San Cipriano, obispo de Cartago, martirizado en 258, es una personalidad de gran relieve en la historia del cristianismo antiguo. Su fama, su prestigio y su misma obra literaria traspasaron los confines del África romana para afirmarse en todas partes, especialmente en los países de lengua latina. Mientras vivía, como lo atestiguan sus cartas, era consultado como consejero, buscado como guía hasta fuera del ámbito de su iglesia y de su tierra africana, y se comprenden las razones de esto. Pues fue Cipriano el primer gran obispo africano, de esa África en la cual tuvo su primera gran afirmación el cristianismo latino; San Cipriano, dadas las vicisitudes que condujeron a Tertuliano fuera de la iglesia militante, haciendo de él un solitario, fue el primer gran escritor cristiano-latino, dentro del ámbito de la ortodoxia; Cipriano, además, fué un obispo, un gran obispo totalmente dedicado al cuidado de su grey y celosísimo custodio y reivindicador de los derechos y de las prerrogativas del episcopado.
Su personalidad de hombre, su vida activa y fecunda, su elocuencia animadora, en fin y sobre todo la muerte heroica que puso el crisma del martirio a su total abnegación por la causa cristiana han contribuido a transmitir a la posteridad una memoria gloriosa de él. Todas estas razones explican que haya sido encomendado a la autoridad de su nombre cierto número de obras apócrifas que, tomadas aisladamente, no tienen por lo general gran importancia, pero que constituyen en su conjunto un «corpus» de cierto interés histórico, además de que muchas de ellas, aunque no atribuibles a San Cipriano, reflejan las preocupaciones y las polémicas de su época y, algunas veces, debieron de ser compuestas por personas de su ambiente. Son éstas: Alabanza del martirio [De laude martyrii] que está comprendida en un catálogo de las obras de Cipriano, redactado en 359, y que fue descubierto por T. Mommsen en la biblioteca de Felipe de Cheltenham; C. Baronio, R. Bellarmino y Tillemont, lo atribuyen a San Cipriano: más recientemente A. Harnack la ha atribuido a Novaciano, sacerdote romano cismático, contemporáneo de San Cipriano. El opúsculo remonta a la mitad del siglo III y, como indica su título, es un elogio del martirio cristiano, redactado en un tono retórico extraño al estilo del Santo. Contra los judíos [Adversus Judaeos], atribuida por A. Harnack a Novaciano y por A. D’Ales al papa Sixto II (260-266), es una homilía que repite los temas tradicionales de la polémica antijudaica llevada por los escritores cristianos antiguos contras los Hebreos; se remonta al siglo III.
El texto de las citas de la Sagrada Escritura difiere profundamente del usado por San Cipriano. De los Montes Sinaí y Sión [De Montibus Sina et Sion] es un tratadito casi seguramente anterior a San Cipriano, datado por algunos a fines del siglo II, que tiene cierto interés para la historia de la interpretación alegórica de la Sagrada Escritura; pero está lleno de errores históricos y geográficos, de afirmaciones arbitrarias y redactado en un estilo pesado. A Virgilio obispo, de la incredulidad judaica [Ad Virgilium episcopum, de iudaica incredulitate], es escrito de polémica anti judaica. De los Espectáculos [De Spectaculis], atribuido todavía por Hartel a San Cipriano; por otros a Novaciano; es ciertamente un escrito de autor africano, del siglo III. Repite los argumentos, ya desarrollados por Tertuliano en la obra del mismo título, contra la frecuentación de los espectáculos por parte de los cristianos; es interesante en el capítulo segundo la reseña de las razones que los cristianos amantes de los espectáculos aducían para justificar su actitud. De los méritos del pudor [De bono pudicitiae], por la lengua, el estilo, y la utilización de las fuentes, puede atribuirse al mismo autor del De Spectaculis, recordado más arriba; es una especie de carta pastoral en la cual, utilizando abundantemente el De Pudicitia de Tertuliano y el De la túnica de la Virgen (v.) de San Cipriano, el autor exalta los méritos del pudor, en primer lugar en el estado original, después en el estado continente, y, en fin, en el estado conyugal.
Uno de los apócrifos más conocidos es el titulado A Novaciano [Ad Novatianum]. Novaciano, como se ha dicho, era un sacerdote romano, contemporáneo de San Cipriano, y causante de un cisma a propósito del trato que debía aplicarse a los «lapsi» esto es, a los cristianos que durante las persecuciones habían preferido la abjuración al martirio. El escrito, que ciertamente procede del ambiente de San Cipriano, es una especie de instrucción pastoral en la que, en tono muy vivaz, opone a los rigores excesivos propugnados por Novaciano respecto a los «lapsi» la eficacia de la penitencia y los beneficios de la misericordia divina. Contra los jugadores [Adversus aleatores] es un escrito en varios aspectos muy interesante. A. Hamack lo atribuyó al principio al papa Víctor (fin del siglo II), primer obispo latino de Roma: el Adversus aleatores, hubiera sido en ese caso, la primera obra de la literatura cristiana latina; pero la hipótesis fue abandonada por el mismo Harnack. Su autor es ciertamente un obispo, tal vez un obispo africano, contemporáneo de San Cipriano, tal vez un obispo cismático romano seguidor de Novaciano. El escrito está redactado en un estilo lleno de incorrecciones, de barbarismos, de solecismos; pero en su conjunto es muy interesante para el estudio del latín vulgar, y es una violenta diatriba contra el vicio del juego («sedentaria et pigra nequitia»), medio seguro del que se sirve Satanás para inducir a los Cristianos a la perfidia, a la ira, a la corrupción; pecado irremisible contra el espíritu, violación del templo de Dios.
Conocidísimo es también el Libro sobre el segundo bautismo [Liber de rebaptismate ]. San Cipriano sostuvo algún tiempo la invalidez del bautismo administrado por los heréticos; es más, la imposibilidad de que el bautismo pueda ser eficazmente administrado fuera de la Iglesia; de aquí la necesidad no de «rebautizar» (puesto que el primer bautismo era por él considerado como inexistente) sino de administrar el verdadero bautismo a quien ya hubiera sido bautizado por los heréticos. El pseudociprianeo Liber de rebaptismate fue ciertamente compuesto por un escritor cercano al obispo de Cartago, e ilustra en forma algo paradójica, los argumentos de los adversarios de San Cipriano. Sigue Del cómputo pascual [De Pasqua computus]. Según el propio testimonio del autor, esta obrita fue escrita durante el consulado de Arriano y Papo, esto es, antes de la Pascua del 243. El autor aborda la cuestión de la datación de la Pascua — que tanto había preocupado a las iglesias cristianas — inspirándose en una obra de Hipólito Romano, Demostración del tiempo de la Pascua, y con intento de rectificar el sistema inventado por aquéllos. A la explicación del sistema sigue una tabla de las fechas pascuales. El escrito De los doce abusos del Siglo [De duodecim abusivis Saeculi], remonta al siglo VII y es de origen irlandés; es una enumeración de fórmulas superficiales y estilizadas según los procedimientos de la retórica antigua, de los abusos de este «siglo». En De la Cena de Cipriano [Caena cipriani] el autor imagina un banquete en el cual participan las personalidades más conocidas de la Biblia que son pintadas con los rasgos particulares que las caracterizan. Esta singular puesta en escena es utilizada por el autor para reunir una especie de manual manemotécnico de la Biblia.
En la segunda parte se describe un proceso intentado por Joel, presidente del banquete, contra los convidados, acusados de haber sustraído parte de los muebles reales. El escrito, algo estúpido por su inútil bufonada, se remonta a comienzos del siglo V y tuvo muy buena fortuna durante la Edad Media. Es de recordar la utilización de los apócrifos Acta Pauli. Harnack ha atribuido esta obra al poeta Galo Cipriano: Lapótre ha pensado precisamente en una sátira anticristiana de Juliano el Apóstata. También el escrito Exhortación a la penitencia [Exortatio de Paenitentia] es seguramente de ambiente ciprianeo. Está, en efecto, concebido según el modelo de los Testimonios a Quirino (v.); y es una colección de citas bíblicas agrupadas debajo de las sentencias, en las cuales se expone la necesidad y los méritos de la penitencia según las ideas y los principios de San Cipriano. De singularitate clericorum en fin, es una larga instrucción (en 46 capítulos) a los clérigos para prohibirles el abuso, lamentado ya desde la más alta antigüedad cristiana, de convivir con mujeres (el clérigo debe vivir solo «singular», y no en pareja: de aquí el título). El autor es con toda certeza un obispo, tal vez perteneciente a una comunidad cismática (se ha pensado en Novaciano). El escrito es interesante porque, para refutarlos, el autor pone en lista todos los motivos, más o menos sofísticos y especiosos, con que los sacerdotes que convivían con mujeres, intentaban justificar su conducta.
M. Niccoli