Protagonista de la novela Voluptuosidad (v.) de Sainte-Beuve (1804- 1869). Una lenta adolescencia entristecida por arrebatos de melancolía y alejada del violento sabor de la vida en una seductora fluctuación de imágenes indistintas, dulces e irreales como voces de sirenas, y finalmente el éxtasis y los rosados cielos de la voluptuosidad en los que hoy Amaury encontraría la primera liberación del complejo cristiano de la culpa, le hicieron hallar hace cien años, por el contrario, el precipicio y la esclavitud del mal.
Un jansenismo instintivo y pronto a erigirse en juez, esto es, a obrar después del pecado, deforma, matizando de sombras y de terrores que habrán de proyectar sus oscuros reflejos sobre los íntimos dramas psicológicos de toda la juventud hasta llegar al Dedalus (v.) de Joyce, la experiencia terrestre en que el propio Sainte-Beuve reconoció la vida, para amarla luego con maliciosa prudencia.
Un poco de Saint-Preux (v.), un poco de Octavio (v.) y un poco de José Delorme (v.) entran en la composición del carácter del voluptuoso Amaury; pero además está el Diablo (v.) que se encarga de establecer en el espíritu sutilmente atormentado de aquel joven sentimental y sensitivo el divorcio absoluto entre el amor y la voluptuosidad. Amaury es la juventud mortificada que se rebela en la carne pero no en el espíritu; más tarde, el irreductible moralismo que sólo alcanza a ver en el Dios único del espíritu y de la carne el aspecto de un juez, le dará la ascética y despiadada fuerza de negarse a entregar por entero su ser a las muelles ondas del placer y de la perdición.
«Mantened vuestra independencia y vuestra dignidad; prestaos por algún tiempo si es necesario, pero no os enajenéis». En esta máxima Sainte-Beuve transfiere al joven Amaury los lemas de su propio corazón romántico, salvando su idea de la independencia en una exhortación a la «cordura» que directamente corresponde a su verdadera moralidad, aquella moralidad que tan bien se refleja en su estilo vagamente neoclásico y en su cuidado lenguaje.
Pero ¿podía ser ésta la misma moral de la existencia de Amaury liberada de la voluptuosidad a costa de tantos sacrificios? Y Amaury, envejecido en la figura del autor, «asiste con tristes ojos a la muerte de su corazón, y la inteligencia ilumina aquel cementerio como una luna muerta».
G. Veronesi