[Candide ou l’Optimisme]. Novela de François Marie Arouet, conocido por Voltaire (1694-1778), publicada en 1759. Actúa irónicamente contra la doctrina leibniziana que afirma que en el universo está realizado el «mejor de los mundos posibles», completamente determinado por el principio de «razón suficiente». Voltaire narra la historia de un inocente joven llamado Cándido (v.), a quien su maestro, el filósofo Pangloss (v.), le ha iniciado en la filosofía de Leibniz. La primera causa de sus desventuras es Mlle. Cunégonde, hija del castellano del dominio de Thunder-ten-Tronckh donde ha sido educado. Él está silenciosamente enamorado de ella, la cual, paseando un día por el parque, descubre en un bosquecillo al doctor Pangloss intentando dar una lección de física experimental a una bella camarera. Completamente entusiasmada por la ciencia tal como es, le resulta evidente la razón suficiente, ve efectos y causas y medita sobre la posibilidad de convertirse en la «razón suficiente» de Cándido. Por la noche, detrás de un biombo, la muchacha deja caer un pañuelo, Cándido lo recoge y, al devolverlo, la besa; pero llega el padre e inmediatamente le arroja del castillo a puntapiés. Desde entonces deambula por el mundo donde las travesías más terribles y los encuentros más singulares se encargan de desengañarle sobre la doctrina del maestro, demostrándole que en la práctica todo el mundo va del revés y todos los hombres son desgraciados y están hastiados.
Dirigiéndose hacia el país de los búlgaros, es enrolado violentamente en el ejército y está a punto de ser ajusticiado por su inocente fe en la libertad humana, que le hace violar inadvertidamente la disciplina. Huyendo a Holanda, por milagro no muere de hambre entre los cristianos, por culpable ignorancia de los dogmas: y sólo entre todos le socorre por caridad fraternal un anabaptista, Jacobo. Encuentra luego al maestro Pangloss vistiendo harapos y desfigurado por una vergonzosa enfermedad que, por otra parte, no le impide afirmar «que todo va lo mejor posible: que los males particulares forman el bien general». También ayudado por el anabaptista, es curado, aunque pierde un ojo. Dirigiéndose luego los tres, bienhechor y favorecidos, a Lisboa para negocios, se hunden con la nave y el primero se ahoga, mientras los otros dos se salvan con fatigas para caer en un trance aún peor, el terremoto, librándose también de ello. Cándido y Pangloss caen en manos de la Inquisición como sospechosos de herejía: Pangloss es ahorcado y Cándido azotado hasta sangrar, pero ambos logran liberarse. Cándido encuentra después a Mlle. Cunégonde, que, violada y herida en una correría de los búlgaros, ha terminado en manos de un judío que comparte sus favores con el gran Inquisidor. Muertos los dos galanes, Cándido huye con Cunégonde y una vieja criada que durante el viaje les cuenta su historia miserable, por la que no ha abandonado, sin embargo, el deseo que todos sienten por la vida, aun maldiciéndola muy a menudo en sus desgracias. Perseguido por la familia del inquisidor muerto, Cándido debe huir otra vez y va a parar al Paraguay, entre los jesuitas.
Vuelve a huir y está a punto de ser guisado por los salvajes. Sólo encuentra un poco de quietud en Eldorado, bendita residencia de todas las delicias, donde las calles están empedradas con las gemas más preciosas. Hubiera encontrado allí Jauja, junto con su criado negro Cacambo, pero embargado por el recuerdo de Cunégonde, no puede resistir al deseo de marchar: se lleva una gran carga de piedras preciosas, pero se las roban, sin que las leyes de los hombres le hagan justicia. Le ocurren nuevas peripecias en Francia e Inglaterra donde se dirige con su nuevo amigo, Martín, filósofo pesimista e inclinado al maniqueísmo, y tiene ocasión de observar las costumbres corrompidas del clero, de ser robado en un garito, de caer en una trampa por sus charlas ingenuas, y así sucesivamente. Llega a Venecia, atraído por la fama del senador Despreocupado, se dirige a visitar a este hombre que aparentemente es el más feliz de la tierra porque es rico y no tiene preocupaciones, pero se muestra profundamente aburrido de todos sus bienes y dotado de un espíritu crítico que le impide disfrutar la menor alegría del arte y de la vida. Finalmente, en Constantinopla, se reúne con su adorada Cunégonde que, debido a las aventuras pasadas, se ha vuelto fea y aburrida. En compañía del fiel Cacambo, de Martin, cada vez más pesimista, y de Pangloss, envejecido y cada vez más petulante, llegaría a morirse de aburrimiento si, después de una visita hecha a un anciano y sabio turco, no llegase a esta conclusión expresada por Martin, que será su salvación: «Trabajemos sin pensar: es el único medio para hacer soportable la vida». Con las palabras de Cándido: «Es preciso cultivar nuestro huerto», termina el relato cuyo sabor de burla picante no se halla en la evidente hipérbole de algunas de las desgracias de Cándido, sino, al contrario, en la verosimilitud de la mayoría de esos casos, en el agitado mundo de la Guerra de los Siete Años; está, sobre todo, en el clima de «tragedia cotidiana» en que vive paradójicamente la amarga y cómica narración.
Obra maestra de ironía briosa pero intermitente, Cándido, con su ferviente «canaillerie spirituelle», ha condenado para siempre a la burla toda forma de fácil optimismo intelectual. [La primera traducción castellana del Cándido es la versión magistral del abate José Marchena en los Cuentos y Novelas de Voltaire, tomo I (Cádiz, 1822). Menos conocida, pero excelente también, es la de Leandro Fernández de Moratín (Cádiz, 1838) el cual por escrúpulos morales no quiso incluirla en la colección de sus obras]. G. Alliney
Libro infame, que hace de la conciencia humana un juego y que, bajo forma de novela, es sólo un odioso libelo contra la Divina Providencia. (Barbey d’Aurevilly)
La negación alcanza su extrema eficacia en la ironía bondadosa de Voltaire, con tan buen sentido bajo tanta malicia. (De Sanctis)
Hay obras tan espantosamente grandes — ésta es un de ellas — que aplastarían a quien quisiese llevarlas… El fin de Cándido es para mí la prueba evidente de un genio de primer orden. Está la garra del león en esta conclusión, estúpida como la vida. (Flaubert)
¿Voltaire se chancea al repetir las opiniones del senador Despreocupado, a quien nada puede agradar? Yo creo que él mismo está dudando, dividido entre sus débiles ideas y su naturaleza. Pero, ¿podía suponer que sus tragedias muy pronto estarían olvidadas y que su obra maestra fuese precisamente esta novela de Cándido? (Alain)
Es un género personal, novísimo, completo. Algo entre el apólogo, la fábula y el relato de aventuras. (M. Bontempelli)