[Also sprach Zarathustra, ein Buch für Alie und Keinen]. Obra filosófica y poética del pensador alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900), escrita entre 1883 y 1885. Es la obra capital de Nietzsche, cuyas grandes ideas afirmativas del «Superhombre» y del «Eterno retorno» alcanzaban en él su forma acabada, su significado más gozosamente positivo. Después de diez años de preparación en las soledades alpinas, Zarathustra (v.) siente el deseo de dar a los hombres la miel de su sabiduría, y desciende a la ciudad: pero el pueblo no escucha su voz inspirada, porque está ansioso de aplaudir las acrobacias del saltimbanqui, y se burla de las palabras que no comprende. Zarathustra deberá, por lo tanto, buscarse discípulos a quienes poder dirigir sus «Discursos», desafíos combativos a los antiguos ideales, concebidos en un estilo bíblico.
El primero titulado «las tres metamorfosis» en la que se explica cómo debe desenvolverse la evolución del espíritu humano desde la obediencia, simbolizada por el camello, o la negación violenta, personificada en el león, en fin, hasta la pura afirmación, de la cual es imagen el niño. Siguen, en los discursos sucesivos, varios ataques contra la pusilanimidad de los mediocres que se refugian en la tranquila somnolencia de la moral; contra la metafísica que desacredita al mundo predicando la abstracción; contra la aridez libresca de una cultura demasiado sedentaria; contra el ascetismo que persuade a morir; contra la estatolatría, que abruma a los hombres haciéndoles esclavos de un organismo impersonal; contra la vulgarización del pensamiento. Otros discursos son en cambio afirmativos: aquel en que exalta la guerra como estimuladora de las energías humanas, aquel en que celebra, en el desdoblamiento de sí mismo, acaecido en la soledad de la meditación, la forma más bella de amistad; aquel que a los valores abstractos contrapone el valor de la vida misma, que tiene en sí misma su objeto; aquel en que enseña la desbordante generosidad de la virtud sana que tiene necesidad de darse. Zarathustra se retira nuevamente a la soledad de las montañas y después de «meses y años» vuelve a su predicación contra los «idealistas»; la Vida debe triunfar y el hombre liberarse con la victoria sobre sí mismo, del deletéreo instante de obediencia, para elevarse a la afirmación gozosa de su propia voluntad.
Otros ataques van dirigidos contra los débiles postrados en la sujeción a Dios, contra los altruistas, contra los sacerdotes y los virtuosos, contra los predicadores de la igualdad, contra los doctos, contra los poetas que persiguen quimeras, contra los politicastros. En contraste con la polémica, Nietzsche nos da intercalados los tres magníficos cantos de Zarathustra: el «Canto nocturno», en el cual es exaltada la plenitud de la felicidad que quiere dar de continuo; la «Canción de danza», que celebra la vida en su espontaneidad; el «Canto fúnebre», que termina con una firme exaltación de la voluntad. Zarathustra, celebrada la sabiduría humana como divina imprevisión y confianza en la vida, deja nuevamente a sus amigos. Después, intuida la doctrina del «Eterno retorno», la forma más alta de elevación, se presenta por tercera vez a los hombres y celebra ahora la inconsciencia de la felicidad, canta las potencias naturales, cuyo desencadenarse es una forma violenta y maravillosa de afirmación; canta himnos en el Monte de los Olivos a la victoria sobre la melancolía, e invita a los hombres a despojarse de su gravedad, puesto que para la sabiduría de Zarathustra es menester tener el pie ligero. En fin, dicta sus «nuevas tablas» de valores, que en honor a la amoralidad constructiva de la vida, derriban los antiguos conceptos fundados sobre el principio del bien y del mal. Ahora Zarathustra está de nuevo en la soledad; y aquí, después de un penoso desmayo en la duda, canta himnos en dos bellísimas canciones: a la plenitud de su alma y a la vida, invocando la eternidad en nombre de la alegría.
Llegamos, finalmente a la última parte del libro, una especie de «Tentación de Zarathustrí?». En su soledad, en efecto, llega a él un grito de angustia: se pone a buscar de dónde procede, y encuentra sucesivamente siete criaturas que son figuraciones simbólicas de la supervivencia de antiguos valores o de una máscara de otros nuevos: un adivino que encarna el tedio de la vida; dos reyes asqueados de la falsedad del poder: un «consciente del espíritu», envenenado por su propio positivismo; un mago, esclavo de su propia inagotable fantasía; el último papa, que vaga sin meta, desde que «ha muerto Dios»; el hombre más feo del mundo, que por rencor ha matado a Dios; el mendigo voluntario, que busca la felicidad sobre la tierra. Ellos, los hombres superiores, se han refugiado junto a Zarathustra. Así comienza el banquete en honor del superhombre que, surgiendo de la masa, imprime a ésta nuevo vigor. Después, mientras Zarathustra ha salido al aire libre, sus invitados se sienten atacados de una especie de angustia dubitativa; y ellos, que no pueden vivir sin Dios, se inclinan y adoran a un asno. Pero Zarathustra vuelve de pronto para expulsar aquel oprobio, y entonar el canto de la embriaguez, afirmación última de la fe en el Eterno Retorno, que termina en el «Rondó de Zarathustra», breve y bellísima poesía en la cual es invocada, como en el canto de medianoche «la profunda Eternidad». Así se concluye, en la radiante mañana, la historia de Zarathustra con una profecía del próximo advenimiento de verdaderos discípulos.
Nietzsche ha aplicado en su mito la ley de la «compensación». haciendo que precisamente Zarathustra, «el que creó la ilusión de una ordenación moral del cosmos», enseñase después a los hombres a liberarse del moralismo. En cuanto al mito del Superhombre, brota de las más netas tendencias del pensamiento nietzscheano; sin embargo, el nombre que él dijo haber «recogido de’ la calle», le vino de Goethe (v. Fausto, I, 1, y dedicatoria de sus Poesías). Y en cuanto a la idea del Eterno Retorno, véase cuanto se dice en la obra así titulada. El valor artístico de Zarathustra no es siempre igual; no faltan simbolismos grávidos, juegos de palabras llevados hasta la insustancialidad, ni la sobrecarga de una elocuencia tanto más enfática cuanto menos persuasiva. Pero, a la larga, es una obra maestra poética, cuya multiplicidad de fuentes estilísticas (que van desde la Biblia a la poesía de Goethe, desde la prosa de Lutero a los aforismos de los moralistas franceses) no impide su absoluta originalidad; Nietzsche pudo alabarse con razón, como lo declaró a su amigo Rohde, de haber elevado con Zarathustra la lengua alemana a su perfección. [Trad. española de Antonio de Vilasalba (Barcelona, 1905)].
G. Alliney
Su paso por este mundo me pareció el mayor huracán que haya estallado en el horizonte humano. (Du Bos)
Una confusión del pensamiento, de la emoción y de la visión, he aquí lo que encontramos en una obra como Also Sprach Zarathustra; lo cual no es ciertamente una virtud latina. (T. S. Eliot)
Indudablemente, el autor piensa según imágenes coloreadas, y parece como si dibujara la línea de sus ideas mediante la orquesta. Procedimiento que nada tiene de banal, amén de ser poco frecuente. (Debussy)
* La obra de Nietzsche inspiró directamente a Richard Strauss (1864-1949), quien, en 1896, partiendo del proyecto de ilustrar una idea filosófica sacada de Así habló Zarathustra, compuso el poema sinfónico de este título, op. 30, en un desbordamiento cromático de maravillosos efectos.