[Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de leur décadence]. Genial perfil de la historia de Roma que Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu (1689-1755), publicó en 1734, limitando a un completo período histórico la amplia investigación crítica de la que saldrá el Espíritu de las leyes (v.).
Derivando algunos elementos y direcciones del Discurso sobre la historia universal de Bossuet (v.), aunque sin seguir la dirección teleológica de éste, se desenvuelve la obra con nueva armonía siguiendo la lógica humana de los hechos que se encadenan y determinan según una norma causal. Algunas «causas generales, ya morales, ya físicas» influyendo en el curso de la historia y en la dirección de los hechos generales, arrastran consigo todos los acontecimientos particulares: los pueblos que cambian de gobierno contraviniendo a sus naturales exigencias históricas, se exponen a consecuencias graves. Los romanos fueron grandes y prósperos en tanto se gobernaron según algunos principios: el amor a la libertad, el amor al trabajo, a la patria, la severa disciplina militar, la sabia política del senado en el trato a los pueblos vencidos; decayeron cuando, extendiendo desmesuradamente los confines del imperio, el dominio universal les obligó a cambiar el método de gobierno, sustituyendo los antiguos principios por otros nuevos.
La lejanía de los ejércitos enfrió el espíritu republicano, el derecho de ciudadanía se fue extendiendo a demasiados pueblos, las riquezas se acumularon indebidamente, el poder caído de las manos de los patricios a las del pueblo, abrió el camino a las arbitrariedades de los más monstruosos emperadores. Entre la nítida evidencia de estas líneas, queda lugar para retratos y cuadros de admirable y armoniosa animación, cuadros que hacen del libro una joya de austera gracia, inspirada en el antiguo, clásico amor a la libertad. Demasiada fe presta sin embargo a las fuentes históricas, aún no sujetas en sus tiempos a la crítica, y demasiado fácil eco hallan en ella los modelos literarios, para que la obra pueda leerse con la mente libre de prejuicios. También aparece en ella demasiado absoluto el concepto de la historia, vinculado al concepto de las causas generales determinantes; en realidad la ligazón determinista se desata en un secreto evolucionismo de movimiento ondulante, para el que la ley y el individuo, el «espíritu general» y las innovaciones singulares, se alternan en la determinación de acontecimientos sucesivos. «En los orígenes de la sociedad los jefes de las repúblicas hacen a las instituciones; después, las instituciones mismas forman a los jefes de las repúblicas».
La historia de Roma está por tanto dominada por los principios y formas ocultas que se van desenvolviendo hasta que una nueva realidad (la ampliación de territorios) llega a alterar aquel «esprit general» síntesis de una tendencia particular y de un desenvolvimiento secular, que para Montesquieu es el fundamento de toda obra de afirmación política y de interpretación histórica. Así, pues, las ideas fundamentales del Espíritu de las leyes, se conciertan y confirman en esta obra en un paradigma histórico preciso, cuya concepción, si bien afectada por la inexactitud de la información crítica, se libera decididamente de las categorías religiosas y dinásticas, preanunciando los más amplios horizontes de la historiografía moderna, algunos de cuyos motivos, como el del valor de la tradición y el del ambiente, desarrollará de manera diversa. Un solo elemento faltó, sin embargo, a la intuición histórica de Montesquieu: la valoración de la importancia del fenómeno religioso en la vida de los pueblos; pero ésta es una conquista de la historiografía del siglo XIX y se debe a la Ciudad Antigua (v.) de Fustel de Coulanges. [Trad. de Matilde Huici (Madrid, 1920)].
L. Rodelli
¡Hermoso lenguaje! ¡Aquí y allá se hallan frases que parecen tensas como bíceps de atletas y con profundidad de crítica! (Flaubert)
El contraste con las Cartas persas es grande. Aquí, todo es grave; el estilo presenta una severa concisión, una desnuda sencillez, una sustancial plenitud. La frase es apodíctica; posee el relieve de una hermosa medalla. (Lanson)