Obra de Joseph Górres (1776-1848), publicada en 1838. Interviniendo abiertamente en el conflicto surgido entre el Gobierno prusiano y el arzobispo de Colonia Droste zu Vischering por la cuestión de los matrimonios mixtos, Górres ofrece en esta obrita, que puede considerarse como su obra maestra polémica, una lúcida síntesis de su pensamiento político y religioso, trazando al mismo tiempo un programa de vida y de acción que, recogido por los católicos alemanes, aún hoy día no ha perdido nada de su actualidad. Escrito de corrido en sólo cuatro semanas, bajo la impresión inmediata de los sucesos, el libro apareció en enero de 1838 y fue reeditado tres veces en los meses siguientes, con la añadidura de nuevos documentos. Atacado violentamente, Górres respondió en los prefacios a las tres reediciones con la inextinguible locuacidad de los polemistas natos, proponiendo entre otras cosas a sus contradictores la convocación de un concilio ecuménico anticatólico y dictando él mismo para el caso el nuevo credo hegeliano que podrían presentar a la asamblea.
La austera figura del prelado de Colonia, inflexible afirmador de los derechos de la Iglesia y de la inviolabilidad de sus cánones, recuerda a Górres la de San Atanasio, que, perseguido por los arríanos, pasó diecisiete años en el destierro: de aquí el título de la obra. Bajo la aparente tolerancia se han reanudado las persecuciones. El dios estado, en quien la filosofía del neopaganismo ve la encarnación terrena del yo absoluto, ha llamado a todas las fuerzas anticristianas para dar el asalto a la roca de San Pedro. Es la hora de la prueba suprema, en la que se criban los espíritus y los caracteres. Hay que estar presto al sacrificio, incluso al de la sangre, hay que preparar a los hijos y a los hijos de los hijos para la lucha que de generación en generación se hará más áspera. El ejército de los creyentes no debe perder ni siquiera un soldado; he ahí la necesidad de salvaguardar incluso en las uniones mixtas la educación católica de la prole. Después de haber examinado y rechazado, en la primera parte del libro, las acusaciones de los adversarios, Górres pasa, en la segunda parte, a buscar el origen de las diferencias entre el Estado y la Iglesia. En la Iglesia ve el cuerpo místico de Cristo vivo y paciente en los siglos. De ahí, en el orden espiritual, la preeminencia de la Iglesia sobre el Estado que es una institución humana. En la cristiandad medieval, que representaba, aunque fuese indignamente, el ideal de la sociedad humana, Estado e Iglesia formaban un solo cuerpo orgánico, así como en el Fundador de la Iglesia, la naturaleza humana y la naturaleza divina están hipostáticamente unidas. En este cuerpo los dos principios opuestos que mueven la historia, el principio de libertad y el principio de autoridad, conspiraban a un mismo fin, atemperándose y fecundándose alternativamente.
Escindida por la Reforma la inconsútil túnica de Cristo, separada la Iglesia del Estado, los dos principios se enfrentan irreconciliables y se combaten sin tregua; de ahí, en el campo religioso, la lucha del racionalismo contra el pietismo y en la vida política las insurrecciones de los pueblos contra el absolutismo de los gobiernos. La paz y la concordia no pueden volver al mundo, porque faltan las premisas: el espíritu recíproco de caridad y la fe. El desenfrenado egoísmo y la voluntad de superchería han llevado así a los pueblos a la ruina extrema. Pero en el secreto de las conciencias ya está madurando un orden nuevo, que se opone al orden impuesto por los modernos idólatras del Estado. Las formas del pasado han muerto para siempre, porque la ley suprema del espíritu es su continua transformación. La sociedad cristiana del porvenir habrá de ser una creación completamente nueva, capaz de satisfacer las más profundas aspiraciones del alma humana, que anhela el reino de Dios.
C. Grünanger