Buda

[Buddha]. Este nombre, que sig­nifica el Despertado o el Iluminado, se dio a Sidhārta, fundador del Budismo. Personaje histórico (560-480 a. de C.), Buda es el protagonista de muchísimas obras li­terarias indias, en alguna de las cuales aparece envuelto en una aureola de leyen­da que hace más luminosa y sugestiva su inmortal personalidad de fundador religio­so.

En estas obras Buda es, al mismo tiempo, historia y leyenda, y la doctrina budista aparece genuina, fresca y casi totalmente libre de pedantería dogmática, en sus grandes características sustanciales ín­timamente relacionadas con los aconteci­mientos de la vida de su fundador. Uno de los textos que, aun cuando de fecha incierta y probablemente no muy antigua (siglos V-VIII), reúne material legendario muy anterior es el Lalita-vistara (v.), que parangona los acontecimientos de la vida de Buda con la actuación de un ser so­brenatural.

Envueltos bajo el velo de lo maravilloso se hallan el nacimiento y la encarnación de Bodhisattva, quien se con­vertirá en Buda, como hijo de la reina Māyā, que hasta entonces no había tenido descendencia alguna y que ahora habrá de morir súbitamente después del nacimiento de su portentoso hijo. Algunos episodios de su primera infancia y de su juventud son particularmente interesantes.

El viejo as­ceta Asita va a ver a Bodhisattva y, des­pués de admirar al niñito, llora porque su vida no alcanzará a verle convertido ya en Buda. Otro relato nos cuenta que, lleva­do Bodhisattva de niño al templo, las esta­tuas de los dioses le rinden homenaje le­vantándose de sus pedestales y posternándose ante él. Algún otro se refiere a la vida escolar de Bodhisattva, edificante y beneficiosa para los otros muchachos. Todas estas narraciones han dado pie a comparaciones con los Evangelios canónicos y apócrifos.

Bodhisattva, después de muchas vacilaciones, se casa con la princesa Gopá y vive durante cierto tiempo entre los goces terrenos del amor. Pero debe cum­plirse el destino, y así, Bodhisattva, has­tiado de toda fruición material, abandona afectos y riquezas y trata de alcanzar el conocimiento de la verdad o clarividencia («bodhi»), conseguido lo cual será llamado con el fatídico nombre de Buda. ‘única­mente el «bodhi» pudo darle la tranquilidad espiritual que no hallaba en las riquezas y comodidades y que luego tan fatigosamente buscará en largos años de penitencia e íntima tortura.

Así, Buda personifica la santidad que nace del tormento interior, alcanzada penosamente a través del tedio por la vida sensitiva. La narración de su muerte terrena, conservada en ciertas obras, la más antigua de las cuales es el Mahāparinibbānasutta (v.), constituye una pági­na profundamente humana de la literatura universal. En ella la leyenda desaparece para dar paso a una escena viva y real en la que domina la serena grandeza de áni­mo del Iluminado, que conforta a su fide­lísimo discípulo Arianda con memorables palabras sobre lo caduco y el valor inmortal de la doctrina salvadora que deja en herencia para la felicidad de los vivientes.

M. Vallauri