Importante como documento histórico y como obra literaria, la Apología de Lorenzino de Médicis (1514-1548) abunda en los contrastes con los que se alimentó la cultura del siglo XVI. Fue publicada por primera vez en el Thesaurus antiquitatum et historiarum Italiae (Leyden, 1723). La obra muestra el espíritu «literario» —nutrido de los recuerdos clásicos de la antigua libertad republicana— con que Lorenzino odió ferozmente a su primo Alejandro, duque de Toscana, considerándole siempre un miembro ilegítimo de la familia de los Médicis. Secundándole en sus orgías y en su vida disoluta, el joven, en la noche del 5 de enero de 1537, le asesinó con la ayuda del criado Scoroncóncolo, después de haberle atraído a una emboscada. Alejándose ocultamente de Florencia, Lorenzino se vio en la necesidad de defender su conducta, dictada, según afirmó, únicamente por amor a la patria. Un asesinato político que había de tener tanto eco en los escritos de la época y llevar a la muerte a quien lo había concebido y puesto en ejecución, suscita en el ánimo de los contemporáneos el recuerdo del antiguo Bruto y de los extremados defensores de la libertad: el anhelo de reivindicaciones populares se une así a la exaltación del tiranicidio, en nombre de los principios sagrados y de los derechos sancionados por los más grandes ejemplos del pasado.
Este carácter de cultura que se interfiere en la acción aparece de continuo en él escrito de Lorenzino, redactado sin una interrupción, tanto cuando quiere defenderse de los adversarios, como cuando aspira a justificar su acción como inevitable. Con elocuencia rápida y eficaz, la Apología muestra la concatenación de los hechos que llevan a la muerte de Alejandro, execrable para algunos, admirable y solemne para otros: el asesinato del tirano es considerado necesario para bien de Toscana y de Italia. El principio sustancial del que parte Lorenzino es el de la libertad que siempre es un bien y de la tiranía que es siempre un mal. El duque Alejandro era un tirano porque continuamente ofendía y dañaba a los ciudadanos en sus bienes, en el honor y en la vida, infiel, maléfico y corrompido. Príncipe de Florencia por voluntad del emperador Carlos V, no era, pues, el legítimo señor. A cuantos le objetaban que como «servidor, consanguíneo y confidente» del duque, Lorenzino no hubiera debido mancharse con el delito, les contesta que nunca recibió de él estipendio, que no le reconoce como pariente, pues era hijo de un carretero y no de Lorenzo de Urbino, y además que nunca gozó de su confianza. En fin, la tiranía es siempre derrocada porque la necesidad histórica debe prevalecer sobre todo interés personal.
Y si a la matanza siguieron tristes efectos (entre los cuales la fracasada revolución de Florencia y la sucesión de Cosme de Médicis) no se debe desesperar, sin embargo, por la libertad de la patria: quien ha matado al tirano con riesgo de la propia vida y de los propios bienes, ha hecho cuanto ha podido para procurar la salvación común. La gloria del antiguo Bruto se refleja también sobre quien, desgraciado e infeliz, se ve obligado a defender su acción de las acusaciones de los enemigos: «para dicho fin — concluye Lorenzino — no me hubiese parecido demasiado derramar mi sangre y la de mis allegados, siendo cierto que ni ellos ni yo hubiéramos podido acabar nuestra vida más gloriosamente que en servicio de la patria». La Apología quedó trágicamente sellada a los pocos años con la muerte del autor, alcanzado por la venganza del gran duque Cosme. En la obra y en el suceso se inspiró el Lorenzaccio (v.) de Alfred de Musset.
C. Cordié
Para los italianos, que por otra parte casi carecen de escritos elocuentes, la Apología que Lorenzino de Médicis escribió para justificarse es un esfuerzo de elocuencia grande y perfecta en todos sus aspectos. (Leopardi)