espontaneidad de la parodia. El autor ha demostrado particular habilidad y ri­queza de fantasía en la invención de los nombres como Hinchacarrillos, Robaparte y otros semejantes, propios para resumir las características de los diversos personajes. [Trad. española en verso por Genaro Alenda, y en prosa por Luis Segalá (Barcelona, 1927)]. C. Schick

*   El poeta húngaro Nihály Csokonai Vitéz (1773-1805) imitó en 1791, en su Békaegérhare, el poema griego, infundiéndole un sano humorismo lleno de elementos moder­nos y populares. Los asuntos están dividi­dos en «cuatro pipas para fumar».

*   Una mayor vinculación al espíritu del original y una más íntima riqueza de fanta­sía tienen los Paralipómenos de la Batraco­miomaquia [Paralipomeni della Batracomiomachia], poema satírico en octava rima de Giacomo Leopardi (1798-1837), publicado póstumo en París por iniciativa de Antonio Rarieri en el año 1842. Inspirado por las varias revoluciones que tienen lugar en Italia desde la Revolución francesa, es pro­bable que el poema empezara a adquirir su forma definitiva entre 1830 y 1831, y que el poeta interrumpiera su labor por un largo espacio de tiempo volviendo sobre él en sus días de Nápoles, en los últimos años de su vida. Por medio de personajes fabu­losos como Miratondo, Leccafondi, Rodipare, Camminatorto, Senzacapo, y así suce­sivamente, los movimientos políticos de su tiempo, con carbonarios y legitimistas, son retratados con alta y desolada ironía. En el metro sorprendente de la octava, que aquí parece empleado con intención irónica por el poeta de métrica libre de la Calma (v.) y del Pastor errante, los Paralipómenos po­nen de manifiesto su arte consumado. La Batracomiomaquia homérica había sido va­rias veces traducida por el joven Leopardi en sextinas: aquí recupera, con mayor ma­durez, aquel tono y aquella onda de una sonrisa un tanto académica y a pesar de ello sincera; y se ha dicho, con verdad, que se reconoce en ella «el estilo de la sonrisa, de la ilusión por el gusto de la variedad».

F. Flora

Inigualable cuando se encierra en su mundo, cuyos misterios escruta y descubre, cuyas punzadas siente, cada vez que Leo­pardi echa la mirada al exterior, satirizan­do e ironizando, apenas si roza lo mediocre. (De Sanctis)