El libro de los Números (v., caps. XIII-XIV) y el de Josué (v., cap. XIV), con tenues hilos de enlace y evocación, tejen una monografía completa aunque breve en torno a este personaje, en la que el valor, la lealtad y la fe religiosa de uno solo superan finalmente la pusilanimidad egoísta de muchos.
Caleb, en efecto, fue uno de los exploradores escogidos por Moisés (v.) para representar a sus respectivas tribus en el primer reconocimiento de la Tierra de Promisión. A su regreso, esos exploradores sembraron entre el pueblo el desaliento y la protesta, exagerando las dificultades de la conquista de Canaán. Pero Caleb, «de espíritu muy diferente», expuso la escueta verdad, desafiando luego con Josué (v.) la ira popular y el peligro de la lapidación.
Fiel a Moisés y a su Dios, disfrutará, como recompensa, de la felicidad terrenal que en el Antiguo Testamento (v. Biblia) es signo seguro del beneplácito divino. Por ello, a los ochenta y cinco años, único superviviente de su generación, podrá entrar en la Tierra de Promisión y reclamar con derecho propio el suelo que fuera el primero en pisar. Su renovada gallardía juvenil, sus desahogos de veterano y su alegría de padre iluminan con una belleza humana el ocaso de este héroe de la fidelidad.
E. Bartoletti