Baladas de Uhland

En la literatura romántica alemana las baladas de Ludwig Uhland (1787-1862) ostentan un particular y propio relieve. Un grupo completo pre­senta un carácter netamente popular: «El buen camarada» [«Der gute Kamerad», 1809], es el episodio del poeta que va a la guerra con su mejor amigo al que hiere una bala; al caer tiende por última vez la mano al compañero, pero éste no puede dársela porque está cargando el fusil y con viril dolor le dice simplemente «¡ Sé mi buen camarada en la vida eterna!». Cono­cida ya por todo el pueblo como una ver­dadera canción popular es «La hija de la hostelera» [«Der Wirtin Tóchterlein», 1809]; tres jóvenes atraviesan el Rhin y entrando en una posada preguntan por la bella hija de la patrona, pero la encuentran muerta; los tres la amaban, pero tan sólo el tercero con el amor verdadero que va más allá de la tumba. Particularmente sugestivo es «El castillo a orilla del mar» [«Das Schloss am Meer», 1805], que por su forma dialogada y por su desenlace, voluntariamente obs­curo, recuerda las antiguas baladas popu­lares germánicas, mientras que por el som­brío escenario del paisaje marino nórdico presenta cierta afinidad con El rey de Tu­le (v.) de Goethe.

Se trata de una peque­ña tragedia que se sobreentiende porque la muerte de la hija del rey está apenas insi­nuada y se desprende tan sólo de la dolo- rosa tristeza que respira el ambiente y del duelo de la pareja real. La patética balada inspiró, a un biznieto de Lessing, un cua­dro titulado «Pareja real de luto», extraor­dinariamente admirado por Chamisso, quien le dedicó un soneto. Alegre y graciosamen­te irónica es, en cambio, la romanza «El ciervo blanco» [«Der weisse Hirsch», 1811], en la que, mientras tres cazadores, a la caza del ciervo blanco, dicen bajo un árbol sus respectivas fanfarronadas y fantasean sobre la presa, el ágil animal pasa ante ellos como una flecha burlándose: «Husch, husch, piff, paff, trara!». Muy conocida también, espe­cialmente por la música de Schubert, es «La monja» [«Die Nonne», 1805.], que por amor al hombre amado, al cual tuvo que renun­ciar en vida, le sigue a la muerte, libertada por la Madre de Dios. Como todos los ro­mánticos, Uhland también siente predilec­ción por la Edad Media, por la caballería y por las grandes leyendas populares, que hizo objeto de estudios especiales. De fondo nórdico-danés son las baladas: «Harald», un héroe que, según el tema tratado por Herder y Goethe, cae víctima del en­canto mágico de los elfos, y «El rey ciego» [«Der blinde Kónig», 1841], al cual un ban­dido ha raptado su hija Gunilda, salvada luego por su joven hermano en un valeroso duelo.

La batalla tiene vigorosos acentos, especialmente cuando el anciano suplica al bandido y luego, cuando a la orilla del mar, intuye por el son de las armas las fases del combate y la victoria de su hijo. Otro carácter, más concreto, ora histórico, ora humorístico, tienen las baladas que Uhland, que era suebo, sacó de la historia de su región. Al conde Eberardo de Würtenberg (m. 1392), llamado el pendenciero, están dedicados «El espino albar del conde Eberardo» [«Graf Eberhards Weissdorn», 1811], cuadrito idílico en el cual el piado­so conde, ya viejo, está sentado bajo el árbol plantado por él con una ramita re­cogida durante una cruzada en Palestina; y un ciclo titulado «Graf Eberhard der Rauschbart» (1814), donde se exaltan sus gestas. Una exaltación del caballero suebo, amante de las libertades, es «El copero de Limburg» [«Der Schenk von Limburg», 1816], balada de libre invención, inspirada en una escultura de madera: un caballero suebo, durante una cacería, encuentra junto a una fuente al emperador germánico, el cual le amonesta por no encontrarle nunca en casa, y tomándole la lanza en prenda, le ofrece a cambio su propio caballo para darle a entender que desea tenerle en la corte; pero el caballero le ruega encarecidamente que le deje conservar su libertad mientras sea joven y fuerte: el emperador, entonces, recurre a una astucia: le ruega que le trai­ga agua de la fuente en el vaso que lleva al cinto y, cuando aquél ha obedecido, le nombra copero del imperio.

Aún más cono­cida, por su característico humorismo sue­bo, es la «Narración sueba» [«Schwábische Kunde», 1841], que cuenta la heroica em­presa de un valiente caballero suebo del ejército de Federico Barbarroja en Tierra Santa: asaltado por unos cincuenta turcos, hace pedazos al más atrevido, pone en fuga a los restantes y explica al emperador que estas estocadas son conocidas en todo el imperio como «estocadas de suebo». Buen conocedor de las literaturas romances, Uh­land recoge con gusto, incluso como poeta, el ciclo de las leyendas sobre Carlomagno, para lo cual le servían de fuentes el VI li­bro de la Realeza de Francia (v.) y Noches de invierno de Drummer, traducción del libro español de Antonio de Eslava. De los héroes guerreros recogió el lado más suave y humano. Así el «Pequeño Roldán» [«Klein Roland», 1808] narra que Berta, hermana de Carlomagno, había renunciado a todo por amor a Milón y, repudiada por su hermano, se refugia en Siena junto con su hijo, el pequeño Roldán (v.); éste, em­pujado por el hambre, va a pedir limosna a la ciudad en donde se encuentra Carlo­magno y llega hasta la mesa imperial, de donde toma víveres y bebidas, diciendo que eran para su madre, a la cual corres­ponde lo mejor de la mesa del emperador. Éste, curioso y divertido por la desenvol­tura del muchacho, pide que se le presente esa «reina de los pordioseros»; grande es su sorpresa cuando en ella reconoce a su propia hermana, a la cual perdona gracias a la franca originalidad del pequeño Rol­dán.

Una graciosa burla de los palaciegos de Carlomagno nos narra «Roldán escudero» [«Roland Schildtrager», 1811] y «La travesía del rey Carlomagno» [«Kónig Karls Meer- fahrt», 1812]. Con un halo de romántica poe­sía es tratada siempre la figura del trovador, al cual dedica un pequeño ciclo completo de baladas titulado «Amor de trovador» [«Sángerliebe», 1812], que comprende: «Rudel» con la famosa leyenda del poeta enamora­do de la lejana princesa; «Durand», que con su canto despierta del sueño mortal a su Blanka pero muere él mismo; «El Caste­llano de Coucy», la conocida leyenda del fiel castellano que muere en Tierra Santa y encarga al escudero que lleve, a la dama que le ha desdeñado, su corazón de aman­te; pero el marido, injustamente celoso, hace comer el corazón a su esposa, que, de pronto, arde de amor por el muerto. «Ber­trán de Born» (1829) exalta la figura del célebre caballero-poeta provenzal, recor­dado por Dante en el Infierno y cantado también por Heine en una breve balada: éste, después de haber instigado a los hijos de Enrique II de Inglaterra contra su pro­pio padre, es apresado, mientras que su fortaleza de Hautefort es reducida a ceni­zas. Conducido ante el rey, expresa todo su orgullo de poeta y de guerrero y es tan poderosa la elocuencia de su palabra, que el rey, como anteriormente sus hijos, se deja subyugar por la fascinación de su in­genio y le devuelve la libertad. El lenguaje de la balada es de una elevación paralela al majestuoso patetismo del argumento.

Pero llega a su cumbre la exaltación de su poder en la «Maldición del trovador» [«Des Sángers Fluch», 1814]. Es el mismo concep­to expresado en el «Trovador» de Goethe y en el «Reparto de la tierra» de Schiller: el arte del canto es sagrado y está bajo la protección de los dioses. Un trovador ancia­no y uno joven entran en el castillo de un rey cruel y con su mágico canto conmue­ven a todos los presentes; cantan la pri­mavera y el amor, la libertad, dignidad, fi­delidad, santidad, de todo lo bueno y no­ble. La reina, fascinada, les arroja una rosa; entonces el rey, furioso de ver también a su esposa seducida por el canto, arroja su lanza contra el joven, que cae en los brazos del anciano. Éste, alejándose, pro­nuncia contra el rey y su castillo una te­rrible maldición que pronto se cumple: y todo perece y se esfuma en la vergüenza y el olvido. La estrofa de la balada es la mis­ma de los Nibelungos (v.), que se adapta bien a su nórdico sentido de la tragedia. Finalmente, también el ciclo de las anti­guas leyendas inglesas y anglonormandas inspiraron la musa de Uhland. «Taillefer» es un alegre forjador-poeta que acompaña a Guillermo el Conquistador, du­que de Normandía, a la conquista de In­glaterra, y en compensación por su canto pide que le sea concedido ser el primero en tirar contra el enemigo; luego con su canto incita a los suyos a la victoria de Hastings. «El conde Ricardo sin miedo» [«Graf Richard ohne Furcht, 1810] es un romance entre burlesco y macabro que na­rra una aventura de Ricardo conde de Nor­mandía: de noche entra en una iglesia so­litaria donde, tendido sobre un catafalco, se halla un cadáver; éste, mientras Ricar­do está absorto en la plegaria, se levanta y le amenaza; Ricardo, que no conoce el miedo, le corta la cabeza; apenas ha salido de la iglesia recuerda que ha dejado olvi­dados sus guantes y vuelve tranquilamente a buscarlos.

Una de las últimas baladas, conocidísima, es «La suerte de Edenhall» [«Das Glück von Edenhall», 1834]. En el castillo «Edenhall» en Cumberland se cus­todia una copa a la cual va unida la creen­cia de que, si fuese rota, acarrearía desgra­cia y destrucción a la casa; el joven lord, durante un banquete, la hace llenar y brin­da con ella desafiando al destino. Con mis­teriosos crujidos el castillo se desmorona, todos huyen, el castillo es asaltado por el enemigo y arrasado; único superviviente en­tre las ruinas, el viejo copero profetiza el fin del mundo. Es el tema, de que se vale a menudo la poesía, de la desventura que hiere siempre al que desafía el hado. Las estrofas tienen gran fuerza dramática. Estas baladas, «Bertrán de Born» y «La maldición del trovador», señalan, según la opinión ge­neral, las más altas cimas en la producción del poeta.

A. Baseggio y E. Rosenfeld

Suiza cuenta con suficientes hombres, ins­truidos, bienpensantes, capacitados y elo­cuentes para ser miembros del gobierno; pero poetas con la fuerza de Uhland sólo tiene uno. (Goethe)