Protagonista de la Tragicomedia de Calisto y Melibea (v. La Celestina) atribuida a Fernando de Rojas (1475?- 1541). Calisto es la pasión hecha carne juvenil, temblorosa y anhelante. Al contrario de Romeo (v.), quien antes de amar a Julieta (v.) vio turbado su corazón por otra muchacha, el primer nombre de mujer que oímos en boca de Calisto es el de Melibea (v.).
Vive para ella, de ella y en ella. Y aun perteneciendo a un mundo medieval y cristiano en el que la religión es algo más que una mera actitud espiritual, algo que por formar parte de la vida misma informa las palabras, pensamientos y acciones de ésta, Calisto, con acto blasfemo, deposita a los pies de su amada todo su bagaje espiritual, todo lo que le rodea. «Ciertamente — dice —, los Santos gloriosos que gozan de la visión de Dios no experimentan mayor felicidad que la que yo siento en tu presencia.
Mas, ¡ay, triste de mí!, que en esto nos diferenciamos: aquéllos disfrutan puramente, sin temor a perder su beatitud, y yo, mortal, temo el horrible tormento que me causará tu ausencia»; y, así, su profesión de fe es: «Yo soy Melibeano, y adoro a Melibea, y en Melibea creo, y a Melibea amo…». «Divina la creo, divina la reconozco, y no creo haya otro superior en el cielo: de ser así, vive en nosotros». ¿Puede hallarse una entrega más completa? Embarcado en la nave de la locura, Calisto no se atrevería ni a respirar si creyera que con ello ha de ofender a Melibea.
Cuando, obligado por la necesidad, recurre a las malas artes de Celestina (v.), ésta aparece a sus ojos como una dama distinguida, buena y honorabilísima a la que concederá todo cuanto le pida y aún más, ya que en su habilidad de alcahueta están en juego su salud, su alma y su desesperación. Y tendrá asimismo como amigos devotos a sus propios criados, a quienes promete, a cambio de su fidelidad para con él y la vieja, generosos regalos, con el fin de ver realizado su sueño cuanto antes. De lo contrario, merecerán su maldición.
Para Calisto, es de día cuando- recibe nuevas de ella y crecen sus esperanzas, y es lúgubre noche cuando teme perderla. No come, ni bebe, y vive en plena obsesión. Se eleva hasta las más altas cumbres de la felicidad, y entonces abrazaría al mundo, o bien se hunde en la más profunda tristeza. Y cuando finalmente consigue la suspirada cita, sólo entonces empieza a vivir, disfrutando de una felicidad tan intensa que ni la muerte de Celestina, a la que, sin embargo, tanto apreciara mientras le ayudaba, ni la de los criados a quienes consideraba como amigos alcanzan a turbar su felicidad.
Se dirige a la cita amorosa animado por los mismos sentimientos, ya que si todo su mundo se concreta en el cuerpo y alma de Melibea, en adelante nada a su alrededor le interesa. Y la muerte le sorprende en el momento en que su vida es más intensa: cual el zángano, que nada más puede dar de sí después de haber amado.
F. Díaz-Plaja