Alcifrón o El filósofo menudo, George Berkeley

[Alciphron or the minute philosopher]. Obra del filósofo inglés George Berkeley (1685-1753), publicada en 1732 y compuesta de siete diá­logos, en los que Alcifrón y Lisíele sostie­nen las opiniones de los «libre pensadores modernos», los cuales son semejantes «a los que Cicerón llamó «filósofos menudos», por­que disminuyen las cosas de mayor valor: los pensamientos, los fines y las esperan­zas de los hombres; todos los conocimien­tos, nociones y teorías de la inteligencia, los reducen a la sensación; escogen y de­gradan la naturaleza humana al mezquino y bajo nivel de la vida animal, y nos ase­guran solamente una corta porción de tiem­po, en vez de la inmortalidad». La crítica del hedonismo, del sensismo, del ateísmo y la defensa de las convicciones morales y religiosas de Berkeley son confiadas a Eufranor y a Critón. El fin a que debe as­pirar el hombre en sus acciones, es el bien­estar de toda la humanidad, que los «filósofos menudos» identifican con el progreso de la riqueza, considerando el vicio, bús­queda desenfrenada del placer, como el me­dio más propio para promover la circula­ción y el aumento de la riqueza. Las lla­madas virtudes no son para ellos más que prejuicios, y sólo se da prueba de libertad de pensamiento liberándose de ellas. Pero sus teorías no resisten a un razonamiento demostrativo: siendo la naturaleza del hom­bre distinta de la de los animales, por el atributo de la racionalidad, en los placeres de la razón y en los de las buenas costum­bres (que son el dominio de la razón sobre la voluntad activa), se deben buscar las ocasiones del bienestar propio del hombre. Por lo tanto la prosperidad social no se puede obtener con el vicio sino que sólo es alcanzable por medio de la virtud.

Porque el hombre está persuadido a buscar la vir­tud no se puede decir, sin embargo, que la humanidad está «naturalmente inclinada a ella»; la opinión de que la moral pueda fundarse sobre un mero «gusto» o tenden­cia de la naturaleza podría ser fácilmente contradicha por una opinión opuesta. La moralidad no puede menos de apoyarse so­bre un principio que supere la mera natu­raleza: la fe en Dios. El sistema moral pre­supone una Providencia. La perspectiva de una vida futura, en la que habrá premios para los buenos y castigos para los malva­dos, da al principio de la moralidad un fundamento mucho más firme y concreto que la mera proposición de que la virtud es premio de sí misma. Los «filósofos menu­dos» pretenden destruir la base de las con­vicciones morales y religiosas, proclamando que la libertad del pensamiento es negación de toda fe religiosa; pero la conciencia de nosotros mismos como seres pensantes, y el reconocimiento de la existencia, fuera de nosotros, de otros individuos pensantes, de­muestran la existencia de un pensamiento absoluto: ni siquiera el lenguaje es inven­ción del hombre; no se deriva de las impre­siones de los sentidos, sino que es de ori­gen divino; por medio de él el intelecto percibe no ya las cosas o las cualidades sen­sibles, sino el significado inteligible que Dios revela en las arbitrarias apariencias del mundo natural. Dios es, pues, el Ser Absoluto cuyos atributos son la inteligencia y la bondad. No vale en contra de la exis­tencia de Dios el argumento de la existen­cia del mal moral, cuyo origen no puede ser atribuido a Dios cuando la razón misma nos lo demuestra perfecto, sino a la imper­fección de los hombres.

De aquí deriva que el culto religioso que a los «filósofos menu­dos» se les antoja acto de servidumbre del pensamiento, es, al contrario, conforme con la naturaleza humana, en cuanto expresión de la sumisión racional de los seres finitos e imperfectos al Ser infinito y perfecto. Entre todas las religiones, la única que res­ponde a las exigencias racionales y morales de la humanidad es la cristiana; ella, en efecto, ha producido el desarrollo de la ci­vilización y de la cultura europeas, cuya superioridad, con respecto a las condiciones en que viven los pueblos no cristianos, es evidente. Pero la verdad del Cristianismo es demostrada también por las Sagradas Es­crituras, cuya autenticidad e inspiración di­vina no se puede poner en duda. El Alcijrón, es literariamente la obra maestra de Berkeley, pero no aporta una contribución relevante a la comprensión de las doctrinas del filósofo irlandés; su parte crítica no es ni profunda ni aguda, y su parte positiva, la defensa de la moral y de la religión, está desarrollada con la intencionada sen­cillez de argumentación, propia de una disputa de aficionados, con escaso rigor filo­sófico, sin que, por otra parte, contenga nada original.

E. Codignola