Atilio Régulo

Es uno de los grandes personajes de la historia de Roma: figura histórica, ha sido a su vez creadora e ins­piradora de poesía. El pueblo romano no tuvo, como el griego, la aurora de su his­toria iluminada por la poesía épica, por lo que buena parte de ese espíritu poético se manifestó en la creación legendaria de los grandes personajes que dominan los primeros tiempos de la historia de Roma hasta las guerras púnicas.

Este espíritu le­gendario adquiere, a su vez, un valor his­tórico como manifestación del alma del pueblo romano, que gustó de estas creacio­nes tanto, al menos, como de su Imperio. Semejantes figuras poseen la característica del pueblo romano, psicológica e imaginati­vamente menos rico que el pueblo griego: son sencillas, solemnes, austeras y un poco estatuarias.

En el escenario de la historia se nos aparecen como envaradas en su gesto retórico y teatral, exactamente como las sintió e interpretó el espíritu trágico de Alfieri. Todos estos rasgos viven en la fi­gura de Atilio Régulo, que domina y con­fluye en aquella primera guerra púnica que fue para los romanos la menos afortunada; pero, precisamente en la creación de este personaje, los romanos derrotados se des­quitaron de sus vencedores, creando a un héroe dotado de las más bellas virtudes romanas, como son el respeto a la palabra dada y la nobleza del vencido que se eleva por encima de la ferocidad despiadada de los cartagineses vencedores.

Régulo, en efecto, ha sido siempre uno de los héroes más populares. El propio Cicerón en su Tratado de los deberes (v.) examina el va­lor del gesto de aquel caudillo, y ve en él el eterno drama de la utilidad en pugna con el deber y del interés personal frente al de la patria. «Sabía perfectamente que volvía a las manos de un enemigo crudelísimo, pero consideró que no debía violar su juramento».

La santidad del juramento es para el romano un imperativo categórico. «Pero fue un necio, dirá tal vez alguien, ya que no sólo no consideró oportuna la restitución de los prisioneros, sino que la desaconsejó. Pero ¿por qué fue un necio? §u consejo fue útil a Roma, y ¿puede aca­so ser ventajoso a un particular lo que encierra un daño para la patria?» He aquí el segundo principio de la moral romana: «Salus rei publicae suprema lex» («La sal­vación de la república es la ley suprema»). Régulo fue el mártir de esta fe.

Así inter­pretó también la figura de Régulo el poeta Horacio, que en la quinta Oda del libro III (v. Odas) elevó el más bello monumento al héroe de la primera guerra púnica. El poeta censura la facilidad con que en las guerras más recientes de los tiempos de Augusto los soldados romanos se dejaban capturar y más tarde absorber por los pue­blos vencedores. Frente a esos hombres sin valentía, Horacio nos muestra la varonil figura de Atilio Régulo.

La previsora mente de Régulo, dice el poeta, adivinaba ya este peligro y por ello temía la restitución de los soldados derrotados y prisioneros, a los que consideraba como un elemento de fla­queza del que el ejército romano debía mantenerse inmune. Los jóvenes soldados que se han dejado capturar «sine caede», es decir, sin verter sangre, debe dejarse que perezcan lejos de los ojos de la patria.

El propio Régulo, a pesar de su vejez, se sien­te humillado al tener que volver a Roma como general prisionero y no como vence­dor; pero todavía le queda la posibilidad de una victoria que salve su dignidad de general romano: la victoria sobre sí mis­mo. Por ello se enfrentará voluntariamente con aquella muerte que no halló en el cam­po de batalla, sólo para que su romanidad apareciera todavía más viril en el sacri­ficio solemne y meditado de su vida a los intereses de la patria.

Su firmeza es serena y no aparatosa; aleja a aquellos que in­tentan impedir su marcha con la simpli­cidad del patricio romano que, después de resolver un laborioso problema legal de su cliente, deja la ciudad para volver a su campo. Así lo interpreta Horacio con su alma de poeta. Más teatralmente retórico es, en cambio, el Atilio Régulo del melodrama que con este nombre (v.) escribió Metastasio, en el cual el poeta permanece fiel, a pesar de todo, al concepto del héroe romano, un poco abstracto, en quien el íntimo sentido humano que no falta a los personajes griegos como Aquiles (v.) o Ulises (v.) queda algo sacrificado en aras de la amplitud retórica del gesto de quien siente que vive en el más vasto horizonte de la historia ante los espectadores de todos los siglos: «Roma ai mortali a prestar fede insegni» («Que los mortales aprendan de Roma la lealtad»): verso que resume el es­píritu de todo el drama y de todo el mito.

A. S. Nulli