[Wilhelm Meister]. Protagonista de la obra juvenil La misión teatral de Wilhelm Meister (v.) y de las dos definitivas obras maestras de la madurez de Goethe (1749-1832): Años de aprendizaje de Wilhelm Meister (v.) y Años de peregrinación de Wilhelm Meister (v.).
En su tendencia al perfeccionamiento, se dibujan los rasgos más destacados y al mismo tiempo más armoniosos de este héroe imbuido de un sentido especial de la existencia, que le empuja a buscar una vida perfecta. Ya desde el principio, su espíritu vaga a lo lejos y busca en el arte aquella plena realidad que las ocupaciones cotidianas no pueden ofrecerle. En su amor por Mariana, la joven y bella actriz, hay que ver no sólo el apasionamiento típico de su época, sino también el razonable discurrir y el pensamiento de una vida íntimamente elevada.
Cuando cree tener pruebas de que ha sido infamemente traicionado, el joven sufre una grave crisis física y espiritual, que destruye sus vagas ilusiones y le hace ver claramente una realidad cruel pero escueta, gracias a la cual logrará orientar más libre y profundamente su vida. En la sociedad de la época, el joven Meister sólo imagina poder hallar en un escenario aquella libertad de actitudes y de concepciones que comúnmente no solían trasponer los umbrales de las clases privilegiadas. Detrás del telón surge a la vida el vasto mundo de los poetas, y basta ensimismarse en un personaje, basta saberlo elegir de acuerdo con el propio yo, para revelarse a sí mismo y para revelar a los demás el secreto de la personalidad. A
sí, la revelación del genio de Shakespeare por el director teatral Jarno nos descubre una extensa visión del «pathos» de Goethe. Nada más natural que el hecho de que Meister dedique una gran parte de su actividad a una buena representación de Hamlet (v.) y que él mismo anhele personificar al desdichado príncipe danés, tan emparentado con todos los jóvenes audaces e idealistas. Está después el secreto de la arpista; la figura misteriosa y nostálgica de Mignon (v.); la celada en el bosque donde Meister se enfrenta valerosamente con sus enemigos y recibe una herida; la sociedad del castillo, que le hace recobrar su fe en la poesía, y al final de la primera parte, la revelación de una vida guiada por otra persona, para su bien y su perfeccionamiento.
Y entonces Guillermo comprende que el verdadero actor no debe ir en busca de un personaje subjetivo como hizo él con Hamlet (v.), sino que todo es digno y todo es materia del verdadero arte, ya que éste no transfunde ningún contenido, sino que interpreta, y no impone su pasión, sino que vibra casi fríamente con la pasión del poeta. Y del mismo modo que para el arte, también en la vida es necesaria una mayor modestia y una mayor comprensión de las cosas y de las personas. Cierto indiferentismo parece embargar el alma de Guillermo: tal es la serenidad que se impone a su espíritu tras sus progresos en la sabiduría. Y sin embargo no ha cambiado, ni siquiera ha envejecido: sencillamente se le ha revelado el hombre, y, más aún que el hombre, la mujer.
Si al principio sólo Mariana hubiera podido hacerle feliz y si por poco, en su escepticismo, la caprichosa sensibilidad de Filina pudo atraerle, la muerte de Aurelia vuelve a darle la medida de lo sublime en las «confesiones de una bella alma», y tras su encuentro con la mujer misteriosa, que le salva del peligro, y tras su aventura en el castillo, tanto la prudente Teresa como, más que ninguna, Natalia logran llenar su existencia y despertar en él aquel pleno interés por todo, que habrá de caracterizar su madurez. Precisamente en contacto con la mujer el héroe se forma y se plasma; la pasividad creadora de la vida de aquélla es más significativa para el desarrollo de la humanidad que los actos del hombre, a menudo demasiado aturdidos y violentos.
También éste es un rasgo profundamente goethiano, íntimamente vivido, al igual que aquella evolución desde el individualismo de la primera parte hasta una objetividad casi impersonal que caracteriza al Meister de los Años de peregrinación. El triste fin de la desdichada pero fiel Mariana es, al fin y al cabo, feliz, y la emoción del corazón de padre de Guillermo se funde con lo trágico de toda la vida humana, y el velo de los pasados errores queda rasgado y deja paso a la luz de una perfección que el sabio querrá ahora transferir a su estirpe. La peregrinación de Guillermo continúa en compañía de su hijo, y con ella aumenta su experiencia y se amplía cada vez más la visión del tiempo.
La individualidad crítica de la obra de arte casi se extingue al par que van adquiriendo importancia y densidad las nociones y las conquistas de la vida y de la época. Del mismo modo que el mundo afirma su dominio a la muerte de Fausto (v.), también Meister cae totalmente en poder de las cosas. Han muerto los sueños y han sido superados los desengaños: reina cierta melancolía y sigue latiendo la vida multiforme que apenas es posible captar, no con la mirada del titán sino con la mente humilde y firme, que sólo en el análisis logra separar la obra del genio de la de los mil y mil otros hombres que construyen el mundo.
Como el poeta mismo, a la vez espectador y actor, a quien abruman los problemas y entristece el espectáculo de una época todavía heroica pero ya en su ocaso, Meister está a caballo del siglo XIX, rico en rasgos conocidos y claros pero preñado de tantos otros que todavía aguardan quien los interprete.
M. Benedikter