Gregor Samsa

Personaje de La me­tamorfosis (v.) de Franz Kafka (1883-1924). Una mañana, al salir de un sueño agitado, Gregor Samsa — un viajante de comercio — despierta en su cama transformado en una verdadera sabandija. «Estaba acostado sobre el dorso, un dorso duro como una coraza, y, al levantar un poco la cabeza, vio que tenía un vientre pardusco y abovedado, dividido por nervaduras arqueadas.

El co­bertor, apenas retenido por la cima del vientre, estaba a punto de caer completa­mente, y las patas de Gregor, lamentable­mente delgadas para su voluminoso cuer­po, se agitaban ante sus ojos». Su voz le sale «mezclada con un doloroso e irrepri­mible pitido, en el cual las palabras, al principio claras, confundíanse luego, reso­nando de modo que no estaba seguro uno de haberlas oído». Saltar de la cama le cuesta grandes esfuerzos y se hiere. Cuan­do, por fin, logra abrir la puerta, ve a su director, el más inmediato a la puerta, ta­parse la boca con la mano y retroceder lentamente, como impulsado mecánicamen­te por una fuerza invisible. Su madre se desmaya horrorizada.

El padre amenaza con el puño a Gregor con expresión hostil, cual si quisiera empujarlo hacia el interior de la habitación, luego se vuelve y rompe a llorar cubriéndose los ojos con las manos. Gregor, convencido de ser el único que había conservado su serenidad, le da ex­plicaciones a su director: «tengo que aten­der a mis padres y a mi hermana. Cierto que hoy me encuentro en un grave aprie­to. Pero trabajando sabré salir de él». Gre­gor le pide a su director que no le haga la cosa más difícil de lo que ya es. Le pide humildemente que se ponga de su parte. Pero el director le contempla con una mueca de asco. Gregor comprende que no debe de ningún modo dejar marchar al director en ese estado de ánimo, pues si no su puesto en el almacén está amenaza­do.

Gregor se percata de que es indispen­sable apaciguar, convencer, conquistar al director, pues de ello depende su porvenir y el de los suyos. Su hermana no estaba allí para ayudarle. El director se marcha, la madre se cubre el rostro con las manos y el padre con un bastón hace retroceder a Gregor Samsa hasta el interior de su cuarto. A Gregor no le sirven de nada sus súplicas, y es encerrado en su dormitorio. Día a día la soledad de Gregor se va acen­tuando. Su hermana le presta durante al­gún tiempo sus cuidados, pero Gregor no tarda en comprender que su vista le es también insoportable y que lo seguirá sien­do.

A fin de ahorrarle esto, Gregor se oculta bajo el canapé cuando ella entra en su habitación. Gregor se pasea por las pa­redes casi totalmente desnudas, se nutre de restos de alimentos casi enteramente podridos. Un día, el padre, irritado, le tira una manzana medio podrida, que se incrus­ta en los riñones de la pobre sabandija. Esta grave herida, de la cual Gregor tarda más de un mes en curar, parece recordar, incluso al padre, ‘ que Gregor, «pese a lo triste y repulsivo de su estado, era un miembro de la familia, a quien no se debía tratar como a un enemigo, sino, por el contrario, guardar todos los respetos, y que era un elemental deber de familia sobre­ponerse a la repugnancia y resignarse. Re­signarse y nada más».

Gregor, aun cuando a causa de la herida ha perdido el libre juego de sus movimientos, tiene una com­pensación que le parece harto suficiente: por la tarde, la puerta del comedor se abre, y él, en tinieblas, invisible para los demás, puede contemplar a toda la familia en tor­no a la mesa iluminada y oír sus conversa­ciones, ahora tristes y monótonas. La si­tuación económica se agrava y Gregor sufre por ello. Una noche, en el salón la her­mana de Gregor toca el violín; algunos inquilinos han venido a escucharla. Gregor se siente atraído por la música. «Tenía la impresión de que se le abría un camino hacia el alimento desconocido que tan ar­dientemente deseaba».

Gregor desearía que su hermana fuese a vivir con él, libremen­te para poder expresarle su admiración, su afecto. Gregor es descubierto por los oyen­tes. La música cesa. Los invitados se mar­chan. La hermana dice que hay que desembarazarse de este monstruo. Aquella mis­ma noche, Gregor piensa en su familia con emocionada ternura. Sabe que tiene que marcharse. Está resuelto a ello. «Dejó caer la cabeza, contra su voluntad, y exhaló débilmente su último aliento». Gregor Sam­sa muere completamente solo. Desde aque­lla mañana en que despertó convertido en una repugnante alimaña, ha vivido en ra­dical, vacía soledad sin posibilidad de co­municación. Cuando la criada descubre el cadáver completamente seco de Gregor Sam­sa lo arroja al cubo de la basura. En casa de Gregor Samsa ocurre ahora otra meta­morfosis: los padres y la hermana vuelven a tomarle gusto a la vida. Desaparecido Gregor Samsa — la asquerosa sabandija—, la hermana se desarrolla; es ya una her­mosa muchacha de formas plenas.

J. M.a Pandolfi