En el Antiguo Testamento, la primera mención del Demonio se halla en la primera página, por así decirlo, de la Biblia (v.): el primer capítulo del Génesis (v.) narra la tentación de Eva (v.) por parte de la Serpiente (v.). Otra mención famosa se encuentra en el Libro de Job (v. Job), donde aparece por primera vez el nombre de Satanás, que significa instigador o adversario más bien fraudulento que violento.
Saúl era atormentado y arrastrado al mal por el «espíritu malvado» (I Samuel, XVI, 14-15). Algún otro indicio de Satanás podría hallarse en los libros del Antiguo Testamento, pero raro y siempre vago. Así, a Satanás se atribuye una tentación de David (I Paral., XXI, 1); el profeta Zacarías (Zac., III, 1-2) ve a Satanás; en el Libro de Tobías (v. Tobías), se menciona a un demonio, Asmodeo, y se narra su nefasta obra. No parece que se puedan considerar demonios los «hijos de Dios» que se unen con las mujeres en el Génesis, VI, 2, pero el apócrifo Libro de Enoch (siglos II-I a. de C.) elaboró sobre este pasaje un vasto mito que gozó ulteriormente de extraordinaria fortuna.
En realidad, mientras los libros canónicos del Antiguo Testamento tratan con gran tacto la figura del Demonio, los considerados apócrifos distan mucho de tal sobriedad. Además del ya citado, puede verse el Libro de los Jubileos. De esos apócrifos nació toda la literatura sobre el Demonio, que dominó durante siglos. El hebreo helenizado Filón no puede ocultar, en relación con este problema, su cultura griega, y su concepto del Demonio es por mitad hebraico y helenístico.
Los Evangelios sinópticos reproducen, acerca de los Demonios, numerosas y clarísimas palabras de Jesucristo: en ellas aparecen como seres reales que forman parte de un reino gobernado por Satanás; superiores por su naturaleza a los hombres pero interesados en éstos, a quienes tientan y atormentan para hacerles pecar como ellos pecaron y atraer sobre sus cabezas un castigo semejante al que ellos sufrieron a su vez: en una palabra, para unirlos a su suerte y adscribirlos a su reino, sustrayéndolos al reino de Dios.
En los Hechos de los Apóstoles (v.) se describe la primitiva Iglesia que, acerca del particular, sigue la doctrina y la práctica de Jesús respecto a los Demonios, su naturaleza y su acción. En las Epístolas (v.) de San Pablo, el cuadro se amplía y se precisa de una manera prodigiosa: la redención de los hombres por Jesús — única razón de su venida a la Tierra —, no es más que su rescate de la servidumbre a que Satanás los había sometido desde el momento de la tentación de Eva. San Pablo es el primero que define la historia del hombre como el conflicto entre Dios y Satanás, que quieren, el primero salvarle, y el otro perderle, no sólo en esta vida breve sino también en la eterna.
San Pablo, sin embargo, que tanto habló de la acción del Demonio, apenas se refiere a su naturaleza. San Juan precisa algo más tanto en un sentido como en otro, y nos hace ver atormentada por el Demonio incluso la propia vida de Jesús, y nos presenta la historia humana (v. Apocalipsis), como obra, en cuanto es un mal, del Diablo. Los Padres llamados Apostólicos permanecen dentro de la órbita de los escritos ya mencionados del Nuevo Testamento, a excepción de adiciones de poca monta. Pero no ocurre así con los apologetas, que, vinculados en tantos sentidos con la cultura contemporánea, tomaron de ésta, en proporción excesiva, concepciones y pormenores de los libros apócrifos judaicos y de la tradición griega.
Los gnósticos crearon acerca del particular innumerables e indescriptibles fantasías míticas. Una teología — realmente digna de este nombre — acerca del Demonio se suele hacer arrancar de Orígenes, el cual rechazó los datos de los apócrifos e inauguró la doctrina que luego dominará en la Iglesia, con excepción de algunos detalles, como el de la redención final de los Demonios, que Orígenes sostenía. A fines del siglo V de la Era Cristiana puede decirse que semejante doctrina está ya formada en sus líneas esenciales: los Demonios son espíritus incorpóreos, que fueron creados por Dios como seres buenos, pero prevaricaron por orgullo capitaneados por su jefe Lucifer.
Su defección fue anterior a la creación del hombre y los alejó de Dios y los condenó para toda la eternidad. Los Demonios combaten a Dios en el corazón de^ los hombres. Tal doctrina era común y predominante a partir del siglo VI; hasta el XI apenas se acrecentó y precisó, pero durante la época escolástica — lo mismo en la primera Escolástica de los siglos XII y XIII que en la llamada segunda Escolástica de los siglos XVI y XVII—, .se reafirmó, se elaboró mejor y fue llevada a aquella cristalización con que hoy figura en la enseñanza y en el sentimiento católicos.
G. De Luca