[An den christlichen Adel deutscher Nation, von des christlichen Standes Besserung]. Obra de Martín Lutero (1483-1546), el primer acto verdaderamente revolucionario del reformador alemán, publicada en julio de 1520. La fijación de las 95 tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittemberg (octubre de 1517), y el atrevimiento de algunas de ellas no iban más allá de las ordinarias costumbres académicas y las polémicas que suscitaron habían quedado hasta entonces reducidas al ámbito de los órganos competentes de la Iglesia. Pero la decisión de apelar al laicado germánico, a lo que Lutero fue inducido por la persuasión de su inminente condena era una acción de incalculables consecuencias. El escrito de Lutero contiene ante todo, la motivación de este acto. No se dirige a la autoridad política como tal, sino a los príncipes cristianos en su cualidad de miembros de la Iglesia, investidos por su función pública de especiales responsabilidades, para incitarlos a fundar en alemania un Cristianismo nacional independiente de la Iglesia de Roma. Lutero afirma en su libro que la diferencia entre laicado y sacerdocio no es una diferencia de «estado» sino sencillamente de «oficio».
En virtud de su bautismo todos los cristianos pertenecen al estado espiritual, esto es, son, según la expresión de San Pedro, «un sacerdocio real y un reino sacerdotal» (doctrina del sacerdocio universal). Como miembros del cuerpo místico de Cristo, laicos y sacerdotes responden solidariamente del buen estado del mismo y, a falta de orden clerical, el laicado puede ser investido del deber de enmendar a la Iglesia en sus aspectos jurídicos, convocando un libre Concilio reformador, que decida acerca de las cuestiones de fe y disciplina según la autoridad de las Sagradas Escrituras. Sigue la enumeración de las reformas requeridas para librar a alemania del dominio del Papado: que se supriman las anualidades y las demás gravosas contribuciones requeridas por Roma; que se restaure el episcopado germánico, confiando la ordenación del obispo a los dos más cercanos a su sede, según la costumbre antigua, limitando la función del Papado a la de una instancia espiritual superior, y negando la supremacía del Papa sobre los príncipes seculares y sobre el Emperador; que se declare libre el celibato del clero, y se vuelva a conducir la disciplina a su naturaleza espiritual, suprimiendo penas como el entredicho, que son fuente de pecado y ruina para las almas; que se limiten los días festivos al domingo; se supriman las peregrinaciones (por los abusos a que dan lugar) y la mendicidad; se limite el número de los conventos y sus privilegios; se conceda a quien la pida la comunión bajo las dos especies, según el uso de Bohemia.
Siguen proposiciones para la reforma de las Universidades y de las escuelas (menos Aristóteles, menos autores paganos; estudio del Evangelio y de la Biblia), y para una reforma social (supresión de los prostíbulos), y económica en sentido anticapitalístico y agrario (Lutero, a diferencia de Calvino, condena como «usura» todo préstamo con interés). Este escrito tiene una importancia enorme para la historia de la Reforma, porque nos da un cuadro conciso y completo de las fuerzas materiales y espirituales a las que Lutero con feliz intuición apelaba para llevar adelante su lucha religiosa; fuerzas que, efectivamente, condujeron la Reforma a su triunfo. La obra es más política que religiosa; es un grito de guerra material, y no teológico. Su apelación al Emperador contiene el atractivo de una venganza contra Roma y su llamada a la nobleza incluye la perspectiva de la confiscación de los bienes eclesiásticos. La guerra religiosa de la Reforma demuestra que esta llamada no fue dirigida en vano. Aparece aquí el fondo político-nacional de la Reforma más que sus confutaciones dogmáticas y teológicas contra la Iglesia de Roma.
G. Mieggi