[Fasl al-Magdl]. Obra del filósofo hispano-árabe Ibn Rosd (Averroes) (1126-1198), nacido en Córdoba y muerto en el destierro, en la que precisa su actitud ante la religión y la teología del Islam. No fue incluida en ninguna de las copiosas ediciones de las Opera Omnia de su autor y permaneció inédita hasta 1859, en que el arabista alemán M. J. Müller publicó en Munich el texto original según un manuscrito existente en la Biblioteca de El Escorial.
A base del original árabe, el propio Müller hizo una versión alemana (Munich, 1875), León Gauthier una versión francesa (Alger, 1905) y el P. Manuel Alonso, S. I., otra castellana (incluida en su obra Teología de Averroes, Madrid-Granada, 1947, págs. 147- 200). Existe asimismo un versión hebrea medieval, que sigue inédita. Por indicios se calcula que la obra fue escrita hacia 1175. En las primeras líneas Averroes declara que se propone inquirir si, según la religión revelada, la especulación filosófica es lícita o está prohibida o es recomendada, bien sea por modo de simple consejo, bien sea preceptivamente. Adivínase en el acto el propósito de invalidar la campaña de Algazel, quien en nombre de la ortodoxia musulmana había condenado el cultivo de la filosofía. Averroes divide su tratado, no muy extenso, en tres partes. En la primera, que es la fundamental, el problema queda resuelto afirmativamente, a base de textos coránicos que muestran cómo la revelación impone el estudio y la consideración de los seres existentes por medio del raciocinio intelectual. En cuatro corolarios Averroes precisa: 1.°, que el estudio a que la revelación invita es la más perfecta especie de especulación, la cual se obtiene mediante la demostración apodíctica; 2.°, que el recto uso de este género de demostración implica el cultivo esmerado de la lógica; 3.°, que, a su vez, el cultivo de la lógica implica el estudio de los precursores, a saber, de los filósofos griegos, y 4.°, que la demostración apodíctica está reservada a los espíritus superiores, en tanto que el común de los hombres se ha de contentar con pruebas dialécticas o simplemente retóricas. La conclusión final de esta parte es que, si la revelación aconseja la filosofía, hay armonía entre la fe y la razón.
La segunda parte resuelve los conflictos aparentes entre fe y razón, como, por ejemplo, el existente entre el sentido literal de un texto revelado y una verdad apodícticamente demostrada, apelando a la interpretación alegórica o ta’wil. Claro está que no todo el Corán es susceptible de ser interpretado así. Hay partes que deben ser aceptadas en sentido literal, so pena de caer en infidelidad; como hay otras que nada más deben entenderse en sentido alegórico. Pero también existen pasajes con doble sentido: uno literal y otro oculto. Este segundo sólo es asequible a los filósofos mediante el uso de la alegoría. en tanto que el primero sirve para inteligencias inferiores. En la tercera parte del tratado Averroes afirma que la filosofía resulta el camino que Dios brinda a los sabios para llegar a la verdad de la revelación, mientras que el camino retórico es el apropiado para el vulgo y el dialéctico para los polemistas a la manera de los asarles y mutazilitas, dos sectas musulmanas. Esta obra muestra la falsedad de los prejuicios tradicionales con que se ha juzgado la actitud religiosa de Averroes, especialmente los de los escolásticos medievales que lo erigieron en portavoz del racionalismo a ultranza, fautor de impiedad y adversario de toda revelación, doctrinas que, como demostró Renán, deben más bien atribuirse a los llamados «averroistas latinos», aunque el mismo Renán incurrió en el error de hacer de Averroes un librepensador al estilo moderno. A la luz del estudio de esta obra y de algunas otras divulgadas por la erudición contemporánea, los arabistas españoles Asín Palacios y el P. Alonso han mostrado que Averroes se esforzó sinceramente en conciliar su entusiasmo por la filosofía griega y su adhesión a Aristóteles con su ortodoxia musulmana.
J. Carreras Artau