Series de novelas de Galdós. Las fechas y grupos de Los Episodios Nacionales son los siguientes: Primera serie: Trafalgar, La corte de Carlos IV. El 19 de marzo y el 2 de mayo, Bailen (1873); Napoleón en Chamartín, Zaragoza, Gerona, Juan Martín el Empecinado (1874); La batalla de Arapiles (1875).
Segunda serie: El equipaje del rey José, Memorias de un cortesano de 1815 (1875); La segunda casaca, El Grande Oriente, El 7 de julio (1876); Los cien mil hijos de San Luis, El terror de 1824 (1877); Un voluntario realista (1878); Los apostólicos, Un faccioso más y unos frailes menos (1879).
Tercera serie: Zumalacárregui, Mendizábal, De Oñate a La Granja (1898); Luchana, La campaña del Maestrazgo, La estafeta romántica, Vergara (1899); Montes de Oca, Los Ayacuchos, Bodas reales (1900).
Cuarta serie: Las tormentas del 48, Narváez (1902); Los duendes de la camarilla (1903); La revolución de julio, O’Donnell (1904); Aita Tettauen, Carlos VI en la Rápita (1905); La vuelta al mundo en la «Numancia», Prim (1906); La de los tristes destinos (1907). Serie final: España sin rey (1908); España trágica (1909); Amadeo I (1910); La primera República (1911); De Cartago a Sagunto, Cánovas (1912).
Las dos primeras series, que van desde 1873 a 1879, comprenden, en veinte volúmenes, la historia de España desde Trafalgar hasta la primera guerra civil; diez tomos abarcan el período de la guerra de la Independencia; otros diez, el de las luchas políticas, de 1814 a 1834. Se ha llamado a los Episodios Nacionales, la epopeya novelesca de nuestro siglo XIX. La grandeza de las síntesis, el movimiento de las muchedumbres, el abarcamiento de todos los aspectos — externos y domésticos— de su centuria, dan un valor cíclico a estas novelas históricas de Galdós. Porque son novelas históricas y, algunas, historias noveladas, en las que intervienen más de quinientos personajes, que representan todas las clases sociales, todos los partidos, la vida, en una palabra, doméstica y política de España.
Tienen los Episodios un artificio ingenioso para unir entre sí cada serie alrededor de un personaje (Araceli en la primera; Monsalud en la segunda): muestran en el autor amor patrio que vindica el derecho a la resistencia frente al invasor extranjero. Las series tercera, cuarta y quinta de los Episodios (veintiséis volúmenes), desde Zumalacárregui (1878) hasta Cánovas (1912), son, a juicio de algunos críticos, evidentemente inferiores a las primeras. Opina uno de nuestros más caracterizados historiadores literarios, que la primera novela de Galdós, La Fontana* de Oro (v.), evocación del café donde se reunían los liberales y los revolucionarios del tiempo de Fernando VII, es una consecuencia del madrileñismo activo del gran escritor canario, y un paso necesario para el costumbrismo retrospectivo de los Episodios.
«La animada narración destacaba entre los pálidos colores de la novela romántica y les tonos dulzones del cuento sentimental». Menéndez Pelayo destacó la importancia de esa obra galdosiana en un momento en que aún no había cristalizado el talento novelístico de Alarcón, Pereda o Valera. En los Episodios vive el narrador pintoresco que ve la historia patria desde el Madrid de su tiempo. A través de las series de los Episodios, Galdós se afina, se hace cada vez más novelista esencial de la acción densa, de la eliminación de lo episódico, del sentido del centro de una acción histórica en la especial manera de interpretarla. Galdós es el novelista del pueblo y a él se dirige dejándose llevar por sus dotes de improvisador. «Muchos de estos intentos de historia novelada se han escrito en un par de meses». El autor suele acudir a testigos de vista o a recuerdos personales que utiliza con rapidez y facilidad, uniéndolos a la parte de invención, que apenas se relaciona, esencialmente, con el hecho histórico escogido.
Desde luego no se ha comprobado que Galdós investigase en los archivos, para documentarse, como ha hecho Baroja para escribir sus Memorias de un hombre de acción. «Galdós, como en otro tiempo Lope, se interesa por el lector popular, y trata de hacer asequible a él la síntesis histórica de cada tema. Por lo tanto se ha de tratar de los hechos convertidos en esencial histórico o en leyenda aceptada, no de investigaciones sobre facetas desconocidas. Si escogemos el primero de los Episodios Nacionales, Trafalgar, notaremos ese deseo de adaptarse a la primaria mentalidad del pueblo. El hecho trágico del’ combate naval narrado por un superviviente, da idea de la forma anecdótica y familiar de ver lo histórico». No es casual que sea una derrota, Trafalgar, el punto de partida de los Episodios, afirma Valbuena Prat. En ellos el autor no idealiza, ni se lanza a un pasado glorioso lejano; descubre nuestra historia tal cual es: con su grandeza popular, como en la guerra de la Independencia — El 19 de marzo y el 2 de mayo, Bailén, Zaragoza, Gerona, para citar las obras maestras de noble expresión patriótica, de esta admirable y honradamente nacional primera serie —, con las tragedias de la represión e intervención francesa en el momento fernandino — Los cien mil hijos de San Luis, El terror de 1824—, con el dolor de las luchas civiles, fratricidas, con las intrigas de la corte, con las individualidades poderosas — Prim —con la enseñanza para el futuro del país.
«Ahí queda, repitamos el tópico, una creación literaria más verdadera que la historia misma, porque es la creación del pueblo anónimo en tomo a cada momento de los personajes «oficiales» de la crónica dolorosa del siglo XIX» (V. P.). Como buen realista, Galdós recurre en todo momento a la historia inmediata, desde luego; después hará lo mismo Baroja.
Y ello quizá por ser lo más asequible al público a que se dirige, o lo más acomodado a su sentido de actualidad, de ansia por una España nueva, de sentimiento de los problemas planteados en su siglo español. La vasta serie de Episodios Nacionales pudo ser sugerida por los Romans Na- tionaux de Erckmann-Chatrian, junto a algunos libros de historia española anecdótica de su tiempo, o novelas como Memorias de un liberal y Femando el Deseado, respectivamente de López Montenegro y Víctor y Balaguer. Teniendo en cuenta que entonces se trataba de un momento en que, a diferencia de la grandeza triunfante del Siglo de Oro, España era, en parte, un lugar de tragedias o fracasos, en la elección del tema cabe pensar en un precedente del 98.
Galdós, influido por el espíritu de la escuela de Giner, con un sentido de la convivencia humana más británico que español de su tiempo, trazaba la trayectoria que la crítica del problema nacional había de plantear en torno al más trágico episodio — en la historia nacional—: la pérdida de las últimas colonias. Galdós — que se quedó en Cánovas— dejaba ya la historia al desnudo, expuesta al bisturí de los analizadores del comienzo del siglo XX. Sin llegar nunca a poseer un verdadero estilo, Galdós no deja de ser interesante conforme avanzan las series de los Episodios. Y hay fragmentos — comparaciones, imágenes, páginas bien entonadas — cada vez de más condiciones literarias. En la acción misma se separa del cuadro de historia, para ahondar en interiores, en estudios psicológicos, en complejas individualidades, en descripción de ambientes.
A través de todas las series, entre las bellezas, que, junto a caídas en una fácil vulgaridad, se encuentran siempre, notamos la visión de la gente de teatro, de las representaciones en los comienzos del siglo XIX, en La corte de Carlos IV — serie primera —, la trágica aurora en que se anuncia la primera guerra carlista, en Un /acezoso más y algunos frailes menos — serie segunda —, los tonos grises en torno al complejo personaje Fago en Zumalacárregui, o los temas literarios de La estafeta romántica — en la serie tercera —f y los densos episodios de la series cuarta y final. Por ejemplo: Los duendes de la camarilla, en la cuarta, y España sin rey, Amadeo I, Cánovas, en la final. En algunos casos — opone la crítica — puede ser un defecto el empleo de la forma autobiográfica, en Episodios, en que el personaje que narra encarna un ideario o una actitud claramente contradictorios respecto al autor. Así ocurre cuando el Juan Bragas, que aparece en varios episodios de la serie segunda, y en cuyos labios se pone la narración de las Memorias de un cortesano de 1815. Sin embargo, el héroe de la primera serie, Gabriel Araceli, lleva con dignidad el empleo de la primera persona.
Puede servir de ejemplo del empleo de este recurso novelístico, con verdadero acierto, La corte de Carlos IV. Gran parte de la obra se basa en el ambiente de actores a principios del siglo XIX. La acción se sitúa en 1807, aunque parte del estreno de El sí de las niñas (24 de enero de 1806). Galdós hace vivir la dualidad en la escena de lo tradicional del siglo XVIII, en la supervivencia del barroco del XVII hasta sus degeneraciones, y la innovación inteligente y francesa que encama Moratín. Hay tipos que recuerdan a los personajes de Goya: La González, tipo de maja goyesca; en el episodio se habla de Lá Tirana, la retratada por el gran pintor, que en la época de la acción ya había muerto. Ocupa el centro del episodio la personalidad del famoso actor cartagenero Isidoro Márquez, valientemente retratado también por Goya. Galdós nos hace ver su evolución en el arte escénico desde la frialdad académica del llamado popularmente «marmolillo», al recitado y gesto apasionado. Culmina la dramaticidad del relato en la representación de Otelo por este actor y su identificación con la realidad.
Coincide Galdós con el tema de Un drama nuevo de Tama- yo, probablemente por una fuente común que atribuía un hecho de tal índole al propio Márquez, como cuenta, por ejemplo, Antonio Vico (Carlos Vázquez Arjona, Cotejo histórico de cinco episodios nacionales, «Revue Hispanique», vol. de 1926, página 69). En la parte que hace referencia a los ambientes románticos en formación, es notable la forma de intercalarse en la trama del episodio Los apostólicos, como la sociedad de los «Numantinos» y las alusiones a Patricio de la Escosura, Ventura de la Vega y Espronceda, así como a Larra. Por otra parte, hay en este episodio bellos detalles descriptivos, como el desfile regio que ve Sólita como en una nube confusa de colores, o notas ideológicamente interesantes, como la observación sobre España y la forma guerrera y sangrienta de sus cambios políticos. Más adelante expone el autor, por su personaje central —Monsalud —, el desengaño sobre la política española, su concepto de que la libertad es casi prácticamente imposible aquí, la entrada del romanticismo en la vida. El episodio termina en torno a la muerte de Fernando VII y las intrigas de los apostólicos cobran inusitada vitalidad e interés, así como las descripciones de La Granja y sus jardines, y las figuras centrales de palacio.
Asoma aquí un sentido vivo del paisaje que se continúa en el episodio que cierra la segunda serie Un faccioso más y algunos frailes menos, con el ambiente invernal de La Granja. El dramatismo de la matanza de frailes es realizado por Galdós con gran impresión. A diferencia del sectarismo de otras novelas, aquí aparecen los religiosos sólo por el lado simpático, víctimas de la barbarie confusa del populacho. Termina la obra con el matrimonio de Sólita y Mon- salud, y el pesimismo de éste sobre el porvenir político de España, aunque con fe en sus eternos destinos. Algo de ese final recuerda al del Quijote. Galdós, animador de muchedumbres, de estilo desigual, pero de una vitalidad y sentido esencial de la agilidad novelística, hace pensar en lo que fue el drama heroico de Lope de Vega, el otro gran improvisador y creador genial de multitud de tipos legendarios y variadas aventuras.
C. Conde