Ópera lírica en tres actos de Richard Strauss (1864-1949), libreto de Hugo von Hofmannsthal (1874-1929), representada por primera vez en el Teatro Real de Dresde en 1933; primera representación en Italia, en el Cario Felice de Génova (27 de marzo de 1936), en la traducción de Otto Schanzer.
Arabella, pertenece al número de las obras llamadas menores de Strauss, o sea del Caballero de la Rosa (v.), y de la Ariadna en Naxos (v.), en las cuales, en definitiva, el compositor tiende a una conciliación entre la nostalgia del pasado, su perfecto equilibrio formal (Mozart) y la naturaleza exuberantemente lírica propia del Strauss tan escrupuloso en la forma (Wagner). Igual que en el Caballero de la Rosa y en Ariadna, hay también en Arabella un vago sabor mozartiano en su exquisitez formal, en la manera de concatenar los episodios; y al mismo tiempo un predominante sentimiento lírico, una cálida sensualidad de que está circundado cada episodio. El ambiente es también el mismo: Viena; y no importa que sea la Viena ochocentista, a mediados de siglo, y los personajes sean menos refinados; nobles arruinados, burgueses, plebeyos, y sus acciones bastante vulgares.
Un padre que ha caído en la miseria busca y halla un marido rico para su hija mayor, Arabella; el noviazgo de interés se trasmuta inmediatamente en un noviazgo de amor; ruptura de relaciones por un equívoco al tomar una persona por otra; reconciliación final. Hechos y personas comunes, insignificantes casi. Pero la ansiedad del padre arruinado y de su consorte por hallar el dichoso yerno es humana y conmovedora, y su hija, Arabella, honrada, sencilla y pura hija de familia, adquiere en ciertos momentos la estatura de una heroína sentimental. De igual modo se agranda la figura del novio, y en el mismo plano moral de honradez y de cortesía se colocan los personajes que les rodean. Con amorosa delicadeza, aun sin lanzarse a grandes vuelos, la música envuelve la comedia, adaptándose a la amabilidad de los personajes. Y si el material sonoro no es tan rico como en el Caballero y en Ariadna, el estilo es, con todo, elevado. Hasta en la representación de los episodios de esa anécdota modesta y familiar Strauss ha tenido presente la armonía, la euritmia mozartiana.
Del mismo modo Wagner inspiraba la expresión lírica en las efusiones sentimentales. Finalmente una vena popular y de «lieder» brota aquí y allá con sus ritmos de danza y sus canciones, en escenas en que el ambiente se sobrepone y domina, o se insinúa y se entrelaza, con la psicología de cada uno de los personajes. La orquesta densa y nutrida, no alcanza las exquisiteces de timbre de los treinta y seis instrumentos «concertantes» de la Ariadna; con todo, tiene color, es elocuente, cálida, voluptuosa, y anima el fraseo vocal, en una laboriosa participación polifónica y en un sutil juego temático con el canto.
L. Colacicchi