Es el tercero entre los grandes diálogos dictados por Metodio de Olimpo, el obispo mártir de Licia, caído por la fe en 311, durante la persecución de Maximino Daza. El original griego se ha conservado sólo en fragmentos. Completo aunque abreviado en sus segundo y tercer libros, nos ha sido conservado en la traducción paleoeslava. La escena del diálogo se desarrolla en Patara, en casa del médico Aglaofón, de donde el título del diálogo. El tema de la discusión es éste: después de la muerte física, ¿nuestro cuerpo será llamado a resucitar incorruptible? Aglaofón y Próculo de Mileto, siguiendo a Orígenes, niegan que la figura que asumiremos por la Resurrección sea nuestro mismo cuerpo trasfigurado, naturalmente. Orígenes, con su platonismo a ultranza, habrá soñado una recapitulación de los seres en Dios en la cual, todo lo que fuera sensible y corpóreo sería íntegramente anulado- ¿No es por ventura el cuerpo el sarcófago del alma? En cambio, en este diálogo Eubulio, que es el mismo Metodio, y Memiano, defienden la identidad de nuestro cuerpo actual con el cuerpo resucitado. Metodio, uno de los últimos representantes de la creencia milenarista, que había representado tan importante elemento para el éxito de la primitiva propaganda cristiana, no quiere excluir del goce del Reino de Dios nuestro actual organismo corpóreo, considerado, según imagen del autor de la Epístola de Bernabé como un vaso destinado a hospedar y conservar para la inmortalidad el alma, avivada por la gracia. Y en esta reivindicación del destino de nuestro organismo corpóreo, el milenarismo ofreció un elemento sólido para toda la escatología ortodoxa posterior.
E. Buonaiuti