Personaje de la comedia Los intereses creados (v.) de Jacinto Benavente (1866-1954). La acción se sitúa en el siglo XVII y se hacen salir a escena personajes de la «commedia dell’arte». Las dos figuras centrales, Leandro y Crispín, corresponden al galán y al «gracioso» del teatro español del siglo XVII.
Crispín, el pícaro, el «gracioso», viene a ser el verdadero protagonista, y por esto el autor mismo gustaba de encarnar su papel. Crispín, natural del libre reino de Picardía, centra la sátira social de un mundo lleno de mentiras en el que para salir adelante, «mejor que crear afectos es crear intereses». Crispín hace pasar a Leandro por un gran señor y cuando los aventureros no pueden satisfacer las deudas contraídas, Crispín consigue salvar la situación, logrando que sus acreedores, para poder cobrar, exijan al rico Polichinela la boda de su hija — la ingenua Silvia — con el enamorado Leandro.
En cierto modo Crispín realiza su engaño, pero a la vez sirve, como el criado de Lope, Calderón o Tirso, para su tercería de amor. Las duras necesidades de la vida obligan a mostrar separados en dos sujetos lo que suele andar junto en uno solo. Como confiesa Crispín: «Mi señor y yo, con ser uno mismo, somos cada uno una parte del otro. ¡Si así fuera siempre! Todos llevamos en nosotros un gran señor de altivos pensamientos, capaz de todo lo grande y de todo lo bello… Y a su lado, el servidor humilde, el de las ruines obras, el que ha de emplearse en las bajas acciones a que obliga la vida… Todo el arte está en separarlos de tal modo, que cuando caemos en alguna bajeza podamos decir siempre: no fue mía, no fui yo, fue mi criado.
En la mayor miseria de nuestra vida siempre hay algo en nosotros que quiere sentirse superior a nosotros mismos. Nos despreciaríamos demasiado si no creyésemos valer más que nuestra vida… Ya sabéis quién es mi señor: el de los altivos pensamientos, el de los bellos sueños. Ya sabéis quién soy yo: el de los ruines empleos, el que siempre, muy bajo, rastrea y socava entre toda mentira y toda indignidad y toda miseria. Sólo hay algo en mí que me redime y me eleva a mis propios ojos. Esta lealtad de mi servidumbre, esta lealtad que se humilla y se arrastra para que otro pueda volar y pueda ser siempre el señor de los altivos pensamientos, el de los bellos sueños».
Y efectivamente, cuando acaba la farsa, el pícaro Crispín ha servido para que su señor Leandro vuele en alas del amor que todo lo purifica.