[Lancelot du Lac]. Protagonista de varios relatos del Ciclo bretón (v., y véanse también Lanzarote y La dama del Lago), Lanzarote constituye, en el «román courtois», el ideal del caballero: perfecto guerrero, perfecto enamorado, e incluso perfecto pecador.
Por consiguiente, el sentido caballeresco bretón se encarna en él mucho mejor que en aquel perfecto héroe sin mancha que fue su sucesor Perceval (v.), el conquistador del Santo Graal. La personalidad de Lanzarote se halla sobre todo ligada a las vicisitudes de su culpable amor por la reina Ginebra (v.), esposa del rey Artús (v.); Lanzarote es un ardiente enamorado que no teme sufrir las peores humillaciones, ni siquiera la de dar muestras de flaqueza en pleno torneo, a condición de complacer a la dama de sus pensamientos: en honor de ésta realiza todas sus hazañas y desafía la ignominia, como se narra en el «román» del Caballero de la Carreta (v. Lanzarote); de tal modo que su valentía es en el fondo un elemento esencial de su facilidad de amar.
Esa conciliación entre el amor y la gloria le sitúa netamente por encima de los demás guerreros del ciclo bretón: en efecto, la caballería bretona había formulado dos códigos distintos y antagónicos, el galante y el caballeresco. Mantenerse fiel a ambos era sumamente difícil, ya que el amor se compagina mal con las aventuras generosas y la aventura no permite el perfecto amor: bien lo sabían Erec (v.) e Ivain (v.), siempre en peligro de ser tildados de haraganes por sus compañeros de armas o de infieles por sus damas, y siempre vacilantes entre los combates y el amor. Pero Lanzarote logra superar esa antítesis, porque su amor culpable e inconfesable le obliga a estar presente ante su amada, no tanto físicamente como en el eco de sus hazañas.
Para él no hay peligro de que el amor haga flaquear el brazo; en cambio persiste la oposición entre la obediencia que debe a su señor el rey Artús y la traición que cotidianamente alimenta contra éste. Tal oposición no alcanza, para Lanza- rote, aquella intensidad dramática que habrá de tener en el corazón de otro enamorado creado por las mismas leyendas: Tristán (v.). Personaje cortesano, Lanza- rote vive en un mundo de valores espirituales ya codificado: no siente la ofensa hecha a su señor bajo la forma de un torturador remordimiento, sino más bien como un deber de mantenerla oficialmente secreta, conservándose al mismo tiempo escrupulosamente fiel al rey Artús en todo cuanto no afecte a su amor por la esposa del rey.
Ello le conduce a un juego de habilidad que a veces roza con lo grotesco, pero que siempre exige una completa devoción, un atento dominio de sí mismo y una perfecta fidelidad a las leyes del amor. Una vez cumplido su deber para con el código de la galantería y el de la caballería, Lanzarote, antes de morir, habrá de reconocer las normas cristianas que constituían el tercer gran código de la_ caballería bretona; y, en los últimos años de su vida, le veremos convertido en un penitente ermitaño, totalmente alejado de cuanto pueda referirse a la vida de los sentidos.
En este último aspecto suyo, Lanzarote define aquel tipo de gran pecador mundano a quien la conversión añade un nuevo y último encanto y que había de resurgir, aunque exento de la antigua sinceridad medieval, en la tradición novelesca de fines del siglo XIX.
U. Déttore