Es la protagonista de la comedia de este nombre (v.) de George Bernard Shaw (1856-1950), quien apunta esta vez las baterías de su sarcasmo contra la pretendida superioridad del hombre como principio regulador del matrimonio y la sociedad.
Pero así como los personajes de otras comedias de este autor, como Cleopatra (v.), don Juan (v.) o Crampton (v.), no son más que cómodos «á propos» para exponer sus opiniones sociales y sus doctrinas morales, Cándida posee una consistencia humana que presentimos fundamentada en las más secretas aspiraciones del escritor. Junto a la mediocridad convencional de su esposo, el pastor James Morell, predicador a la moda, rígido custodio de las leyes y defensor del orden establecido, y no obstante débil e infantil tras su baluarte intelectual y moral, Cándida representa la feminidad segura vinculada a las leyes generadoras de la vida, y, en consecuencia, el verdadero centro de la familia y la pequeña sociedad parroquial cuyo ídolo es Morell.
En la alternativa entre el amor del marido, tan seguro de sí mismo, y la pasión de Eugenio Marchbanks, poeta de dieciocho años atacado de romanticismo y de vagas aspiraciones, finge abandonarse a su debilidad de «mujer» y cede por un momento al devaneo y al capricho. Enfrentándose con ambos, les invita a exponer lo que cada uno de ellos pueda ofrecerle; luego, ella decidirá.
El esposo le ofrece su protección, su ^influencia y su perdón; el poeta sus sueños, su juventud y aun su debilidad. Pero Cándida, no sólo mujer sino también madre, con el instinto peculiar de «protección», escoge entre los dos a quien, en realidad, es el más débil: su marido. En esta serena y consciente renuncia al sueño y a una ilusión juvenil reside la superioridad moral de Cándida, ya que su elección no se realiza en nombre de un deber o por respeto a convenciones sociales, sino en reconocimiento de un afecto y de su realidad de mujer y madre, mucho más valiosos que una aventura romántica o un abandono sentimental.
Cuando su marido se manifiesta seguro de su bondad y pureza, Cándida le replica: «Ambas las ofrecería a Eugenio tan naturalmente como daría mi chal a un mendigo aterido si algo más no me detuviera. Cuenta, más bien, con mi amor por ti, James, pues si éste se acabara, poco iban a importarte tus sermones, bellas palabras con que diariamente te engañas a ti mismo y a los demás».
He aquí la humanidad de Cándida, que no comprenden ni al pastor, escandalizado de sus palabras, ni a Marchbanks, perdido en sus sueños de un delicado vivir, que sufre viendo cómo Cándida, su mujer ideal, se ensucia las manos con el aceite de los candiles o las cebollas de la sopa. Ella, no obstante, vive de realidades: opone valerosamente su verdad de mujer otoñal a las poesías con que el muchacho le declara su amor… Éste no consiste en un sueño sentimental, sino en el hábito de vida en común, comprensión materna y, también, compasión: «Pertenezco al más débil de los dos».
Juntamente con el joven poeta, aparecen derrotadas todas las románticas heroínas del amor, la sensualidad y la pasión devastadoras. De este modo, Cándida vive como figura humana y vibrante en medio de la galería de marionetas del teatro de G. B. Shaw, no sin un ligero matiz irónico dentro de su sencilla grandeza.
Y. Ottolenghi