[Harmonies poétiques et religieuses]. Tercera recopilación poética en cuatro libros de Alphonse de Lamartine (1790-1869), publicada en 1830.
Si en el primer libro de versos, que tanto éxito tuvo, las Meditaciones poéticas (v.), el poeta había hecho del sentimiento del amor el centro de su obra, y en las Nuevas meditaciones poéticas (v. Meditaciones) había repetido en gran parte algunos motivos de la recopilación precedente, en las Armonías quiere inspirarse en otros motivos, particularmente en el religioso, aun conservando inalterado su fundamental irrealismo y la tendencia hacia lo vago e impreciso. Como sucedía en las Meditaciones, en que el amor se manifestaba en una aspiración abstracta hacia la mujer preferida, evocada con rasgos vaporosos y convencionales, así el sentimiento de lo divino, que es el nuevo núcleo de inspiración artística, se resuelve en una religiosidad difícil de definir, confundida con aquella, y a menudo con toda momentánea disposición del espíritu, hecha de vago entusiasmo, de súbito arrojo, de melancolía indefinida. Y la expresión se reduce precisamente a una profusión verbal que, si bien refleja bastante el ánimo del poeta, considerada por él como «un torrent qui descend des montagnes», no es ciertamente apta para celebrar el sentido religioso de la vida.
Lo que se dice de las poesías religiosas sirve también para las demás, carentes casi siempre de esa musicalidad, aunque sea más externa que íntima, que constituye la mejor dote del Lamartine de las Meditaciones: empezando incluso por la tan celebrada «Le premier regret», tan próxima, por lo menos en apariencia, de las demás del primer y afortunado volumen. También la célebre poesía «Milly» adolece de vago y genérico sentimentalismo y de documentación descriptiva excesivamente minuciosa. Como las primeras y las nuevas Meditaciones, estas Armonías fueron más tarde acompañadas por largos «Commentaires» (aunque el mismo escritor diga justamente en uno de ellos que «il n’y a pas de commentaire á une impression»), los cuales, si por una parte representan un arte poética bastante discutible del escritor, quien considera, por ejemplo, lo patético como «le sommet du génie», constituyen también, por la otra, uno de los fragmentos más sinceros de la obra lamartiniana. Basta recordar, en los «Commentaires» a esta recopilación , el vivo e intenso perfil de X. de Maistre, digno, puede decirse, de la pluma de un Sainte-Beuve. Como en alguna poesía suelta de las Nuevas meditaciones, también en las Armonías hay que descubrir, junto al Lamartine «irrealista» más conocido y admirado, un Lamartine «realista» que se revela en raros momentos de gracia. Recordemos así en esta recopilación «Le moulin de Milly», empapado de agreste perfume de canto popular. Las estrofas de «Le trophée d’armes orientales», tan bien templadas y alejadas de la vaporosa indeterminación acostumbrada; la «Cantate pour les enfants d’une maison de charité», que pese a la evidente derivación raciniana, tiene una frescura y una delicadeza de acento que no se pueden descuidar; y particularmente «La retraite», íntima y recogida, que recuerda al mejor Sainte-Beuve de la Vida, poesías y pensamientos de Joseph Delorme (v.).
F. Ampola
Un volumen extraordinario de versos lanza dados al infinito, sobre los cuales se han marchitado tres generaciones de señoritas salidas del colegio. (Dostoievski)
Muchos de estos himnos sólo son tiernas y melodiosas plegarias, en las que los colores de la naturaleza y los encantos de la poesía prestan su encanto a la expresión de una fe tranquila y sumisa. (Sainte-Beuve)
Las Armonías de Lamartine me parecen ser, junto con las Contemplaciones de Víctor Hugo, el desbordamiento más magnífico de poesía que hay en la lengua francesa. (Lemaitre)
Su período rítmico es agradable pero extrínseco; «arrangé» con gracia, pero «arrangé». (B. Croce)
Las brillantes variaciones de las Armonías religiosas se parecen más a menudo a las de un improvisador italiano que a los cantos celestiales de un Palestrina. (Deschanel)
* Inspiradas en parte en la obra de Lamartine están las Armonías Poéticas y religiosas [Harmonies poétiques et religieuses] de Franz Listz (1811-1886), diez piezas para piano compuestas entre 1835 y 1853. La «Invocation» («Élevez-vous, voix de mon ame, / avec 1’aurore, avec la nuit!») es sin duda la mejor; un largo tema surge del tono íntimo y austero del principio hasta el dramatismo solemne de las páginas siguientes en que está vivo también un sentido de coral, nuevo, sin duda, en la literatura pianística. El «Ave María», llevada sobre las palabras de la oración cristiana, es una página recogida y sencilla. La «Bénédiction de Dieu dans la solitude» («D’oü me vient, o mon Dieu, cette paix qui m’inonde?») es la pieza más famosa; la melodía sigue un camino largo y trabajado, donde, según uno de los modos característicos de Liszt, grandes y veloces arpegios envuelven el dibujo: es notable la excitada progresión que parece anunciar el ansia wagneriana del Tristán e Isolda (v.). En «Pensées des morts» la meditación de la primera parte, en forma de recitativo, preludia la alta sonoridad del «De profundis» conducido en una cantabilidad apasionada y profana que se combina perfectamente con el tono inicial. En el «Pater noster» volvemos a encontrar el estilo del «Ave Maria», más grave y más expresivo.
En el «Himne de l’enfant á son réveil» una ondulación de arrullo se alterna con modalidades que quieren ser más elevadas y altisonantes. Sigue «Funérailles» (1849) que por sus intenciones dramáticas, por el evidente sinfonismo pianístico y por la riqueza armónica, se enlaza con la música de programa cuyos primeros ensayos hacía Liszt durante aquellos años (v. Poemas sinfónicos); sin embargo se observa claramente la influencia chopiniana, particularmente de la famosa «Polonesa en la bemol mayor». El «Miserere d’aprés Palestrina» es afín en concepción y estructura a la «Bénédiction» y a las «Pensées des morts». El «Andante lacrimoso» («Tombez, larmes silencieuses / sur une terre sans pitié»), una de las melodías más célebres del pianismo lisztiano, se somete demasiado a la intención del título. La última pieza, «Cantique d’amour», es una ascensión de canto en un caudaloso trabajo de arpegios y en una abundancia de acordes en «séptima» que son típicos del patetismo lírico lisztiano. Las Armonías poéticas y religiosas se consideran como obra menor, aun revelando aquí y allá brotes poéticos y genialidades instrumentales que sólo más tarde encontrarán en Liszt plena realización.
G. Graziosi