[Estética come scienza dell’espressione e lingüistica generale. Teoría e storia]. Obra filosófica publicada por primera vez en 1902. El objeto de la filosofía es el espíritu, en su concreta unidad que es actividad y desarrollo; unidad que, precisamente por no ser estática sino dinámica, se presenta bajo distintos aspectos y momentos, a través de los cuales es preciso estudiar cuáles sean las formas originarias netamente distintas incluso en su conexión y en su relación con la unidad.
Dichas formas se nos presentan en una primera distinción de «teoría» y «práctica». Cada una de ellas presenta una distinción ulterior; la actividad teorética es intuitiva en cuanto actividad imaginativo-expresiva, lógica en cuanto actividad productiva de conceptos. La primera forma de conocimiento es característicamente individual, la segunda presupone el conocimiento intuitivo y, desarrollándose a partir del mismo, forma la universalidad del concepto. La actividad práctica es la voluntad que tiende a un objetivo; presupone, pues, el conocimiento del objetivo y surge como momento sucesivo (no en sentido cronológico) a la actividad teorética.
En la práctica distinguimos dos momentos, el económico, en que la voluntad se coloca individualmente como tendente al placer y a lo útil, y el ético, en que la voluntad se coloca como ley universal, como valor moral. La filosofía del espíritu tendrá, pues, que estudiar los caracteres peculiares de cada forma de actividad espiritual. Y se dividirá en Estética, Lógica, Economía y Ética. El tratado dedicado a la Estética constituye, pues, la primera parte de los tratados de Croce de la «Filosofía del Espíritu». El objeto de la Estética es indagar la forma de conocimiento intuitivo como distinta y autónoma respecto al conocimiento lógico e independiente del práctico. La intuición es conocimiento de lo individual de las cosas sencillas; es conocimiento fantástico, productor de imágenes.
No se reduce a la sensación, en cuanto ésta, como mera sensación, no es todavía conocimiento; la sensación constituye la «materia» de la cual la «intuición» es la forma. La naturaleza característica de la intuición está en ser expresión: intuición y expresión son lo mismo. El acto intuitivo expresivo es el arte, entendido en sentido lato. La actividad artística es, pues, un momento necesario en el desarrollo del espíritu: todo hombre es artista en cuanto manifiesta su propio mundo individual de imágenes y de expresiones, en su inmediata singularidad. Cierto que existen infinitas variaciones en este manifestarse. La expresión de quien llamamos, en sentido recto, artista, es muy distinta de la del hombre común; pero la diferencia es cuantitativa o extensiva, no cualitativa. Llamamos genialidad artística a la riqueza y claridad de intuición, a la perfección de imágenes que sólo muy pocos hombres poseen; pero la expresión del genio, como la del hombre común, es la exteriorización de un estado de ánimo.
El arte es pura forma; es el acto mediante el cual la materia oscura de la sensación se convierte en expresión espiritual; el arte, elaborando las impresiones, se libra de ellas. El arte es un acto unitario, síntesis inseparable y expresión; en él no pueden distinguirse, como elementos separados, un contenido y una forma. Su perfección es la unidad; la imperfección es el contraste rio unificado de distintos estados de ánimo. Así, lo que llamamos «lo bello» es el valor de la expresión, la misma expresión conseguida; lo feo es la ausencia o deficiencia de expresión, la expresión desencaminada. La actividad de la exteriorización, que lleva a la producción de lo bello físico, implica un elemento práctico; la voluntad de fijar ciertas visiones de modo que no se pierdan. Así ha nacido una técnica de la exteriorización, que ha hecho hablar, ilegítimamente, de medios de la expresión interna y de teorías estéticas de las artes particulares.
El juicio estético se identifica con la reproducción estética; quien juzga se coloca en el punto de vista del artista y la actividad juzgadora se identifica con la creadora, el gusto con el genio. Tiene, pues, importancia la obra de restitución de las condiciones en las cuales se ha dado la producción artística y, por consiguiente, de los restauradores de la interpretación histórica; pero la historia del arte y de la literatura, tienen por principal objeto la misma obra de arte y reclaman al mismo tiempo gusto y capacidad de interpretación histórica. Pero el concepto de la historia implica progreso: ¿hay progreso en el arte? Siendo el arte intuición, la intuición individualidad y no repitiéndose la individualidad, sólo se puede hablar de historia en el ámbito de un contenido y de una materia que constituye objeto de expresión artística.
El progreso, por lo tanto, queda propiamente fuera del arte. Constituye la segunda parte, bastante amplia, de la obra, una historia de las ideas estéticas desde la antigüedad grecorromana hasta nuestros días. Esta segunda parte, aun siendo distinta de la primera, sirve para ilustrarla y a su vez está conducida y guiada, por decirlo así, por la primera. Si en la primera edición de 1902 dicha reseña histórica tenía un fin «no tanto histórico como polémico y de una polémica que bastante a menudo se revestía de sátira», en las sucesivas de 1907 y de 1921 se revela un sentido, consciente de «mayor justicia para los pensadores precedentes». Así va haciéndose también más claro cada vez que «la historia de la filosofía (y de la Estética en cuanto filosofía) no se puede tratar como historia de un problema único… sino de una multiplicidad de problemas particulares, siempre nuevos y paulatinamente resueltos y siempre prolíficos de otros nuevos y distintos». De esta preocupación nació la adición, en la edición de 1931, del largo capítulo XIX sobre la historia de las doctrinas particulares.
La Estética de Croce ha ejercido una influencia decisiva sobre las discusiones de filosofía del arte, que ha reanimado y en gran parte ha contribuido a determinar, así como sobre las direcciones críticas, especialmente en el campo de la literatura, ejerciendo una acción dominante en la esfera de dichos estudios en el primer cuarto de siglo. [Trad. de José Sánchez Rojas, con un prólogo de Miguel de Unamuno (Madrid, 1912). La segunda edición española, corregida y aumentada conforme a la 5.a edición italiana, apareció en Madrid, 1926].
E. Codignola