Isabel

[Isabella]. Personaje del Orlan­do furioso (v.), de Ludovico Ariosto (1474- 1563). Es una de las criaturas femeninas más delicadas del poema, absorta en su único amor por Zerbino (v.), el más gentil de los caballeros imaginados por Ariosto, y arrastrada por aquel amor de aventura en aventura hasta morir lamentable y he­roicamente.

Hija del rey sarraceno de Ga­licia, se enamora, como hemos dicho, de Zerbino, hijo del rey de Escocia, a quien un torneo ha atraído a aquel país; no pudiendo casarse con él por causa de la di­versidad de sus religiones, consiente en huir de su tierra y en seguir a Odorico, amigo de Zerbino a quien aquél ha en­cargado que la raptara en su nave. Pero Odorico, traicionando la fe y la amistad, intenta hacerla suya; Isabel se defiende, mas cae en manos de unos bandoleros, que la retienen con intención de venderla al Sultán y la confían a la horrible y mal­vada Gabrina.

Es liberada de los, ban­didos por Orlando (v. Roldán), quien lo­gra también salvar a Zerbino de la muer­te a que injustamente había sido condena­do; pero contra los enamorados parecen conjurarse las fuerzas más turbias y oscuras de la naturaleza humana (haciendo por contraste resurgir su nativa nobleza): primero la maldad y la traición de Odo­rico y de Gabrina, luego la violencia y la bestialidad de los dos poderosos y or­gullosos guerreros sarracenos, Mandricardo (v.) y Rodomonte (v.).

A manos del pri­mero perece Zerbino, que en vano ha in­tentado impedirle que se apoderase de Durindana, ganada por él como trofeo de guerra con las demás armas abandonadas por Orlando en su locura. Isabel no puede prestarle otro auxilio que dejarle morir en sus brazos, en medio del bosque soli­tario. Cuando, bajo la guía de un ermi­taño, Isabel acompaña el cadáver de Zer­bino, Rodomonte se enamora de ella con súbita y bárbara pasión. Pero la devoción a Zerbino presta heroísmo a la joven, que promete a Rodomonte, bajo la condición de que la respete, darle la fórmula de una mezcla de hierbas que hace invulne­rable el cuerpo y le invita a probar su eficacia sobre ella misma, hiriendo su cue­llo con la espada. Rodomonte, embriaga­do, se deja engañar y le corta la cabeza.

Luego, arrepentido, la manda enterrar al lado de Zerbino y erige un mausoleo en su honor, comprometiéndose a adornarlo con las armas de todos los caballeros de­rrotados por él: homenaje grotesco y bár­baro a la memoria de la gentil Isabel, que ha sido capaz de suscitar una emoción hu­mana aun en el alma de aquel feroz y brutal sarraceno.

M. Fubini