Visión e interpretación de los hombres y de las tierras de España, obra del gran escritor publicada en 1909. El autor afirma en el prólogo que hay «una forma de ver la vida», y de esta «forma de ver la vida» surge precisamente este libro, interpretación de la historia espiritual de España y visión de su paisaje según una nueva sensibilidad que habría de ser la de los hombres de la generación del 98 (v.). La obra empieza con el retrato del labrador avaro de Berceo (Cf. Milagros de Nuestra Señora, XI), que «más amava la tierra que non al Criador».
De este labrador, que «cambiava los mojones por ganar eredat», y que al final se salva porque durante toda su vida fue devoto de la Virgen, Azorín nos describe minuciosamente su casa, su manera de ser, hasta convertirlo en representación viva del labriego español. Y así nos va ofreciendo una serie de estampas, en unos momentos determinados de la historia, que pueden ser representativos de la vida social de España: el cuadro de la vida toledana en 1520; la evocación del cura Delicado, autor de la Lozana Andaluza (v.); de Lope de Rueda; de La ilustre fregona (v.), de la que nos ofrece otra sutil interpretación relacionada con el problema del tiempo en La fragancia del vaso (cfr. Castilla); de Washington Irving; del presidente del Consejo de Ministros, del poeta romántico.
A continuación vienen un conjunto de visiones de paisaje, de ciudades españolas, de calles, oficios, tipos literarios (como Juanita la Larga), etc. El libro se cierra con una evocación del paisaje castellano: «¿No está en este cielo seco, en este campo duro y raso, toda nuestra alma, todo el espíritu intenso y enérgico de nuestra raza?», palabras que son índice de la actitud del 98 y coinciden con otras de Unamuno, Baroja y Antonio Machado.
A. Comas
…la esencial relación que dentro de sus ojos tienen el paisaje castellano — quiero decir: la emoción azoriniana ante el paisaje de Castilla — y la idea azoriniana de la historia de España. (Laín Entralgo)