A Secreto Agravio, Secreta Venganza, Pedro Calderón de la Barca

Drama en tres actos de Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), publica­do en la Segunda parte de comedias, etc. (Madrid, 1637). El portugués Lope de Almeida se casa con la castellana Leonor, que todavía llora la muerte de su prome­tido, Luis, también castellano, y dice a su confidente Sirena: «Me verás en esta cal­ma, / sin gusto, sin ser, sin alma, / muer­ta sí, casada no. / Lo que yo una vez amé, / lo que una vez aprendí, / podré perderlo, ¡ay de mí!, / olvidarlo no podré.» Pero Luis no ha muerto: vuelve. Y como Leonor es de otro, a él no le queda sino morir; pero entonces, ¿por qué no desafiar por amor a la muerte inexorable?: «Porque he de amar a Leonor, / aunque me cueste la vida», son las sombrías palabras con que termina el primer acto. Lope ama a su mujer con un amor taciturno («Porque el que quiere, / todo lo que dice quita / de valor a lo que siente»); con todo decide partir para la expedición que el rey Se­bastián organiza contra los moros de Áfri­ca. Le parece, sin embargo, que Leonor acepta demasiado fácilmente su propósito. Luis suplica a Leonor que lo escuche, y ella le recibe. Pero Lope vuelve y descu­bre a Luis, a quien no conoce y que dice haber entrado por casualidad en aquella casa para escapar a un enemigo. Lope sos­pecha, pero «sufre, disimula y calla».

No querría saber, pero un amigo, Juan, que ha huido de Goa donde mató por una cues­tión de honor, se cree en la obligación de comunicarle sus sospechas. Le dice que no es necesario dar a conocer, con venganza descubierta, una ofensa que ha quedado secreta. Y Lope vuelve a decirse: «ofendi­do corazón, / sufre, disimula y calla». Lope encuentra a Luis, que ha recibido de Leo­nor una carta en la que ella le señala una cita que constituirá una despedida defini­tiva. Lope se aprovecha de un paseo que hacen ambos en barca para deshacerse de su rival, cuya muerte atribuye a una des­gracia. Luego incendia la quinta donde Leonor esperaba a Luis y sale «medio des­nudo, que saca a doña Leonor muerta» en­tre sus brazos, como dice una acotación. Recuerda públicamente su belleza perdida mezclando con su premeditada mentira un auténtico y ardiente dolor. El Rey es in­formado y aprueba. El drama ha sido con­siderado inmoral e inhumano, lo cual ha servido para desvalorarlo incluso estética­mente, pero posee una rara y sobria po­tencia. Leonor es una criatura llena de fascinación y de fatalidad, triste hasta la muerte, debido al conflicto que se produce en ella entre el deber y el afecto por Lope de una parte y de la otra el antiguo amor por Luis, que vuelve a su memoria con el encanto de un sueño perdido y el recuerdo de la patria lejana. Su intención es virtuo­sa, pero el sofisma de la pasión y el temor de provocar un acto desesperado de Luis, la inducen a no truncar sus relaciones con el amado.

El destino la hiere precisamente cuando cree haber olvidado: ello hará que la catástrofe sea más fatal, sin resultar me­nos verosímil. Lope ama verdaderamente a Leonor; pero obra, más que por celos, porque para él el honor equivale a la vida. Hay aquí también un matiz de cuestión nacional; pero sobre todo lo que le interesa es la consideración de los hombres de honor y más aún la del rey que, a pesar de su moderación, verdaderamente regia, no va­cila en pronunciar palabras capaces de cons­tituir el orgullo de un guerrero: «si tuvie­ra / en África esa espada, yo venciera / la morisca arrogante bizarría». A pesar de ello, le aconseja que se quede en casa con su esposa. ¿Como premio a su valor o porque intenta insinuarle algo? Hay aquí aquel decir y no decir en que Calderón es maes­tro. Lope, cuando raciocina a solas, es so­fístico y complicado: su meditación es fe­bril. Su alma tiene reflejos como de acero que relampaguea en la sombra y da al dra­ma la atmósfera sombría, sólo iluminada de tarde en tarde (al principio, que es in­cluso alegre; en los elementos paisajistas que hacia el fin encontramos en las palabras del rey, antes de consumarse la venganza), para originar habilísimos efectos de claros­curo. En conjunto, es una de las obras ejemplares de la literatura barroca.

F. Meregalli