Autos Sacramentales, Pedro Calderón de la Barca

Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) fue el dra­maturgo español que perfeccionó los «autos sacramentales» y quien los escribió mejo­res y en mayor número. El «auto sacra­mental» es una obra dramática alegórica en un solo acto escrita en loor del Sacramento del Altar o de la Santísima Virgen y presentada con ocasión de la fiesta del «Corpus Christi». Casi todos los asuntos escritos por Calderón han llegado hasta nosotros. Pedro de Pando y Mier en el siglo XVIII (Madrid 1717), publicó una co­lección de «autos» calderonianos que com­prendía setenta y dos composiciones. Más adelante (1759) Fernández de Apontez pu­blicó una nueva colección de autos en que se hallaban todos los de la precedente y además La Protestación de la Fe.

Por lo tanto estamos en posesión de setenta y tres autos de Calderón, lo cual es mucho si se considera que su autor escribió unos ochen­ta. De Lope de Vega — que escribió lo menos un centenar de ellos — sólo quedan cuarenta y dos. Los «autos» de Calderón, en el orden que siguen en la colección de Pando y Mier, puesto que la cronología de su redacción o representación es imposible de establecer con absoluto rigor histórico, son los siguientes: A Dios por razón de Es­tado, El Viático Cordero, A María el cora­zón, Las órdenes militares, El Gran Teatro del Mundo (v.), Amar y ser amado, y di­vina Filotea, La cena de Baltasar (v.), La nave del mercader, Psiquis y Cupido, Lla­mados y escogidos, La inmunidad del sa­grado, El pintor de su deshonra (que no debe confundirse con el drama del mismo nombre, v.), La serpiente de metal, Psiquis y Cupido para Madrid, El indulto general, El nuevo hospicio de pobres, La primer flor del Carmelo, El año Santo en Roma, El año Santo en Madrid, El árbol del mejor fruto, Los misterios de la misa, Primero y segun­do Isaac, Los alimentos del hombre, El nue­vo palacio del Retiro, Lo que va del hombre a Dios, El verdadero Dios Pan, La piel de Gedeón, El lirio y la azucena, La devo­ción de la misa, El santo rey don Fernan­do (1.a parte), El santo rey don Fernando (2.a parte), Sueños hay que verdad son, La semilla y la cizaña, El Pastor Fido, La torre de Babilonia, El maestrazgo del Toi­són, El segundo blasón de Austria, El valle de la Zarzuela, La lepra de Constantino, La hidalga del valle, No hay más -fortuna que Dios, La vida del Señor, El veneno y la triaca, Andrómeda y Perseo, La vacante general, El Cubo de la Almudena, El gran Mercado del Mundo, El tesoro escondido, El sacro Parnaso, El arca de Dios cautiva, La humildad coronada de las plantas, Los encantos de la culpa, Quién hallará mujer fuerte, El jardín de Falerina, El cordero de Isaías, Mística y real Babilonia, No hay instante sin milagro, La orden de Melquisedec, El socorro general, La redención de cautivos, La vida es sueño (diverso del drama homónimo, v.), El pleito matrimo­nial del alma y el cuerpo, El día mayor de los días, El primer refugio del hombre, El diablo mudo, La cura y la enfermedad, El divino Orfeo, La siembra del Señor, La segunda esposa y triunfar muriendo, A tu prójimo como a tú, Las espigas de Ruth, El laberinto del mundo, La protestación de la Fe. Todos estos autos tienen como fin glo­rificar el Misterio de la Eucaristía o la Virgen.

El grupo de estos últimos — que es mucho más restringido — es llamado de los «autos marianos». Su sentido es siempre alegórico; sus personajes son a veces ale­góricos y a veces reales. Por lo común los unos se hallan junto a los otros. Los «autos» se distinguen por el carácter de su argu­mento, que unas veces es puramente filosó­fico o teológico, y otras veces se funda sobre historias o leyendas que asumen un signi­ficado edificante. Según su asunto, se pue­den clasificar en cinco grupos: a) bíblicos; b) mitológicos; c) marianos; d) histórico- legendarios; e) filosófico-teológicos. Si de la lista completa de «autos» referida más arriba escogemos los mejores, se nos ofrecen los siguientes ejemplos de cada uno de los temas: «autos» bíblicos: La cena de Balta­sar, Sueños hay que verdad son; «autos» mitológicos: Los encantos de la culpa; «autos» marianos: La hidalga del valle, A María el corazón, Las órdenes militares; «autos» histórico-legendarios; La devoción de la misa, El santo rey don Fernando; «autos» filosófico-teológicos: A Dios por ra­zón de Estado, El pleito matrimonial, El Gran Teatro del Mundo, La vida es sueño, El veneno y la triaca, El pintor de su des­honra. Es característico de Calderón el profundo pensamiento teológico unido a grandes cualidades de poeta y de autor dra­mático. Muchas veces su idea se concreta primero como conflicto puramente humano, y luego evoluciona hacia lo divino, por esto no es raro que nos ofrezca el mismo asunto desarrollado en forma de drama y de «auto sacramental», conservando a veces el mismo título, o cambiándolo. La comedia Los tres mayores prodigios se identifica en el mismo tema de fondo con el «auto» El divino Jasón.

La comedia Ni amor se libra de amor coincide con el «auto» Psiquis y Cupido. La comedia El mejor encanto amor, con el «auto» Los encantos de la culpa. La come­dia Fortunas de Andrómeda y Perseo con el «auto» Andrómeda y Perseo. He aquí cómo evoluciona el pensamiento calderonia­no y cómo el mismo asunto puede ser tra­tado desde el punto de vista humano y di­vino. En La vida es sueño (drama) Basilio, rey de Polonia, encierra en una gruta al príncipe Segismundo, su hijo, porque los oráculos han pronosticado que le humilla­rá. Para intentar la prueba, después de haberlo tenido encadenado largo tiempo, le adormece y luego deja que se despierte en el palacio real. El príncipe, habituado a la vida salvaje de su prisión, comete mil ex­cesos abandonándose a sus instintos violen­tos. Entonces se le adormece de nuevo y se le lleva otra vez a su prisión; por lo que el príncipe no sabe si ha soñado antes o si sueña ahora. ¿Toda la vida es sueño? La lección aprovecha a Segismundo que, libe­rado por el pueblo, se conduce con gran sabiduría. La vida es sueño «auto»: la tierra, el Aire, el Fuego, el Agua, pregun­tan al Poder, a la Sabiduría y al Amor por qué han sido creados. La respuesta es que ellos deben servir al Hombre, el cual apa­rece entre unas peñas salvajes. Le acompa­ñarán el Intelecto y el Albedrío, que elevan al hombre a su dignidad; pero cuando éste se ve a semejante nivel comete graves ex­cesos, y maltrata y expulsa al Intelecto. En­tonces se ve reducido a su primitiva condi­ción de miseria. No sabe si ha soñado la vida. El Amor le da la solución y lo redime por medio de la Eucaristía. (El pecado ori­ginal, la caída, la redención, están simbo­lizados en el drama, y representados direc­tamente por personajes simbólicos en el «auto»).

Desde el punto de vista dramático los «autos» calderonianos poseen una gran perfección: a pesar del constante procedi­miento alegórico, consiguen interesar tam­bién como conflicto escénico. Literariamente representan el más extraordinario esfuerzo para introducir y condensar en una acción y en un diálogo teatral la exposición ri­gurosa de un pensamiento teológico. Como fenómeno histórico son interesantísimos porque presuponen el máximo esplendor en el teatro religioso cuando éste se hallaba ya decaído en el mundo entero, decadencia precipitada por la reforma protestante que señalaba el ocaso del teatro religioso de origen medieval. En España, la fuerza de la contrarreforma le infunde una vida nue­va, y los «autos» son arma literaria de afir­mación literaria, de afirmación de la pre­sencia real de Cristo en la Eucaristía, negada por los protestantes. La fiesta del Corpus Christi adquiere, de este modo, gran esplendor en España. Calderón, como el más profundo de los dramaturgos españoles, es el que eleva al más alto nivel de efecto el «auto sacramental». Cuidó particularmen­te la escenografía de los «autos» dejando numerosas indicaciones sobre el montaje de las escenas. Las representaciones se efectua­ban en la plaza pública y la sucesión escé­nica se resolvía con una serie de grandes carros sobre los cuales eran montados esce­narios diversos. Con Calderón los carros llegan al número de cinco y contienen es­cotillones, ruedas, pequeñas plataformas gi­ratorias, globos pintados y todo lo necesa­rio para una escenografía complicadísima. Los «autos» calderonianos por su simbolis­mo, por su carácter transcendental y por su aparato, representan una anticipación del gran teatro moderno. Calderón introduce también la música como fondo sonoro, dándole su verdadero sentido de subrayado re­lieve y unificación de las escenas.

En Ma­drid, la primera representación del «auto» del Corpus se daba delante del Palacio Real, después de la procesión. El Rey con su familia, presenciaba la representación desde una ventana baja del palacio. El pueblo rodeaba los carros, los seguía por las calles y manifestaba franco interés por aquellas obras teológicas. Calderón cuida­ba personalmente de la preparación de los carros, que se efectuaba bajo su dirección en un lugar secreto de los alrededores de Madrid. La víspera del Corpus solían reunirse allí algunos invitados muy escogi­dos, como ahora se asistiría a un ensayo general; pero la representación constituía una serie de grandes y bellas sorpresas para el público. La comprensión popular de los «autos» era perfecta y nadie vio en ellos irreverencia alguna hasta la llegada del siglo XVIII con su incredulidad. En 1765 las representaciones sagradas fueron pro­hibidas. El real decreto que las prohibía aducía como motivo que eran «los teatros lugares muy impropios y los comediantes instrumentos indignos y desproporcionados para representar los sagrados misterios». Calderón elevó el «auto sacramental» a una altura jamás alcanzada; y pareció agotar el género. Después de él escribieron todavía, pero en mucho inferiores a los suyos, dra­maturgos como Moreto, Bances Candamo, Zamora y otros escritores de fines del si­glo XVII y comienzos del XVIII, pero el gran «auto sacramental» desapareció con Calderón.

N. González Ruiz