[Al príncipe Don Sigismondo Chigi]. Composición en versos libres del poeta italiano Vincenzo Monti (1754-1828). Compuesta en 1783, publicada el mismo año en la edición de Siena de las poesías de Monti, junto con los Pensamientos de amor (v.) se refiere a un episodio real de la vida juvenil del poeta y al mismo tiempo a un momento determinado de su diversa evolución poética, en que fue ganado fuertemente por el espíritu romántico del Werther (v.) de Goethe, ya difundido en Italia. El año anterior Monti había conocido a una joven romana llamada Carlota, acaso hija de cierta Rosa Stewart; se enamoró de ella y se hubiese casado, si los padres de la muchacha no hubiesen puesto muchas dificultades e impedimentos, sobre todo por razones de intereses. Pasados algunos meses el amor del poeta se enfrió, así como su inspiración poética por Carlota. En aquel tiempo Monti tenía en las manos una traducción francesa de Werther. No es improbable que el nombre real de su Carlota haya obrado como reclamo en las páginas famosas de Goethe, tan llenas del amor desgraciado hacia la Carlota (v.) idolatrada por Werther (v.) y que imágenes y sentimientos realmente experimentados por el poeta, pero en grado menos encendido y desesperado, hayan subido de tono en contacto con una obra de arte de alta inspiración poética.
De la transfusión de inspiración de un artista al otro, nacieron estas poesías sueltas que, junto con los Pensamientos de amor, son probablemente lo mejor de la poesía juvenil de Monti. El poeta, en el curso de un paseo solitario por el campo, evoca las diversas fases de su amor: ve ya lejanísimos y fatalmente desprendidos de él los momentos felices de las ilusiones resplandecientes, y con ellos todo gusto por la naturaleza, por la misma vida. ¿Por qué, entonces, no truncarla? Por cobardía —y este reconocimiento añade nuevas sombras a sus tristes pensamientos. Sólo queda la amistad, que abre su corazón. Dirigiéndose, pues, al príncipe Sigismondo Chigi (que fue efectivamente íntimo amigo de Monti durante aquellos años), le ruega que se dirija dentro de poco tiempo a su tumba. La imitación goethiana llega a una verdadera traducción libre de algunos pasajes del Werther; pero si se piensa que Monti trabajaba sobre una traducción francesa muy mediocre, hay que admirar la intuición poética con que consigue adivinar el sentido y el valor artístico del texto original. Es notabilísimo por otra parte el dominio técnico con que adopta el verso libre, dándole una flexibilidad, que, dentro de poco, aprovechará Foscolo.
M. Vinciguerra