[Ars magna: compendiosa inveniendi veritatem]. Exposición y aplicación de la técnica para la investigación y demostración de la verdad, cuyo autor es el filósofo, místico y poeta catalán Ramón Llull (1233-1315/16), compuesta antes de 1277, para presentar sumariamente la preceptiva expuesta más ampliamente en otras numerosas obras. Se trata de una maciza construcción de mecánica lógica, en la cual los sujetos y los predicados de proposiciones teológicas están dispuestos en círculos concéntricos, cuadrados, triángulos y otras figuras geométricas, destinadas a grabar en la imaginación la perfecta correspondencia y armonía de los tres órdenes que abrazan la universalidad del ser: Dios, el hombre y el mundo.
En el centro de estos círculos se encuentra Dios, designado con la primera letra del alfabeto; en torno a esta «idea imperial» se irradian dieciséis principios (en los escritos posteriores nueve), representados por letras y significando atributos divinos. Sirven estas figuras para formar cuatro figuras principales y pueden combinarse de ciento veinte maneras distintas, formando complicados procesos. Moviendo una palanca o un manubrio o haciendo girar una rueda, las proporciones se disponen por sí mismas en forma positiva o negativa. Esta especie de Álgebra o gramática lógica, llena con sus diagramas muchos de los escritos de Llull, haciendo excesivamente pesada la lectura. Pero este esquema gráfico es mecánico, tiende al fin secundario de facilitar la memoria, no es más que la representación simbólica y popular de una filosofía, o mejor, de una teosofía, cuyo elemento esencial, característico del pensamiento de Llull, fue la identificación de la filosofía con la teología, que los filósofos árabes habían separado por completo. Despojándola de su simbolismo, el Ars Magna es un método unitario y deductivo para fundar la ciencia universal. El mismo Llull nos da una exposición completa de su método de reducir todos los conocimientos humanos a un pequeño número de principios, y a traducir todas las relaciones de las ideas mediante combinaciones de figuras, «La inteligencia» nos dice Llull, «exige imperiosamente una ciencia general aplicable a todos los conocimientos, una ciencia con principios generalísimos, en los cuales queden implícitos los principios de las ciencias particulares, a la manera como lo particular está implícito en lo general».
Como los principios absolutos (los atributos divinos) sólo pueden conocerse por sus vestigios en las criaturas, el punto de partida del Ars Magna es el dato sensible. Pero una vez que las «dignidades» (atributos) divinas son conocidas, la inteligencia desciende de ellas a lo contingente; principios del ser, lo son también del pensamiento. El método del Ars Magna coincide por consiguiente con el analítico-sintético de la escolástica de puro estilo agustiniano. Con este motivo Llull se vio obligado a ampliar la lógica aristotélica, y a admitir, además de las demostraciones «propter quid» y «quia» la de la equivalencia de los actos de las «dignidades» divinas, por la que todas ellas concurren igualmente a la actividad inmanente y a la acción de Dios fuera de sí. Así, por ejemplo, si el mundo fuese eterno, la potencia de Dios tendría una extensión mayor que su potencia e infinidad, que no son comunicables a las criaturas más que de manera finita; eso no es posible: luego el mundo fue creado en el tiempo. Parece que Llull deba en parte a Ricardo de San Víctor esa extensión de su lógica. Identificando la filosofía con la teología, la razón y la fe, y usando su Ars Magna, Llull suprimió la distinción entre natural y sobrenatural cayendo en un racionalismo místico que sin embargo mantuvo la necesidad de la irradiación de la fe sobre el alma para hacerla capaz de alcanzar las verdades más altas, incluso la de «que en Dios hay tres personas». Por otra parte, la fe, para no permanecer ciega, tiene que ser ayudada y guiada por la razón. Este misticismo racionalista, que tuvo en España gran difusión con el nombre de Lulismo fue condenado por Gregorio XI en 1376 y más tarde por Paulo IV.
G. Pioli